Pulsión Centrípeta
Clima Social Metroscopia Enero 2019
Sobre polarización, fragmentación: la vida política española parece presa, en esta hora, de una clara pulsión centrípeta. Los distintos partidos y formaciones políticas concentran sus esfuerzos y energías más en subrayar lo que les diferencia (es decir, en separarse) que en buscar y reconocer sus posibles zonas de coincidencia y acuerdo (es decir, en acercarse). Síntoma claro de una generalizada, inquietante y un tanto adolescente crisis de identidad: sólo en la negación del otro parecen poder afirmar la propia razón de ser.
La primera consecuencia tangible de esta dinámica centrípeta es que, en un breve lapso de tiempo, hemos pasado de tener dos grandes partidos nacionales a contar primero con cuatro, y ahora ya con cinco (y quizá incluso, dentro de poco, con seis, según se resuelva la súbita crisis interna de Podemos). Y todos ellos con un apoyo electoral potencial reducido y de no muy distinto volumen, pues, hoy por hoy, los datos disponibles sugieren que quedarían apelotonados entre el 10% y poco más del 20% de los votos.
Una situación inédita en nuestra actual democracia y cuya complejidad se potencia si se tiene en cuenta que algo similar (aunque quizá de forma por ahora menos explícita) está ocurriendo con el independentismo catalán, que tiende, cada vez más, a ser a la vez uno y trino. Un marco político de conjunto que, de cristalizar (sin que cambien, al mismo tiempo, los actuales modos y hábitos políticos) haría sumamente difícil –por no decir imposible– la gobernabilidad del país.
Por ahora, esta fragmentación centrípeta propicia (como corresponde a la dinámica que la impulsa) que los posibles acuerdos y alianzas se busquen más “hacia fuera” que “hacia adentro”: es decir, más en dirección a la periferia del espectro político que hacia su centro. Por un lado, se insinúa una posible gran derecha; por otro, una posible gran izquierda; ambas internamente tensas, incómodas y potencialmente inestables dada la esperable recíproca tendencia de sus integrantes a canibalizarse más que a convivir. Es éste, sin duda, un escenario inquietante pero, contra lo que ahora pueda parecer, no es el único posible.
Cuando la pulsión centrípeta amaine (o alcance su cénit), y el mapa político quede mínimamente estabilizado con una configuración inéditamente fragmentada, quizá sea posible el surgimiento de una pulsión de signo contrario: es decir, la aparición de tendencias centrífugas. Agotada ya la necesidad (e incluso la posibilidad) de seguir vedando terrenos y marcando diferencias, podría ser la hora (al menos para algunos) de dar un giro a su campo visual, reorientando la búsqueda de posibles contactos y acuerdos hacia ese abandonado centro de la escena política.
El esfuerzo por reaglutinar y asentar una gran izquierda, por un lado, y una gran derecha, por otro, sin otra alternativa que el mutuo y permanente enfrentamiento puede acabar resultando más dificultoso y menos rentable de mantener, política y socialmente, que intentar la opción –hoy preterida– de un posible gran centro.
Tras el forzosamente convulso paseo por el maximalismo, podría parecer conveniente un retorno a la moderación, a la negociación –siempre pragmática, siempre con concesiones por parte de todos– y a la búsqueda de salidas a los problemas más por el camino de la integración que por el de la disgregación. Con suerte, este podría acabar siendo el final del actual, convulso, trayecto político en que nuestra sociedad está embarcada.
Que así ocurra depende fundamentalmente (aunque no sólo) de que las formaciones con más anclaje social en el centro político (por el momento, PSOE y Ciudadanos) dejen de darse la espalda y se constituyan en punto de encuentro, y no de partida, de los dos grandes bloques ideológicos que encabezan y que, necesariamente, han de saber encontrarse y cooperar (entre sí y con los del bloque contrario) en las grandes cuestiones que nuestro país necesita afrontar. Esto, que no hace tanto pudo haberse producido, ahora parece muy improbable; pero mañana quizá no.
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