"La II Guerra Mundial empezó aquel 18 de julio"
-¿No le dijeron: otra novela sobre la Guerra Civil?
-El primero que me lo dije fui yo. ¿Dónde me estoy metiendo? No me interesa un tipo de público con un punto de vista excesivamente ideológico. Es una novela sobre la búsqueda de identidad. Una búsqueda muy conradiana.
-¿Es más de Proust o Stendhal que de Preston o Ian Gibson?
-Yo creo que sí. Cuando uno cumple cuarenta años, rompe con muchas cosas. En la Guerra Civil, como la esperanza de vida era mucho menor, imagino que eso pasaría con treinta años.
-¿Con quién están los farmacéuticos en la guerra?
-Por lo que he leído, casi siempre en el lado más conservador. Mientras su poder radicaba en los conocimientos, eran más progresistas. En la Revolución Francesa estaban con los revolucionarios. Cuando evoluciona a la distribución mercantil, a comerciante, se hace más conservador, aunque a las farmacias les ha ido mejor con el PSOE que con el PP, infinitamente mejor.
-¿Vendrá el copago?
-Ya ha llegado. Lo que no ha llegado, y la Junta no está por la labor, es el euro por receta. Es el momento de plantearse la optimización de los medicamentos. A más esperanza de vida, la gente se medica más y tiene más problemas de salud. Está demostrado que sólo cuatro de cada diez tratamientos dan resultado, con lo que eso se traduce en ingresos hospitalarios, bajas laborales. Diseñamos nuevos medicamentos, pero no hemos desarrollado nuevos mecanismos fisiológicos, nuestro cuerpo es el mismo.
-¿Dónde nace la trama de Aquel viernes de julio?
-En esta mesa de farmacia. Dos pacientes mayores, Lourdes y Eduardo, a quienes dedico la novela, me empiezan a contar las historias del chalet Villa Rocío, que llamé Villa Marismas.
-¿Tiene algo de autobiográfica?
-Mi abuelo, que era telegrafista de la Policía, sale en la novela. A mi madre le ha molestado un poco.
-Es farmacéutico de guardia en América...
-Desde hace doce años, voy cinco o seis veces al año. Me han hecho profesor honorario en Buenos Aires, de la Academia Peruana de Farmacia. La novela la empecé a escribir en Medellín y la he presentado en Buenos Aires, donde lo hizo una historiadora que habló del exilio, y en Rosario, donde la presentó una poeta sevillana ciega que leyó poemas de Cernuda y Machado en braille.
-También la presentó en Estepa...
-De allí era mi padre. Le he dedicado un ejemplar a Rafael Escuredo, que le di a su cuñada Concha Ruiz-Tacgle, farmacéutica.
-¿Hay segunda novela?
-Se llamará Esmeralda Roja, un tipo de perlas que se dan en el Amazonas. Últimamente voy mucho a Brasil.
-¿Por qué?
-Mi tía Dora, que nació en Brasil, vino a vernos cuando yo tenía 10 años. Nos contaba unas historias alucinantes y lloré mucho cuando se marchó. Estuvimos un tiempo escribiéndonos y me mandaba libros y dibujos. Muchos años después me puse a buscarla. Tardé cinco años hasta que, con la ayuda de una colega brasileña, di con ella. Estaba Sao Paulo vacía porque todo el mundo estaba pendiente de la carrera de Fórmula 1 que se corría allí. El día que se disputaban el título Alonso y Hamilton y ganó Raikkonen. Creía que yo iba a reclamarle la herencia.
-¿Es hija de emigrantes?
-De almerienses que se fueron a Brasil. De Almería capital y de Adra, donde vivía el farmacéutico que me ayudó a hacer la tesis doctoral.
-¿Estaba ahí el novelista?
-La tesis fue una novela. El primer día que quedé con este hombre era el puente del día de Andalucía y nos fuimos a la biblioteca de la Facultad de Farmacia de Granada. Aunque era amigo de la decana, el conserje no nos dejó entrar y nos fuimos a Hipercor. Decidimos que las siguientes citas serían en El Corte Inglés, que nos venía mejor. Cuando terminé la tesis, le mandé un ejemplar al dueño de El Corte Inglés, Isidoro Álvarez, que me respondió y me envió una pluma para firmar recetas. Creía que era médico.
-¿Tanto viaje a América le ha aficionado al boom?
-El Vargas Llosa del principio me impactó mucho. Ahora me cansa un poco. Me gusta mucho Roberto Bolaño. Eduardo Jordá me aficionó a la literatura norteamericana, Cheever, Carver, Melville. Releo El corazón de las tinieblas de Conrad. La gitana de mi novela que le cambia la vida a Borja Quincoces sale muy poco pero está siempre, como el Kurtz de Conrad.
-¿Se inspiró en Homais, el boticario de Madame Bovary?
-La farmacia clásica nunca me atrajo. Si tuviera que ser formulista, de fórmulas magistrales, no sería farmacéutico. Soy muy patoso. Mi mujer me mandó hacer un puchero y lo desgracié.
-¿Y el Carlos Larrañaga de Farmacia de guardia?
-Era el marido de la farmacéutica y daba una imagen penosa del gremio, que cualquiera puede llevar una farmacia.
-¿Que vio en América?
-Todo empezó en África. Me fui con mi mujer, Carmen, a Ruanda, en plena guerra de los hutus y los tutsis, durmiendo entre disparos. Vivíamos en Zaire, guardo billetes con Mobutu. Lo de América surge porque quería hacer mi pequeña contribución a la cooperación. Los conocimientos no pitan en aduana.
-¿Por qué la guerra atrajo a tantos escritores?
-Creo que la Segunda Guerra Mundial empieza aquel 18 de julio de 1936. Una guerra en un país con muchas desigualdades, feudal.
-¿Como Ruanda?
-Y quería ser Alemania en muy poco tiempo. Con mucha incultura y una burguesía muy conservadora.
-¿Afición a pie de página?
-El remo. He sido muy mal remero, pero entrené al Labradores y estaba preparando los Juegos de Barcelona cuando murió mi padre.
-¿Su ciudad americana?
-Me gustaría conocer Asunción. He estado dos veces, pero hasta que no pateo una ciudad no la conozco. Me encanta caminar por Lima o Buenos Aires. Un día en Santiago de Chile me preguntó alguien en inglés por una iglesia ortodoxa rusa y le di la dirección exacta porque estaba junto al hotel Neruda donde me alojaba.
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