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Pablo Iglesias, una fábrica de sueños

El candidato de Podemos ha evolucionado de macho alpha a angelote con un discurso etéreo pero poderoso

Roberto Pareja

21 de diciembre 2015 - 01:00

"Yo también quiero ganar y tengo la derrota tatuada en mi ADN. (...) Y a mí me molesta enormemente perder, no lo soporto. Ni a las chapas. Y llevo muchos años con algunos compañeros en los que nos estamos dedicando, toda nuestra actividad política, a pensar cómo podemos ganar. (...) Yo quiero ganar, no quiero ser el 20%, no quiero ser el 15%. No quiero que mi máxima aspiración política sea arrancarle tres consejerías al maldito Partido Socialista. No quiero ser una bisagra, quiero ganar".

Ese discurso, que Pablo Iglesias finalizó con un "hostias, es que a lo mejor sí que podemos ganar", lo pronunció hace casi dos años, cuando aún estaba en el trampolín una criatura política llamada Podemos, que se ha hecho mayor en poco más de un año y que ha madurado a marchas forzadas entre retortijones de su programa.

Ese hombre de pensamiento gramsciano y larga e irrenunciable coleta (otra cosa son sus piercings y sus pendientes) que tan bien se explicaba en enero de 2014 en el Teatro del Barrio de Madrid ya gozaba de cierta popularidad con su programa de La Tuerka. Fue en El gato al agua, de Intereconomía, donde el lobo feroz de la nueva izquierda se graduó en el dominio del medio como tertuliano ante pesos pesados de la derecha mediática . Su descomunal oratoria cabalga sobre el desencanto de un profesor de Políticas de la Universidad Complutense de 37 años, militante de movimientos sociales y asesor de Izquierda Unida que un buen día se lió la manta a la cabeza con otros profesores universitarios harto del papel de convidado de piedra de la izquierda transformadora que nada cambiaba.

No es por nada, pero de casta le viene al galgo, que es un genuino producto de fábrica (lo de llamarlo Pablo apellidándose Iglesias no es casualidad sino una declaración de intenciones paterna) del que dicen que no tiene abuela (él mismo admite que uno de sus grandes defectos es la arrogancia), aunque lo cierto es que se ha acordado de ella en el mailing electoral("mi abuela me decía que nadie se lee este tipo de cartas. Y tenía razón, porque suelen ser un aburrimiento", rezaba su carta a los electores).

Bolchevique, filoetarra, populista, chavista... Le han llamado de todo. Sus lazos con el régimen de Nicolás Maduro le han pasado buena factura y se han llevado por delante a uno de los guardianes de las esencias de Podemos, Juan Carlos Monedero, que tuvo que bajarse del cohete al tener que hacer una declaración complementaria por los 425.000 euros que cobró por asesorar a varios gobiernos latinomaericanos del eje bolivariano. Y se marchó dando un portazo, criticando la traición al espíritu fundacional y la frescura de Podemos asimilándose a la casta, ese término que ha ido desapareciendo de sus juegos florales verbales.

La audacia del golpe en el tablero electoral que dio en las europeas ha mutado progresivamente hacia posiciones menos radicales, olvidando el impago de la deuda o la renta básica universal que pregonaba, lo que enmarca en el proceso de madurez del partido y que sus rivales reducen a pura incoherencia. Le gusta hablar de Juego de tronos, baloncesto y ajedrez. Y la partida por el poder es larga y fatigosa. Y llegaron las municipales y las mareas de unidad popular auspiciadas por Podemos anegaron las principales alcaldías. Pero Iglesias perdía el tono, más tras su "altamente decepcionante" resultado en Cataluña. Coleta morada salió trasquilado, pero desde entonces no ha hecho más que recuperar terreno perdido, pasando de macho alpha a mimosín, repitiendo en sus mítines que "la ternura es la llave del cambio", que entra en todas las quinielas desde anoche, cuando esa melenuda fábrica de sueños de justicia e igualdad pudo dormir a pierna suelta soñando despierto con su asalto al cielo.

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