40 años que cambiaron España

las claves

Aniversario de la Carta Magna. Don Juan Carlos y Suárez pilotaron una Transición ejemplar junto a muchas figuras que aparcaron sus credos ideológicos para anteponer un proyecto común

40 años que cambiaron España
40 años que cambiaron España / Fernando Alvarado / Efe
Pilar Cernuda

01 de diciembre 2018 - 20:35

En los libros de texto los escolares estudian sus artículos más destacados: la monarquía parlamentaria como forma de Estado, la España de la igualdad y de las libertades, la configuración de la España de las autonomías, la regulación de los procesos electorales, las Cortes con sus dos cámaras, Congreso y Senado... Pero no se cuenta la historia que culminó con un texto que cumple 40 años y que supuso la transformación de una España que salía de una dictadura a una plenamente democrática. La España del cambio, el eslogan del PSOE de Felipe González cuando ganó con mayoría absoluta en 1982. Cambio, la palabra que más se ha pronunciado en estos 40 años.

El pasado jueves, en otro acto del 40º aniversario de la Constitución, el rey Felipe reivindicó en la Casa de América el papel de su padre. Hoy, la figura del rey Juan Carlos provoca polémica al punto de que se ha cuestionado su presencia en el solemne acto con el que las Cortes homenajean el jueves la Constitución, presidido por don Felipe y doña Letizia. No se ha confirmado, pero está prevista su presencia.

el motor del cambio

Fue don Juan Carlos quien diseñó la Transición cuando todavía era Príncipe pero Franco ya le había designado sucesor; fue él quien decidió poner en marcha los mecanismos legales necesarios para que sustituir al presidente elegido por Franco, Arias Navarro, al que exigió su cese cuando ya se habían aprobado esos mecanismos. Fue el hoy Rey emérito quien eligió la figura adecuada para ser jefe de Gobierno en esos momentos difíciles, Adolfo Suárez, ex ministro franquista, joven, con experiencia política, y al que sabía capaz de no amilanarse ante la labor ingente que le esperaba, que incluía entre otras iniciativas rompedoras acabar con el franquismo para convertir España en una democracia.

Fue don Juan Carlos, con el visto bueno de Suárez, el que decidió que las primeras elecciones cumplieran los requisitos de las democracias plenas, incluida la participación del PCE, cuya legalización llevaron el Rey y Suárez con el máximo secretismo y se aprobó un Sábado Santo para paliar las reacciones en contra. Dimitió el ministro de Marina, sustituido a las horas aunque varios militares se negaron a aceptar esa cartera en solidaridad con el almirante Pita da Veiga. Y fue don Juan Carlos quien decidió que las primeras Cortes que salieron de las elecciones del 15 de junio de 1977 fueran unas constituyentes; es decir, que redactaran y aprobaran una Constitución.

Hacía sólo año y medio que había muerto Franco y se había conseguido la heroicidad de convertir una dictadura en una democracia. España, tras casi 40 años de dictadura, 40 años de aislamiento internacional, asombraba al mundo. El Rey no tenía agenda suficientemente amplia para atender las invitaciones que de los países más importantes para hacer visitas de Estado, pronunciar discursos en sus parlamentos, o recibir en España a los dignatarios más relevantes. Suárez contaba con su propia agenda y era también agasajado. Los dos, codo con codo, explicaban lo que en el escenario internacional llamaban "el milagro español".

políticos patriotas

Su esfuerzo habría sido vano si no fuera por los políticos que los acompañaron en aquella aventura. El Rey fue recibido al inicio con escepticismo, y la elección de Suárez abundó en esas dudas respecto a la figura de don Juan Carlos, porque empezó a calar la idea de que no iba a cumplir los objetivos marcados y que sus promesas de democracia quedarían en el olvido.

A los pocos meses, con Suárez al frente del Gobierno -le costó nombrarlo, un ex ministro secretario general del Movimiento no generaba confianza- se tomaron decisiones impensables: el regreso gradual de los exiliados incluida Dolores Ibárruri, la Pasionaria, Rafael Alberti y Claudio Sánchez-Albornoz. El Rey recibía en la Embajada española de México a la viuda de Azaña; en sus viajes al extranjero se encontraba con exiliados y emigrantes, lejos de España por motivos políticos o económicos. A todos quería el Rey hacer partícipes del reto que se había marcado.

Lograda la confianza de líderes políticos tras su recelo inicial, aparecieron nombres sin cuya colaboración la Transición no habría sido posible: Suárez, desde luego, pero también Felipe González, Manuel Fraga, Santiago Carrillo, Pujol, Arzalluz, Roca, Joaquín Garrigues, Fernández Ordóñez, Gutiérrez Mellado, Alfonso Guerra, Fernando Abril Martorell, Pio Cabanillas... Una lista muy larga de hombres y mujeres -pocas al principio- que apostaron por una España democrática. El "milagro" no habría sido posible sin figuras que se situaron incondicionalmente al lado del Rey y que apoyaron a Suárez en el proyecto común de cambio. Porque, que no se engañe nadie, la oposición a Suárez fue feroz. Pero en los años iniciales de la Transición en los que la prioridad era aprobar una Constitución, se dejaron de lado los objetivos de los partidos para abrazar una causa común.

La colaboración tuvo su ejemplo más visible al elegir a los ponentes constitucionales, los que redactarían el nuevo texto, entre los que se encontraban desde el conservador Fraga al comunista Jordi Solé Tura, siete hombres que representaban todo el arco parlamentario. Las discusiones fueron duras, broncas con frecuencia, hubo amagos serios de ruptura, incluso unas semanas en las que parecía que todo estaba irremediablemente roto cuando el socialista Peces Barba abandonó la sala de reuniones. Pero imperó el sentido común, el empeño en crear una España nueva y constitucional.

Todos, ponentes y partidos, renunciaron a elementos esenciales de sus proyectos para sumarse a un plan común. La Constitución fue un ejemplo de generosidad sin límite, la defensa de algunos principios a los que renunciaron partidos de izquierda habían provocado la muerte de compañeros. Pero todos estaban de acuerdo en que había que apostar por la reconciliación en lugar de insistir en la ruptura, y ese talante patriótico, aunque la palabra patria había quedado devaluada por el franquismo, logró que aquellas Cortes que aprobaron el texto constitucional dieran prioridad a los intereses de su país frente a los propios y de sus partidos.

El proceso de Transición, el constitucional y los años posteriores, se desarrolló en un clima de generosidad en lo político pero muy complicado en lo social: ETA actuaba con contundencia sangrienta. El Grapo cometía secuestros y atentados que ensombrecían los logros políticos, y sectores enteros promovían manifestaciones masivas aprovechando la coyuntura de cambio para mejorar sus condiciones laborales. Por otra parte, se diseñaba ya la España de las autonomías que recogía la Constitución, que no a todo el mundo convencía porque pensaba que estaba en riesgo la unidad territorial.

Todo ello fue terreno abonado para que en algunos cuarteles se creara un caldo de cultivo de malestar que provocó la intentona golpista del 23 de febrero de 1981. Pero esa noche angustiosa triunfó la España constitucional. Y las noches sucesivas. El texto aprobado masivamente en referéndum fue el referente de la España democrática durante los últimos 40 años. Seguro que debe adaptarse en algunos aspectos a los cambios sociales tras cuatro décadas, pero su columna vertebral, sus principios, son sólidos: la prueba es que se trata de la Constitución con la que se han conseguido los 40 años más estables de la historia de España.

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