Y no tiene abuela

Crónica personal

Pilar Cernuda

23 de enero 2016 - 06:00

ES difícil calibrar qué anuncio es más disparatado. Si el de Pablo Iglesias exigiendo a Pedro Sánchez ser vicepresidente del Gobierno, más las carteras de Exteriores, Interior, Defensa y Economía para Podemos, y la de asuntos autonómicos para En Comú Podem, o el de Sánchez cuando, tras conocer lo que había dicho Iglesias, insistió en su disposición a negociar con él. La insólita e irresponsable posición de los dos dirigentes, que podrían formar Gobierno a pesar de lo que supone para España y para el PSOE -y que sólo puede impedirla el Comité Federal socialista- ha provocado que el presidente del Gobierno haya decidido aplazar su debate de investidura.

Iglesias se cree el no va más. Como se dice coloquialmente, no tiene abuela. Considera que cuenta con el mejor equipo -por cierto, no mencionó Justicia entre las carteras apetecidas, a pesar de que estaba acompañado por la peculiar juez canaria que ha protagonizado sonoras polémicas por la forma en que ha ayudado a su pareja periodista en distintas ocasiones- , e incluso se permitió el lujo de meter el dedo en el ojo de Sánchez cuando hizo un comentario envenenado en el que dio a entender que con su propuesta de Gobierno de coalición le hacía un favor tras haber obtenido el candidato socialista el peor resultado de la historia de su partido.

Lo que ha quedado claro con la comparecencia de Iglesias, que estaba convocada como rueda de prensa pero fue un mitin puro y duro, es que cuenta con una vanidad superlativa. Ya habíamos visto los últimos días que al líder morado le tienta mucho el dinero, pero en su mitin de ayer puso boca arriba una nueva carta: lo que le priva por encima de todo es formar parte de esa "casta" de la que abominaba. Quiere estar en el Gobierno del PSOE como sea, a pesar de los dardos envenenados lanzados contra los socialistas, como los lanzó contra el PP.

Su palabra queda muy devaluada tras pasar por el filtro de las elecciones: las líneas rojas pueden ser revisadas con tal de alcanzar un pacto que le permita tener despacho en un edificio ministerial; cobrar sólo la cantidad equivalente a tres salarios mínimos no es aplicable a su humilde persona; explicaciones sobre las cuentas del partido no tiene por qué darlas aunque no se le van de la boca las acusaciones de corrupción a los demás y ahora, crecido por el hecho de ser recibido por un Rey al que pretende destronar para proclamar la república -o eso decía-, comparece en público con la misma fanfarria que utilizan políticos que mejor olvidar: rodeado por el equipo de fieles que le ríen las gracias y lo miran embelesados. Una foto que se ha dado con frecuencia en regímenes alejados de la democracia. Como el de su amigo Maduro, al que le gusta ese tipo de escenografía. Sólo ha faltado el Aló vicepresidente, pero si Sánchez sigue empeñado en gobernar con Podemos, todo se andará.

Es todo tan grave, tan sinsentido, tan desesperante, tan decepcionante para quienes pensaban -pensábamos- hace dos años que Sánchez podía levantar un alicaído PSOE, que es mejor tomárselo a broma. Broma de mal gusto. Pero mejor reír que llorar.

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