El 'efecto Rivera' se diluye
Una mala campaña y la ambigüedad del partido naranja pasan factura al líder catalán que se estrenó como el chico de moda de la política española
La noche fue "histórica" pero no para Albert Rivera. Horas antes de conocerse el escrutinio, el candidato de Ciudadanos a la Presidencia del Gobierno se mostraba "encantado" ante la prensa. Y lo hubiera sido si las expectativas generadas no hubieran sido tan elevadas. Pasar de 0 escaños a 40 es una victoria si tomamos como referencia el punto de partida de hace cuatro años: una formación con apenas un lustro de vida que no competía en el tablero nacional. Pero lograr 40 diputados cuando había sondeos que situaban al partido naranja en segunda posición, compitiendo directamente con Rajoy, también es un fracaso.
Lo cierto es que Rivera ha ido de más a menos, justo a la inversa que sus rivales directos. Se estrenó mal en las autonómicas de marzo cuando nos dijo a los andaluces que nos iba a "enseñar a pescar" y, ahora, dos semanas de mala campaña han sido suficientes para desactivar el efecto Rivera.
Llegó pulverizando todas las encuestas y situándose como el político mejor valorado. Su decepcionante participación en los debates televisivos, la ambigüedad de la formación en temas clave del debate público y la falta de claridad sobre el papel que el partido desempeñaría en la política de pactos le han pasado factura.
La equidistancia tiene un precio y también la indefinición. Buena parte de la carrera al 20-D se la ha pasado contestando preguntas aparentemente tan sencillas como si Ciudadanos es de derechas, de izquierdas o de centro. Si se puede ser todo y nada a la vez. Y no son pocos los que le han criticado que haya querido ser como la Santísima Trinidad -que pueda apoyar al PP en Madrid y al PSOE en Andalucía y que no tenga coste- y que haya aprovechado la propia indefinición del "centro" de forma oportunista y populista.
La centralidad que defiende en política podría extenderse incluso a su propia personalidad. No se entiende si no cómo es posible que cautive por igual a la prensa rosa y a medios internacionales como The Economist que han llegado a respaldarlo públicamente . Dejando a un lado los nervios y la falta de elocuencia con que sorprendió en el debate a cuatro de Atresmedia, amigos y compañeros confirman el talante sosegado, prudente y sobrio que Rivera explota en su imagen pública. Esa imagen de político creíble y de fiar que se pondrá realmente a prueba a partir de mañana cuando tenga que descubrir sus cartas para facilitar la gobernabilidad.
El pasado 15 de noviembre cumplió los 36. Estuvo más de una década casado con una psicóloga, con la que tiene una hija, y ahora ejerce de padre responsable junto a su nueva pareja, una joven azafata que comparte con el político catalán su pasión por las motos, el deporte, la música y los viajes. Superada la difícil separación, encarna también el perfil de yerno sensato y moderado que cualquier madre podría desear. Es el hijo único de una pareja de comerciantes (él barcelonés; ella, malagueña) que se han ganado la vida como tantas familias de la clase media: en su caso con una tienda de electrodomésticos en la Barceloneta. Fue campeón de natación de Cataluña a los 16 años, se licenció en Derecho, habla inglés, se fue de Erasmus a Finlandia y es, como Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, de esa Generación EGB que se ha propuesto "regenerar el país" y abrir una "segunda transición".
Después de trabajar varios años en La Caixa y ganarse la vida como letrado en su propia asesoría jurídica, en 2006 dio el salto a la política con la fundación de Ciudadanos. Lo hizo desnudo. Literalmente. Ciutadans-Partit de la Ciutadania inició su andadura en septiembre de 2006 con un gran acto en el Palau de Barcelona. El entonces candidato a la Generalitat posó para el cartel sin más protección que sus dos manos sobre los genitales: "Ha nacido tu partido. Sólo nos importan las personas. No nos importa dónde naciste. No nos importa la lengua que hablas. No nos importa qué ropa lleves".
De momento, su papel de "chico de moda" no le ha servido para hacer cien por cien realidad la elocuente frase con que irrumpió en la escena nacional de "imposible es sólo una opinión". Ni tampoco para liderar el "cambio sensato" y "sereno" con que ha buscado su espacio en el Parlamento multicolor que ha resultado del 20-D. Eso sí, tiene las llaves. Unas de ellas. El decisivo papel que los radicales de la CUP están ejerciendo en Cataluña lo podrá asumir Albert Rivera desde su perfil de político centrista y moderado. Su desafío ahora es demostrar si realmente está comprometido con la gobernabilidad del país. Porque su apoyo es clave tanto para facilitar un ejecutivo liderado por Rajoy como por Sánchez. Para la continuidad o para el cambio. Para un gobierno de izquierdas o de derechas.
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