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"La sensibilidad no es patrimonio de las mujeres"

Celia Rico | Directora y guionista

La sevillana aspira este sábado a cuatro premios Goya por su primera película, 'Viaje al cuarto de una madre', una película 'pequeña' y rodada casi literalmente en familia en Constantina que se ha convertido en una de las grandes revelaciones de la temporada

La directora y guionista Celia Rico (Sevilla, 1982). / M. G.
Francisco Camero

02 de febrero 2019 - 06:00

Sevilla/"En casa, en la soledad de una casa, es donde realmente puedes conocer bien a las personas, porque ahí no tienen que utilizar máscaras, ni pueden", dice Celia Rico. En ese ámbito, por ello mismo, transcurre Viaje al cuarto de una madre, su primer largometraje, que a es la vez un hermosísimo, sutil y conmovedor retrato del vínculo en trance de cambio entre una madre viuda y su hija necesitada ya de volar del nido que deben aprender a quererse de una manera nueva, y una muestra de gratitud de la directora y guionista (nacida en Sevilla en 1982, criada en Constantina y afincada en Barcelona) al esfuerzo y la dedicación de sus padres.

A ellos les dedicó el sábado de la semana pasada su triunfo en los premios del cine andaluz, en los que consiguió cuatro premios, entre ellos el de mejor película. No son los primeros. En su estreno en el Festival de San Sebastián logró una Mención especial Nuevos Directores y el Premio de la Juventud. En los Gaudí (los galardones del cine catalán), dos. Reconocimientos a los que hay que sumar las tres medallas recién recibidas por el Círculo de Escritores Cinematográficos (una de ellas a la directora revelación).

Y hoy, como colofón, aspira a lograr el Goya a la mejor dirección novel, aunque la competencia es dura (Carmen y Lola, con ocho candidaturas, una de ellas en la categoría de mejor película, se perfila como la gran rival). "Evidentemente, si me lo dieran sería superbonito, pero yo voy pensando más en disfrutar de la noche. Lo que más deseo es que se lo den a las actrices, a Lola Dueñas y Anna Castillo, que han puesto su alma en la película y la sostienen todo el rato", dice.

Este año, tres mujeres de cuatro finalistas en la categoría de dirección novel. ¿Es una anécdota o algo está cambiando en el mundo del cine?

Creo que dice algo de un cambio en este año, para empezar. Si pensamos que esto es un cambio más amplio, quizás nos vamos a relajar, y no debemos. Creo que ha pasado algo que tiene mucho que ver con el trabajo de las asociaciones de mujeres cineastas, como CIMA o AMA en Andalucía, y con las políticas de las instituciones, como por ejemplo que haya más puntuación en las películas lideradas por mujeres en las convocatorias de las subvenciones. A lo mejor películas como la mía se habrían hecho de todos modos, pero habría sido mucho más difícil. Estas políticas son necesarias, aunque espero que haya un momento en el que no lo sean y no tengamos ni que hablar de este tema.

¿Ha encontrado usted más obstáculos en el mundo del cine por el mero hecho de ser mujer?

No, la verdad, nunca. Pero debemos tener en cuenta que es un problema estructural, un problema que tenemos como sociedad, y que no sólo ocurre en el cine, sino en todos los ámbitos. Yo no he encontrado trabas ni nadie ha puesto en duda que yo estuviera capacitada para dirigir esta película. Pero también es verdad que tiene una temática que se suele asociar a la mujer, ¿no?

Muchos presuponen que existe una supuesta "mirada femenina" y unos temas propios de esa "mirada femenina". Yo me pregunto dónde encaja en todos estos clichés el cine de alguien como Kathryn Bigelow, que hasta donde sé es también una mujer...

