Mucho ruido y muchas nueces

Tablas. Un buen debate, disputado, sin claro vencedor. Rubalcaba arriesgó más y Rajoy jugó a no perder. El jefe popular evita la sorpresa y consolida su ventaja

Los candidatos y el moderador cuando llegaban al plató.
Los candidatos y el moderador cuando llegaban al plató.
Ignacio Martínez

08 de noviembre 2011 - 01:00

LOS dos son madridistas, pero en el arranque de anoche sólo lo parecía Rubalcaba, siempre al ataque jugando en campo contrario, por oleadas, con regates y lanzamientos de falta. Rajoy estuvo a la defensiva. Eso sí, con orden y oficio. Parecía del Levante. O del Racing de la época de Maguregui, sustituyendo el autobús por los cinco millones de parados o por lo que el PSOE no ha hecho en estos cuatro años, o por lo que los socialistas hicieron ¡en 1992! Ambos empezaron nerviosos y cometieron errores. El principal desliz de Rubalcaba fue que repetidamente dio por seguro ganador a Rajoy, como cuando aseguró que iba a bajar las prestaciones por desempleo, que ya lo veríamos. La mayor debilidad de Rajoy ha sido leer una y otra vez, a veces descaradamente, el texto que se había traído escrito de casa. Ha mirado mucho más a sus papeles que a Rubalcaba.

Pocas propuestas precisas, de uno u otro. La de Rajoy es que no congelará las pensiones, que garantiza su revalorización. Las dos de Rubalcaba han sido eliminar las diputaciones y reducir el tamaño del Ejército. Rajoy hizo una defensa cerrada de las corporaciones provinciales, con el argumento de que los pequeños pueblos las necesitan, y añadió que sólo tienen 3.000 millones de euros de deuda. Se olvidó, o quizá lo ignora, que cuestan al año 22.000 millones. El argumento de la austeridad a ultranza no llega para el jefe popular a estas instituciones, calificadas por Rubalcaba de preconstitucionales.

Los dos han sido vicepresidentes del Gobierno, pero Rajoy empezó más institucional, más calmado. Se le notaba mucho la ventaja en los sondeos y la lejanía de la cita electoral, dentro dos semanas. También su experiencia en estas lides, de los dos debates de hace cuatro años. La compostura no evitó que Rajoy le dijera a su oponente mentiroso e insidioso o que hiciese como que se equivocaba para bautizar a Rubalcaba como Rodríguez, en sibilina alusión al desaparecido ex presidente Zapatero. Se había dicho que el registrador de la propiedad vendría al debate como el buen opositor que fue, con todas las lecciones aprendidas, pero ese principio quedó en entredicho al necesitar la muletilla permanente de los textos leídos.

Hacia la mitad del debate empezaron a perder los papeles y a interrumpirse uno a otro. Se cortaban e interpelaban sin consideración, pero enseguida recuperaron la calma. En el capítulo de coincidencias, los dos llevaban corbatas celestes; Rubalcaba con lunares, mal pinzada por el micro, y Rajoy lisa, más elegantemente sujeta por el suyo. El jefe del PP, con camisa blanca y el socialista con una de un gris azulado, que hacía juego con el color de fondo del plató. Las dos camisas con botones en las mangas; nadie osó utilizar unos gemelos.

Los dos han sido ministros de educación, pero Rajoy hizo más hincapié en este capítulo que el jefe socialista, que prefirió gastar su artillería pesada del Estado del bienestar en la sanidad, convencido de que el gobierno que viene privatizará el actual sistema público. Como argumento principal, Rubalcaba culpó a los gobiernos del PP en las autonomías de estar privatizando la educación y la sanidad. Rajoy hizo una apuesta por la enseñanza bilingüe desde la infancia.

En el capítulo de las coincidencias, ambos estuvieron de acuerdo en que hay que cambiar los horarios en este país, no para trabajar menos, sino para ser más eficaces. Y para conciliar mejor la vida laboral y familiar. Nueva coincidencia: Rajoy y Rubalcaba piensan que las mujeres concilian más y mejor que los hombres.

Otra coincidencia ha sido el fin de la banda terroristas ETA y el necesario consenso que el jefe del próximo Gobierno y el de la oposición deben tener después las elecciones. Ambos han sido ministros del Interior, pero fue Rubalcaba el que sacó la seguridad a pasear, para lanzar una pedrada a su adversario: el año récord de inseguridad fue 2002, cuando el candidato popular estaba en el Ministerio. Rajoy no se arrugó y dijo que, al contrario, fue el 2009, con el candidato socialista en el cargo el año que la Fiscalía señala como de mayor número de delitos.

Rajoy no paró de recitar los errores de Zapatero en la negación de la crisis y de su alcance. Puso especial énfasis en el descontrol del gasto público. Rubalcaba en el arranque fijó como inicio de la burbuja inmobiliaria la ley del suelo del PP de 1998. Y repitió machaconamente que ese fue el principio del aumento del precio de las vivienda, y de la espiral de hipotecas, muchas de las cuales han acabado impagadas. Rajoy se defendió bien, leyendo las cifras de viviendas visadas en los años 2004, 2005 y 2006.

En general, el jefe popular abusó de las cifras. Lluvia de cifras, leídas a la velocidad del rayo, que resultaba difícil digerir. Rubalcaba repitió sus conocidos propósitos de subir los impuestos a las grandes fortunas, a los bancos y al alcohol y el tabaco, pero siguió sin precisar en cuánto se pondrían. La acusación de ambigüedad es reversible. Rajoy, haciendo honor a esa misma ambigüedad repitió la letanía de confianza, cambio y creación de empleo. Y lo justificó por la experiencia de su partido.

Nada se dijo de la corrupción por parte de ninguno de los contendientes, ni en el capítulo inmobiliario, ni en ningún otro. Fue Rubalcaba el que sacó el tema del matrimonio homosexual, sin conseguir que Rajoy dijese qué iba a hacer con esta ley cuando llegue al Gobierno. El jefe popular sí dijo que había sido partidario de que se llamase unión en vez de matrimonio, como pasa en países como Alemania, Francia o el Reino Unido.

Tampoco fue posible el acuerdo en materia de reforma de la ley electoral. Y eso que la única oferta que planeó sobre el debate fue una muy suave: poner listas abiertas, para que los ciudadanos pudiesen elegir a las candidatos. Rubalcaba hizo el ofrecimiento, que no mereció respuesta del seguro ganador de las elecciones.

La sensación final es que el candidato socialista ha desaprovechado su única oportunidad de dar un vuelco a la opinión pública sobre el resultado electoral. Arriesgó más, fue más incisivo, pero no ganó el debate a Rajoy, que impuso su experiencia y su apuesta por no perder. Sorprende que no se sintiera cómodo en el papel de retador un orador de la maestría del socialista.

La estrategia de Rajoy ha resultado rentable. Este combate en tablas deja decidida la carrera electoral en favor de quien lleva una ventaja sideral en las encuestas. Rajoy cometió pocos errores. Pero uno monumental afecta a Andalucía. Para presumir de lo bien que la conoce la región colocó a las sevillanas Cazalla y Constantina en la provincia de Cádiz. Le costará una penitencia.

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