"La cerveza sin alcohol me aburre muchísimo"
Manuel Domecq Zurita · Ex director de relaciones internacionales de Domecq
Ex director de relaciones internacionales de Domecq, estudió Económicas en Suiza, trabajó para la base de Rota, la Pepsi-Cola por insistencia de Joan Crawford, Urbis y se marchó a México a buscar a su padre, aunque comenzó a trabajar en un banco.
-¿Por qué ha sentido la necesidad de contar sus memorias?
-Le pregunté a Carmen Oteo si contaba con ella para que las escribiera, y sí, conté con ella. Ha sido un proceso de dos años, desde la primavera de 2012 hasta agosto del pasado año en que me puse muy enfermo, y ya luego las redondeamos cuando me recuperé. Pensé que había hecho mil cosas y la autora ha realizado una labor magnífica con esta obra, que costó mucho trabajo también. Me ha reflejado muy bien.
-Con lo que le gusta a usted una conversación, al igual que a Carmen Oteo, si no hubiese sido por ese parón, aún no se hubiera publicado el libro.
-Sí, (ríe). Porque he revivido en cada charla toda mi vida. Nos hemos reído muchísimo.
-¿Las contó a corazón abierto o se ha guardado algo para sí?
-Sí, he contado muchísimas cosas pero de otras no me he acordado o no las he podido poner en pie. No creo que me haya dejado nada fuera de forma premeditada. Aunque pienso que podríamos publicar otro libro que se titulara Lo que no conté en mis memorias, (bromea).
-Usted, en la vida, ha sido permeable a todo lo bueno...
-Y a lo malo. He sufrido muchas cosas que he tratado de olvidar. He sacado lo bueno de lo negativo siempre, que pienso que es una virtud, no lo niego. Creo que he heredado esto de mi madre, que tuvo conformidad y se mantuvo esperanzada siempre.
-Y a su padre, Pedro Domecq González, ¿cómo lo definiría?
-Todo voluntad. 100% vino de Jerez. Era guapo, alto... Él quiso conquistar el mundo con Domecq y la prueba fue México. Mi padre era una copa de Río Viejo, un vino antiguo, jerezano, con historia, llamativo, redondo.
-¿Cree que se le ha hecho justicia a su padre o sigue siendo un desconocido?
-(Silencio). Es un gran desconocido porque nadie piensa en los demás, van a lo suyo. Pero el corazón es el único que responde cuando hay que demostrarlo. En aquella época no fue reconocido porque dio el campanazo de irse a México a trabajar y dejar aquí a una familia. Fue duramente juzgado, y si a eso le sumas que fue un triunfador y que económicamente la bodega en España llegó a depender del imperio que había creado en América, la manera de restar era juzgarlo en el plano personal y moral. No tuvo fronteras ni prejuicios y se fue a cumplir su proyecto. Supo ponerse el mundo por montera y creó un imperio.
-¿Por qué se marchó?
-Porque tenía que hacerlo. Hasta que no lo consiguió, no paró. Sabía llevar la Casa. Fue un momento de expansión brutal, hasta que luego se vendió Domecq. Se desgajaron marcas, vinos y bodegas.
-¿Le duele aún?
-Se destrozó entonces el mercado del jerez, porque matando a Domecq se mataba al resto, es decir, era el reconocimiento de un secreto a voces, la crisis del sector. Esa fue la realidad.
-Ahora parece que el sector está resurgiendo.
-Sí, ojalá, Dios te oiga. Me alegro mucho de ello. Le deseo todo el éxito del mundo porque mi vida ha sido eso. Las cosas auténticas perduran, aunque tengan altibajos. Ha desaparecido Domecq, pero sus vinos no. Y se siguen elaborando con la misma calidad de siempre, como la de hace siglos. Es un gran vino.
-¿Ha sido usted capaz de vislumbrar lo que le podía hacer daño a su familia?
-Sí. Pero creo que la bodega defendía muy bien sus criterios. Había cosas muy feas en los consejos, pero hay trapos sucios que no quiero contar porque supone dejar mal a personas. Mi padre y yo siempre estuvimos en el lado bueno.
-Por prescripción médica hoy no puede beber, ¿cuál es su relación con el vino ahora?
-No puedo tomar vino no por el vino en sí, sino porque no puedo tomar nada estimulante. Voy a cualquier sitio y tomo cerveza sin alcohol, algo que me aburre mucho. Pero como tengo que vivir y me encanta la vida... Pero el vino siempre está presente en mi vida, como cuando viene familia y se toman un aperitivo. En ese momento el único que sufre soy yo.
-¿Le parece raro ver una botella de La Ina o Río Viejo en la que no aparezca la sangre Domecq?
-No me doy cuenta, no hago caso. La marca sigue ahí.
-¿Le gusta la labor que desempeña el Consejo Regulador del jerez?
-Muy buena pregunta. Me parece un sitio estupendo y es un lugar ideal para hacer lo que se hace. Y tenemos la suerte de tener a Beltrán Domecq ahí como presidente. Un muchacho espléndido, inteligente, culto, cosmopolita, trabajador, elegante... Representa lo que siempre se quiso que fuera el vino de Jerez. Su genealogía es Jerez. El Consejo va por buen camino.
-Usted vive en una casa-palacio, la de Camporreal, que pertenece a su familia desde hace 700 años. ¿Es otra justificación en su vida?
-Yo tenía una parte de la casa y compré a la familia el resto. Todo estaba en decadencia y yo por ahí en medio. La casa llegó a mí. Mi mujer, Carmen, y yo la arreglamos. Primero estuvo en la familia por Benavente y luego por Zurita. Mi casa es un poco mi madre.
-De hecho, se merecieron hace años el premio Mesa Xinete a la defensa del patrimonio artístico.
-Sí, pero eso no tiene importancia, es lo espiritual lo que vale. Recibimos visitantes de gente de fuera y jerezanos y me encantaba hacerles de guía, pero ahora me canso.
-Usted, a lo largo de su vida, se ha apoyado mucho en la fe. ¿Encontró por fin a Dios?
-Otra buena pregunta (ríe). Dios fue el gran descubrimiento de mi vida y es el más difícil problema que te puedes encontrar porque no aparece hasta que él quiere. Lo importante es obligarlo a que él quiera presentarse. Se aparece de una vez, totalmente, y ya luego, camino del infierno, del demonio o del cielo. Pero aquí reina él.
-Usted se ha reconocido pecador y que le gustaría ser santo para alcanzar esa santidad.
-Qué más quisiera yo, pero me conozco bien y por lo pronto estoy por debajo de mí mismo.
-De todos sus antepasados, ¿con cuál le gustaría mantener una de sus charlas?
-Sí, hay tres de ellos que me llaman la atención. A uno le llamo el de las patas gordas, que es un retrato de familia que hay ahí, y fue el que hizo la casa; otro es uno muy delgado y el tercero es uno que no dice. Están el que dice, el que no dice y el que no dice nada. Me gustaría conocerlos a fondo, pero los tres se han ido. Son pequeños caprichos míos.
-¿Con qué se ha reído más en esta vida?
-Reírse es un milagro de Dios. La risa ayuda a compensar todo. En el trabajo había muchas cosas que evitaban que te rieras, antes se reía uno menos. Pero la verdad es que he
llorado en la misma medida.
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