Claro. Es que yo no estoy de acuerdo con eso. En realidad no tendríamos que hablar de cine de mujeres, sino de mujeres que hacen cine. Y pasa también cuando se habla de una mirada femenina, sensible, que parece que esa mirada delicada sólo la tuviéramos las mujeres, y los hombres también la tienen. La sensibilidad no es patrimonio de las mujeres. Es verdad que hay ciertos temas que quizás no se han tratado tanto, o que se tratan desde otras perspectivas, porque normalmente, no siempre, uno escribe sobre cosas que le resultan cercanas o cosas que conoce, y como es lógico los hombres escriben de una manera más natural personajes masculinos, como a mí me resulta más natural escribir personajes femeninos. No es que los hombres no tuvieran sensibilidad ante ciertos temas, sino que estaban escribiendo de lo que sabían y a lo mejor lo que faltaba era que las mujeres también escribiéramos sobre lo que sabíamos. No estoy nada de acuerdo en que tengamos sensibilidades distintas.

¿Es más difícil llegar a dirigir cine y lograr repercusión partiendo de Constantina en vez de Madrid o Barcelona?

En mi caso, el hecho de vivir en un pueblo me impedía ir al cine cuando quería, algo tan elemental como eso. Pero tal vez por eso mismo cuando iba a Sevilla un fin de semana vivía la experiencia de ir al cine de otro modo, era algo divertido, algo distinto, y creo que eso provocó en mí la fascinación que siento todavía por el cine. Yo decidí marcharme también por la experiencia de vida, pero está claro que si te tienes que ir a otro sitio y empezar prácticamente todo de cero el camino se hace más largo que si te encuentras desde el principio en le donde todo eso está sucediendo. Ahora es distinto, porque en Andalucía se está haciendo mucho cine, hay industria y talento, es muy diferente a cuando yo estaba estudiando.

Ha reivindicado en alguna ocasión su formación en una universidad pública y no en una de esas carísimas escuelas de cine. ¿Es clasista el cine en ese aspecto, existe una barrera económica de la que no se suele hablar?

De hecho, cuando me preguntan mucho por el techo de cristal, a mí me gusta recordar que hay bastantes más techos de cristal, aparte del que tiene que ver con el género. Pero esto no es nuevo, en general al mundo del arte, desde siempre, se ha dedicado la clase acomodada precisamente porque muchas veces no se puede vivir de ello... Pero no es sólo una cuestión de clase, tiene que ver también con el significado y la importancia que todos, como sociedad, le asignamos, o no, a la cultura. Al margen de eso, sí, hay escuelas de cine que muchos no pueden pagar, yo por ejemplo, pero también hay universidades públicas de las que hemos salido muchísimos, y quizás no hemos cogido cámaras tan caras pero hemos aprendido otras cosas. Al final, los caminos para llegar al cine son muchos. Y podemos hablar no sólo del acceso al cine, sino también de lo que proyectan las películas. Todos escribimos desde lo físico, como hombres o mujeres, pero también desde otros posicionamientos, seamos conscientes o no, y es cierto que a veces el cine peca de retratar demasiado a personajes de una determinada clase, y no siempre están representadas las otras clases; y cuando lo están, generalmente es porque se trata de un cine social, reivindicativo o de personajes a los que la vida se lo pone todo muy difícil. Yo quería que todo eso estuviera representado en mi película, pero sin necesidad de hacer un cine explícitamente social.

En este aspecto es muy significativa la experiencia en el extranjero de Leonor, el personaje que interpreta Anna Castillo. Se va fuera, con toda la ilusión, y todo es hostil. Hoy nuestros amigos ya no llevan maletitas de cartón, ni los vemos en películas blanco y negro, tal vez por eso ya no son emigrantes sino, por lo visto, talento en el exterior. ¿Se habla en el debate público muy a la ligera de esta realidad, que fundamentalmente es dura?

Claro, se habla mucho de estas cosas en clave de "talento" y "éxito", y esas ideas nos confunden demasiado. Marcharse a veces es ilusionante y necesario para crecer a nivel personal, para conocer otra cultura, para conectarse con el propio país desde otro lugar, todo eso es muy positivo, pero se pierde de vista esa otra cara. Al final, la inmensa mayoría de los que se van del país lo hacen por pura necesidad, por supervivencia, pero oyes a los políticos y parece que todos se han ido a hacer supermásteres y a fundar empresas de éxito. Y no. Hay gente, la mayoría, que se va no para triunfar aunque sea fuera, sino para tener un trabajo normal. Deberíamos empezar a valorar esta realidad de otra manera, sí, porque normalmente, de hecho, son historias de fracaso. De nuestro país también, por supuesto.

