Tribuna Económica
Carmen Pérez
T area para 2025
CADA cuatro años, desde 1845, el primer martes después del primer lunes de noviembre es el día en el que los votantes estadounidenses no solo elegirán a su presidente, sino también a la totalidad de la Cámara de Representantes (dos años de mandato) y a un tercio del Senado (seis años de mandato). Esto significa que, al margen de quien fuere el partido ganador en las presidenciales, los cambios que se puedan producir en las mayorías de ambas cámaras del Congreso, facilitarán o dificultarán la traducción legislativa de las iniciativas que se propongan desde la Casa Blanca. No obstante; hay que tener presente que en esta legislatura ambos partidos han apoyado iniciativas tan trascendentes como la ley de chips (Chips and Science Act) o la de reducción de la inflación (Inflation Reduction Act, IRA), ambas aprobadas en 2022.
Ninguno de los dos candidatos, Harris y Trump, ha sido muy explícito respecto a la política económica, y han sido más frecuentes las generalidades que las concreciones. Pero lo cierto es que sus respectivos partidos difieren bastante en la orientación de las políticas de comercio, energética y fiscal, entre otras. Y, desde luego, en la política de inmigración.
Trump estableció unos aranceles a las importaciones desde China que no solo no han sido modificadas por su sucesor, sino que han aumentado los aranceles sobre determinados productos. El candidato republicano se ha referido al establecimiento de un arancel del 60% a la toda importación originaria de ese país, así como un arancel general del 10% a las importaciones de cualquier otra procedencia. Durante el mandato que ahora termina, la orientación ha sido atenuar la exposición a la economía china mediante políticas proteccionistas, muy enfocadas en determinadas tecnologías y en incentivar la producción nacional, sobre todo en dos ámbitos: energía renovable y semiconductores.
Es muy probable que Harris siguiese este camino, el de la no dependencia y el mantenimiento de la ventaja en tecnología, mientras que podría interpretarse que Trump postula desacoplar o disociar por completo ambas economías. Pero, por mucho empeño que se ponga, no hay forma de sustituir la capacidad productiva instalada en China; ni siquiera acudiendo a proveedores ubicados en países amigos, lo cual ya es una tendencia creciente. Sería necesario abordar unas inversiones descomunales, el plazo para que diesen resultado no sería corto y, probablemente, no habría personal técnico suficiente para manejar las nuevas factorías. Además, en algunos campos específicos y ahora muy importantes, China lleva décadas de ventaja a Occidente; por ejemplo, en el procesamiento de tierras raras o en el refino del litio, entre otros.
El resultado electoral será también muy influyente en la política energética, aunque se mantengan los intensos estímulos a la generación eléctrica renovable establecidos en la antes mencionada IRA. Trump y su partido defienden la necesidad de seguir contando con los combustibles fósiles; entre otras razones, porque EE UU es el mayor productor mundial de petróleo y de gas natural, gracias, sobre todo, al aprovechamiento de hidrocarburos no convencionales (comúnmente llamados petróleo o gas de esquisto) mediante la técnica de fracturación hidráulica. Súmese a esto que no son precisamente unos abanderados de las políticas contra el cambio climático y, desde luego, son contrarios a una transición energética forzada, aunque las estimaciones señalen un aumento del consumo de electricidad en ese país. De ahí que Trump haya anunciado facilidades para la industria extractiva de hidrocarburos, de forma que se mantendrá la combustión de gas natural para la producción de energía eléctrica. Los demócratas, por el contrario, prometen facilitar la ampliación de la capacidad de generación renovable, tanto solar como eólica y geotérmica. Así pues, la política energética que se despliegue será determinante en el ritmo de la transición energética estadounidense, así como en la posición que adopte EE UU en las próximas cumbres del clima y en la definición de políticas internacionales que pudieran derivarse de tales cumbres. En definitiva, el resultado electoral del próximo martes tendrá implicaciones internacionales en el campo de la energía.
Ambos candidatos han mostrado propuestas de política fiscal que difieren sustancialmente. Harris ha asumido algunas de las proposiciones emitidas por Biden y aumentaría los impuestos a las rentas superiores a 400.000 dólares. Por el contrario, Trump, pretende mantener la reducción fiscal a la renta y patrimonio que se aprobó hace 7 años y con vigencia hasta 2025. En aquel momento también se aprobó una reducción del impuesto de sociedades, pero ésta tiene carácter permanente, con lo cual no habrá modificaciones a este respecto. Por otra parte, ambos candidatos han anunciado beneficios fiscales, con diferente intensidad y ámbito de aplicación, y han explicado la forma de compensarlos. Como se puede suponer, para Harris esta compensación provendría del aumento de impuestos a las rentas más elevadas, mientras que para Trump la fuente sería el aumento de los ingresos arancelarios. Esto ha sido calificado por la candidata demócrata como un impuesto a los consumidores, creo que muy acertadamente.
Sin ninguna duda, tienen toda la razón aquellos que dicen las elecciones de EE UU tienen consecuencias para todo el Mundo. Es la mayor economía mundial y lo seguirá siendo durante mucho tiempo, teniendo en cuenta los ritmos de aumento actuales y previstos para su PIB y el de China. Y todavía es, sin ninguna duda, el país más influyente en las instituciones internacionales. Tengo para mí que los europeos cometimos un error gravísimo al no haberse alcanzado el Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversión (TTIP); espero que no tengamos que arrepentirnos de eso y confiemos en que Harris quiera apoyarse en los aliados tradicionales en su política comercial, tal como ha afirmado.
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