Zapatero sortea el dardo de ETA con referencias a Iraq y el 11-M

El candidato socialista mejora su actuación de una semana atrás en el ámbito antiterrorista y mantiene el tipo en economía · Rajoy se impone en política territorial

Zapatero y Rajoy, junto a la periodista Olga Viza instantes antes del debate.
Zapatero y Rajoy, junto a la periodista Olga Viza instantes antes del debate.
Fede Durán

04 de marzo 2008 - 01:00

La capacidad de sorprender no es una obligación, pero ayuda. Tanto José Luis Rodríguez Zapatero como Mariano Rajoy tenían ayer una bonita oportunidad de rebasar sus respectivos guiones para abordar pasado, presente y futuro con algo más de chispa. Prefirieron la sobria seguridad. Una especie de repetición del primer duelo, sí, aunque con matices enriquecedores que condicionaron el resultado final.

Dos han sido durante cuatro años los filones del desgaste del PP desde la oposición: ETA y los estatutos. Si en el segundo caso el presidente mostró nuevamente lagunas y silencios (ni una palabra sobre las multas a quienes rotulan en castellano en Cataluña), en el primero se destapó como un hábil jugador. Obvió a De Juana, Otegi o ANV -más bises respecto al lunes 25-, pero trasladó la contienda al terreno movedizo de Iraq y el 11-M. Rajoy, inusualmente cándido, picó y consumió gran parte del tiempo asignado en rebatir cuestiones que los ciudadanos ya votaron en 2004.

La manga arrancó con una asignación de roles fidedigna y repetitiva. Zapatero amable, acaramelado, voluntarioso. Rajoy mordaz, rapidísimo en la exposición, bien instruido en el arte del control del turno. Zapatero interrumpía. Rajoy mantenía la calma. Dos lunes en uno.

Recortó distancias el aspirante del PP en el bloque económico, sin llegar a imponerse. Recurrió al pesimismo de los últimos meses, citó al Financial Times para darle a Zapatero un par de cucharadas de su propia medicina tras el desliz de Elorriaga, e insistió en bajar los impuestos y recortar las desigualdades entre ricos y pobres, presuntamente amplificadas con el PSOE. También preparó una pequeña emboscada de consecuencias nefastas: preguntó a su rival cuál fue la primera cuestión que le planteó en el Congreso, allá en la prehistoria de la legislatura. ¿Economía, verdad? Pues no. ZP había sido previsor y llevaba encima la chuleta.

Bloque dos. Políticas sociales. Rajoy se agarra a la postal del mal inmigrante. Cita a algunos ministros europeos muy enfadados por aquella regularización del Ejecutivo socialista. Habla de los derechos que birlan a los españoles. Entra por segunda vez en un barrizal y despeja el camino a un Zapatero que, sin estar excesivamente lúcido, anota en la pizarra el caudal que la comunidad extranjera aporta al país.

La machacona rutina del formato, la compresión de los segundos y quizás la tensión del plató desinflaron algo al líder popular, quien todavía contaba con la inagotable cantera estatutaria para prolongar el rififarre en los asaltos donde los puntos valen oro. Mejoró con una receta sencilla, basada principalmente en la política lingüística de la Generalitat, y procuró compensar sus posibles excesos de cara a los propios electores catalanes con una colección de desaguisados de autoría socialista que incluía el desplome del Carmelo o la muy cómica vicisitud del AVE en su peregrinaje a Barcelona. Su croché más doloroso llegó disfrazado de oferta: "¿Se compromete usted a apoyar la creación de una ley que garantice a todos los españoles que sus hijos podrán estudiar en castellano vivan donde vivan?" El silencio de Zapatero fue la confirmación de su derrota parcial.

Para recuperarse, nada mejor que otra comunidad, Andalucía, donde resolvió "la deuda de 2.500 millones" que Madrid se negaba sistemáticamente a pagar cuando Aznar habitaba Moncloa. "Decían que no al Estatuto andaluz hasta que se dieron cuenta de la magnitud de su error", añadió el presidente. "Me he recorrido esta tierra estos cuatro años y he ayudado al máximo" a su progreso, alegó Rajoy.

Fase final. Retos de futuro. El índice de sopor peligrosamente elevado. El popular ataca por el flanco educativo. Más autoridad para el profesor. Más esfuerzo para aprobar. Un montón de informes y estadísticas que prueban lo mal que están las cosas. Z recita de memoria las becas concedidas y por conceder, el triple eje matemáticas-inglés-lectura, el retraso histórico de España, causa de todos los males. R le recuerda que Polonia o la República Checa suman menos años de democracia y superan el nivel patrio. Tocan la vivienda, el I+D y las infraestructuras. Son los últimos coletazos del debate, que languidece como una colilla mal apagada [en la despedida, sorprendentemente, Rajoy recupera a La Niña].

La previsibilidad y el aburrimiento condenan casi siempre al empate. Si en el primer combate por la corona de los pesos pesados Zapatero pareció más desencajado, anoche subió al ring con ganas, encajó menos de lo que presuponían los chamanes del PP y repartió la misma estopa que siete días atrás. Las piernas no le fallaron pese a su mutismo en algunos de los ejes de Estado. A Marioano Rajoy corresponde la torpeza de no haber explotado (y amortizado) sus defectos.

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