“El intrusismo del idioma inglés es insultante”
Eduardo Castro | Académico de Bellas Artes de Granada y periodista
El periodista y escritor Eduardo Castro Maldonado (Torrenueva, 1948) es un experto en lenguaje. Su discurso de recepción como miembro supernumerario de la Academia de Buenas Letras de Granada pronunciado recientemente lo tituló ‘Contaminación, deterioro y empobrecimiento de la lengua’. Eduardo Castro ha trabajado en el diario El País, ha sido delegado territorial de TVE y consejero del Consejo Audiovisual de Andalucía. Como escritor, es autor de diversas obras de narrativa, ensayo y poesía. No se considera un purista del lenguaje, pero sí alguien preocupado por los disparates lingüísticos que observa.
–¿Qué opina sobre la ley que permite eliminar el español como lengua vehicular?
–Antes que nada, la ley no habla del español, sino del castellano y las demás lenguas cooficiales, que a mi entender también son españolas. Y en cuanto al fondo de su pregunta, la llamada Ley Celaá ni atenta contra el castellano, ni mucho menos lo elimina de las aulas. A pesar de no incluirlo como lengua vehicular, la ley garantiza el derecho a recibir la enseñanza tanto en castellano como en las distintas lenguas cooficiales en sus respectivos territorios.
–Y entonces… ¿a qué achaca usted la polvareda política y mediática que ha levantado la supresión de la expresión “lenguas vehiculares” en el texto aprobado?
–Pues a lo mismo de siempre, porque yo no veo el problema por ningún lado. Lo que sí veo son muchas ganas de liarla por parte de la oposición y sus medios afines. Es decir, nada nuevo bajo el sol. Lo triste es que los bulos y las falsas noticias terminan calando a menudo entre los sectores más vulnerables de la sociedad, informativamente hablando. Y eso sí me preocupa.
–¿Cree que debería intervenir la Real Academia de la Lengua en este asunto?
–No sé qué pinta la RAE en esta guerra. De lo que sí creo que debería ocuparse es de combatir el abuso de palabras foráneas en detrimento de las propias, o de organizar cursos y talleres sde formación lingüística contra el leísmo, el laísmo y el loísmo, cuyas reglas nos parecen tan fáciles por estos lares pero que algunos de sus propios miembros desconocen para desgracia de sus lectores.
–¿Es usted un purista acérrimo del lenguaje?
–No, en absoluto. No seré yo quien se oponga a su evolución, pero una cosa es la evolución lógica y natural que, como en el caso de los buenos vinos, sirve para actualizar y enriquecer la lengua, y otra bien distinta dejarse llevar sin criterio ni freno por modas degradantes, barbarismos ininteligibles y tantos disparates lingüísticos como vienen sucediéndose ante la pasividad de quienes tienen la obligación de “fijar, limpiar y dar esplendor” a nuestra lengua.
–¿Qué cree que debería hacer la RAE y no hace ante la preocupante situación que atraviesa nuestra lengua, como denunciaba usted en su discurso?
–Además de lo que he apuntado sobre los leísmos, laísmos y loísmos, que a mí en particular me irritan sobremanera, podía dejar de incorporar al diccionario anglicismos que vienen a sustituir vocablos ya existentes en nuestra lengua. Y cuando se trate de palabras nuevas sin equivalencia en castellano, adaptar al menos su escritura a nuestra propia grafía.
–¿Por eso dijo usted que la influencia del inglés no se circunscribe solo al habla cotidiana?
–Efectivamente, el intrusismo del inglés resulta ya insultante, no solo en el diccionario, sino también en la gramática. De ahí proviene lo que yo he bautizado como “infiniperativo”, la entronización oficial del infinitivo en funciones de imperativo, que es lo que la RAE ha hecho con la aceptación del uso de “iros” en lugar de “idos”. Después vendrá la aceptación de “fijaros” en lugar de “fijaos”, “venir” en lugar de “venid”, etcétera. Hasta que el imperativo termine desapareciendo y coincidiendo siempre con el infinitivo para poner así nuestra lengua a la altura de la inglesa.
–¿Qué culpa tienen las redes sociales de todo esto?
–No sólo las redes, también los medios de comunicación, sobre todo los audiovisuales, incluyendo el cine y la publicidad. Pero sí, en efecto, últimamente son las redes sociales las principales responsables de la contaminación, el deterioro y el empobrecimiento paulatino de nuestra lengua.
–Dijo usted en su discurso que los periodistas radiofónicos y deportivos tenían mucha culpa de pegarle patadas al diccionario.
–No solo ellos, sino también todos aquellos que Amando de Miguel calificaba como “clases cultiparlantes”, incluyendo en ellas a políticos, tertulianos y en general a quienes el sociólogo zamorano consideraba “comunicadores y comunicólogos”.
–Hablaba también de muletillas innecesarias. ¿Hay algunas de moda que le molesten en particular?
–Sobre todo la de responder siempre a las preguntas con “la verdad que” por delante, en lugar de un simple “sí” o “no”. O la superposición redundante de conjunciones y locuciones adversativas como “pero sin embargo”. ¿Por qué no completar la serie con “mas, sino, empero, aunque, no obstante y en cambio”?
–¿Qué siente cuando oye a un político decir que algo necesita la puesta en valor?
–Lo mismo que cuando oigo “etcétera, etcétera” o cuando leo “un largo etcétera”. Me pregunto cuánta cantidad necesitamos o cómo de largo tiene que ser para satisfacernos, cuando un solo etcétera encierra ya en sí mismo todos los quilómetros y millares que queramos. ¿Y por qué “poner en valor” cuando lo que se quiere hacer es “realzar, resaltar, destacar o valorar en su justa medida” las cualidades de algo o los logros de alguien?
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