"Todo está diseñado para que ningún amor pueda durar más de una noche"
Javier Cid | Periodista
Ha perdonado a los críos que hace más de 25 años lo acosaban en su colegio por homosexual: “No es distinto al padecimiento de los gorditos, el negrito o la niña muy alta”, dice. Javier Cid (Zamora, 1979), periodista de El Mundo, se adentra en su segunda novela, Llamarás un domingo por la tarde (Plaza&Janés), tras publicar hace nueve años Diario de Martín Lobo. El protagonista del nuevo libro se queda atrapado en las redes de la soltería en una historia que profundiza en los anhelos y las preocupaciones de una generación que se resiste a afrontar el paso del tiempo.
-Salvo bravuconadas de algún partido, ¿no cree que España ha avanzado una barbaridad en derechos sociales en 40 años?
-Sí, hace nueve años era exótico que un gay como yo escribiera una novela, me llevaron a las teles como si fuera Naomi Campbell. Hoy no soy nadie. Hemos avanzado muchísimo, pero no obviemos las bravuconadas.
-Hable de la tan cacareada promiscuidad gay...
-La culpa es del sistema. Es un infierno en ciudades como Madrid, donde todos los elementos se confabulan en tu contra: redes sociales, aplicaciones para ligar, discotecas, cuartos oscuros... Todo está diseñado para que ningún amor pueda durar más de una sola noche. Y eso es muy duro.
-¿La gente de provincias se va a Madrid por trabajo o busca el anonimato?
-En mi caso, la profesión era lo de menos. Fui a Madrid a exprimir el jugo a la vida; necesitaba marcha, discotecas, chicos, salsa... El trabajo me daba igual, aunque después no me ha ido mal.
-¿Se les ha ido de las manos la celebración del Orgullo Gay o merece ese derroche de vitalidad?
-He tenido temporadas de subirme a una carroza y otras de ser más crítico. En la cabecera va gente que se ha partido la cara por nosotros y han estado en la cárcel. Yo no voy por la vida en tanga y subido en una carroza: trabajo, madrugo, pago impuestos y me cuesta llegar a fin de mes. En el Orgullo hubo ciclos de cine, exposiciones... pero queda muy bien abrir el telediario con un cachas y una boa de plumas.
-Su novela refleja la soledad y el bajón de los domingos por la tarde. Igual hay que cambiar los hábitos nocturnos de los sábados.
-Estamos en ello. Me vine a Madrid a vivirla y si hemos venido a jugar, jugamos. Es verdad que luego los domingos son duros.
-¿Frustra la obsesión por la felicidad?
-Sí, porque cuando logras lo que buscas, vas a por otra, nunca es suficiente. ¿Qué es la felicidad? Tomar café un domingo por la mañana y volver a la cama o ver una película o leer un libro que te emociona o echar un polvo con alguien que te hace ver las estrellas. Estamos obsesionados con grandes hazañas que igual no llegan.
-¿No padecemos un poco síndrome de Peter Pan?
-Sí, estoy con 40 años igual que con 30 o 20, las mismas obsesiones, necesidades, locuras, soledades... Eso en el mundo gay se multiplica y se agrava. Me da grima llegar a los 50 con un cuerpo de gimnasio en la pista de una discoteca. No quiero acabar así.
-Ha dicho: "Con los gais no estoy cómodo". ¿Es aún un colectivo hermético?
-Hay mucho gueto. Fuera de la cama no me termino de entender con ellos. No sé si es por mi ego, no me gusta que me hagan sombra. Mis amigos heterosexuales escuchan fascinados mis viajes y soy el centro de atención. Con 10 gais, soy uno más.
-Aparte de una reverenda estupidez, ¿por qué esa obsesión de algunos por curar la homosexualidad?
-Al menos ya no nos ponen los cables ni nos dan electroshocks. Es una aberración y un delito. Pero la culpa no es de los chavales, sino de los padres. El Obispado de Alcalá realiza esas terapias, aunque las llaman formación para el amor. Que el obispo de Alcalá me dé formación para el amor es el puñetero colmo.
-Rinde culto al cuerpo, es fortachón, ¿los gais enclenques son de segunda fila?
-He sido gordito toda la vida y no me ha ido mal. Hay un culto al cuerpo muy bestia y el estándar de gay es de cachas, tatuado, sin camiseta... Al final los gordos vamos a morir gordos aunque estemos en forma. Es una mierda el culto al cuerpo.
-Blogback mountain era su blog en El Mundo. No le dieron un premio al ingenio, ¿no?
-Cuando lo hice no existían los blogs, tiene mérito. Y me doy por satisfecho con que me dejaran publicarlo. A veces las cosas envejecen mal.
-¿A qué fenómeno atribuye que haya votantes homosexuales de Vox?
-Son chaqueteros, interesados y aprovechados. Votan a un partido que recurrió la ley del matrimonio gay, y luego se casan y llevan a Rajoy a la boda a sentarse con Raffaella Carrà. Es el pinkwashing, aprovecharse de la estética gay para dar imagen de libertad. No se puede estar en misa y repicando. Merecen mi desprecio.
-¿Existe discriminación positiva en los programas de prensa rosa?
-Hay una avalancha de gais que se dedican a eso. Yo sí he sentido en mi caso cierta discriminación positiva porque me han dejado hacer cosas que un hetero no podía. La prensa deportiva también tiene su estereotipo de periodista.
-¿La normalización pasa por figuras como Fernando Grande-Marlaska en lugar de Boris Izaguirre?
-Por figuras grandes o anónimas. No hace falta ser ministro ni un Premio Planeta para poner en el escaparate la realidad gay. Yo la he normalizado con mi vecina de 80 años, pidiéndole la sal, ella ha conocido a mis parejas y está encantada. Marlaska está muy bien y es muy respetado, pero la normalización también se hace en la panadería.
-Cuente un chismorreo: ¿ha sentado a cuerno quemado el libro El director de David Jiménez sobre su ingrata experiencia al mando de El Mundo?
-No voy a contestar porque soy bastante más elegante que él.
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