Hay películas como El árbol de la vida, que son como libros de mil páginas escritos por entero en mayúsculas, y hay películas como la suya, atentas a los pequeños detalles, a miradas, gestos, humildes tareas cotidianas en las que ni solemos pararnos a pensar. ¿Se entiende mejor la vida en minúsculas?

Para mí sí, de hecho mi reto siempre que me pongo a escribir y dirigir es buscar lo mínimo, y cuando tengo lo mínimo intento buscar todavía lo más mínimo. Es un trabajo de depuración. Es lo que a mí me mueve a la hora de hacer cine, encontrar justo eso, los gestos que contienen la emoción y que muchas veces nos pasan desapercibidos, sobre todo en las personas a las que conocemos bien. Me gusta observar eso. Me gusta el día a día. Me resulta más fácil pensar en cómo es un personaje poniéndole una cafetera en las manos que una ametralladora. Con algo tan sencillo como que no se te abra una cafetera por la mañana caben infinitas posibilidades de reacción y por lo tanto de retratar a alguien: puedes darle golpes, tirarla por el balcón, ponerte a llorar, hacerte un té, ir a casa del vecino para ver si te puede prestar la suya, vestirte y bajarte al bar... Yendo a lo mínimo, las emociones pueden resonar más precisamente por parecer triviales.

¿Es posible estar a la altura del amor de una madre?

Es la pregunta-motor de la película. La que me ha rebotado en la cabeza cada vez que estaba escribiendo, planificando o ensayando con las actrices. Eso siempre estaba por ahí de fondo, era la pregunta que me ha ayudado a llevar el timón del proyecto, porque cuando ruedas una película el proceso es tan largo, hay que poner tanta energía, que si no hay una pregunta sobre la que uno quiera pensar o resolver de algún modo, a mitad de camino puedes perder el interés. Yo no tenía la respuesta, pero deseaba que fuera posible corresponder al amor de unos padres. Acabé la película y sigo son saber si hay respuesta. Quizás no deberíamos ni plantearnos si es posible. Evidentemente, no es posible corresponder al amor de los padres [risas]. Es como plantearnos si es posible ser inmortal, ¿no? Algo así... Pero formularse la pregunta es interesante porque significa ponerse en el lugar del otro.

¿Qué le dijo su madre de la película y en qué medida ésta respondía a un impulso de reflejo biográfico?

Más que un reflejo biográfico, al final es un homenaje a mi madre, y a mi padre también. Un homenaje a ese amor incondicional, a todo ese amor que han puesto en mí, y cómo eso se convierte también en una responsabilidad. No lo planteé de inicio así, esto lo pienso ahora, pero creo que hacer la película fue una manera de devolverles algo de ese amor, de corresponderles de alguna manera.

¿Se agotarán alguna vez los clichés que hay acerca del cine de autor en España?

Una de las cosas más bonitas que ha pasado con esta película es que está conectando con muchísima gente, y con muchos jóvenes, porque estoy yendo a proyecciones y a coloquios, y muchos jóvenes se sienten interpelados y de hecho me dicen que a lo mejor no habrían visto la película si fuera de otro tema. Y es una película silenciosa, sutil, de ritmo más lento, poquitos planos y fijos, porque la cámara no se mueve, y en la que durante gran parte de ella aparece un solo personaje y no hace nada de particular. Es decir, es todo lo que alguien podría catalogar como una película de las que aburren [risas]. Pero está atrapando a la gente y yo no puedo estar más contenta. Ha sido una sorpresa que me ratifica y me anima en mi apuesta por mi manera de entender el cine, un cine que confía en el compromiso y la inteligencia del espectador.

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