Las claves
Pilar Cernuda
Ribera, indispensable para Sánchez
España es definitivamente un país raro: se incrementa la preocupación por la llegada de inmigrantes aunque las cifras ni la convivencia respaldan esos temores. Y se afirma que ETA está más viva que nunca aunque empíricamente está demostrado que desapareció hace diez años. O sea, que el debate político se ha desacoplado definitivamente de la verdad. Esa desagregación de los hechos convierte la acción política de quienes así actúan (la derecha clásica y la ultraderecha) en un Quimicefa: un jueguecito con tubos de ensayos y productos químicos muy popular en la España de los ochenta que nunca produjo una fórmula eficaz aunque el uso de los productos era potencialmente tan tóxico y peligroso que fue retirado del mercado. El Quimicefa desapareció. En cambio, el mercado de la política sigue remunerando bien tales despropósitos.
La política debería estar hecha con materiales reales, tangibles, con cosas que existan, que sean de verdad o lo más parecido posible a la verdad. Materiales nobles, si es que eso fuera posible. La inmigración lo es. Es una crisis global. No es un fenómeno que nos afecte en exclusiva a los pobres españoles ni es consecuencia de la mala gestión ni del Gobierno actual ni del PP cuando gobernó. De lo que sí son responsables es de la forma en que cada uno la afronta. También son material de primera los compromisos adquiridos por ser miembros de la UE, que obliga a que los ciudadanos de todos los países miembros disfruten de los mismos derechos y eso incluye a los libres y a los presos. Pero no nos engañemos, vayamos camino de "la ciudad doliente" y crucemos la puerta con Dante y Virgilio: "Abandonad toda esperanza". Está demostrado que en estos tiempos es más rentable lo contrario: amasar bulos y falsedades y, a la vez, construir un ecosistema que ampare y expanda esa política de todo a cien. ¿Quién demonios se leerá el segundo párrafo?
El PP también ha sucumbido a la tentación populista. No merece ser definido de otra manera cuando se conduce como lo hace. Si uno de los elementos definitorio del populismo es decirle a la gente lo que quiere oír y prometerle lo que quieren que se les prometa, el debate de esta semana en el Congreso es un ejemplo canónico de esa secuencia. Eso ha hecho el PP y, por supuesto, Vox en los ratos libres que le dejan sus purgas internas. Es facilísimo decirle a la gente que ETA sigue viva y que merece todo el odio de los españoles de bien (esa pulsión patrimonialista de la dignidad y el dolor merece capítulo aparte). Partidos dolientes frente a otros insensibles cuando no cómplices. Lo que es mucho más complicado es explicar que en cumplimiento de una directiva comunitaria se pretende homogeneizar el cumplimento de las penas de cárcel en todos los países miembros con el objetivo de que un reo no cumpla condenas en diferentes estados por el mismo delito. Y más difícil aún es explicarle a los españoles que un fallo en cadena del PP –partido, grupo parlamentario, grupo del Senado, etc– los dejó en ridículo. Se comieron un texto que o no leyeron o no comprendieron. Nadie hizo su trabajo. Debe ser que cuando se dedican tantas energías a resucitar a una banda terrorista no se está centrado en lo importante.
No hay un solo dato que demuestre o haga sospechar de un acuerdo secreto e inconfesable del Ejecutivo con el entorno de la banda, como no existe indicio alguno de que la banda siga existiendo. Es más sencillo, pero la verdad no sirve al propósito. Una mayoría parlamentaria con Rajoy de presidente introdujo una disposición adicional por la que excluía del beneficio de la directiva europea a 69 terroristas y ahora con otra mayoría parlamentaria se ha aprobado una enmienda de Sumar eliminando esa restricción. Y se ha aprobado. Aunque el PP no se haya enterado y haya decidido prenderle fuego a Roma para tapar su impericia, para ocultar el hecho de que el 17 de septiembre un diputado de su grupo había defendido la aprobación de la ley que conmutaba las penas y para que nadie caiga en la cuenta de que sus eurodiputados también habían apoyado la norma.
Por cierto, casi 40 años después de entrar en la UE, aún hay partidos que no saben que España también es Europa. Cuando Europa se porta mal en función de la proyección del tema en clave nacional y condicionado a sus particulares intereses partidistas, aún en algunos debates se habla de España como si no fuera de la UE, como si se tratara de un cuerpo exógeno. Esas frases repetidas como “Europa nos impone”, dan escalofríos.
Se puede estar de acuerdo o no con la directiva y sus efectos, ese es un ejercicio que forma parte de la política lógica y real: el disenso. Pero no se puede decir que ETA existe, que sus presos van a quedar en libertad y que esto ha sido una treta del Gobierno pisoteando la memoria de los asesinados y la dignidad de las víctimas. No, por más que nos afecte lo que hicieron los terroristas y nos repugne que ese entorno nunca haya dado muestras de arrepentimiento ni haya pedido perdón. Ese material no es bueno. Es filfa política. Y lo saben perfectamente.
Como ese acto impresionante que evidencia cómo se han sobrepasado todos los límites: Tellado en el Congreso exhibiendo una foto de algunos socialistas asesinados por ETA. ¿Cuál es el subtexto de esa acción política? ¿Quiere decir que el PSOE ha traicionado a las víctimas, como ya le dijo Rajoy a Zapatero? ¿Que a los socialistas no les duelen los asesinados por ETA? Una foto de los asesinados socialistas. Esa conciencia reduccionista que insinúa que hay muertos y muertos. “Sus” víctimas, las víctimas socialistas. Las únicas con alguna posibilidad de causar dolor en el Gobierno. Como si todas las víctimas no fueran cosa de todos. Como si los asesinados por ETA merecieran una consideración u otra atendiendo al carné del partido que llevaban en la cartera cuando los terroristas les descerrajaron un tiro en la nuca. El portavoz parlamentario del PP cada vez se parece más al célebre Belauste, el jugador del Bilbao en los Juegos Olímpicos de Amberes: “¡ Pásamela a mí Sabino, que los arrollo!”. Es obvio que no está Tellado para subtextos ni finuras. Solo sirve para arrollar.
El otro asunto, la inmigración. Pues igual. El PP –un día, sí; y otro, con matices– y Vox sostienen que vivimos en un país tomado por los inmigrantes irregulares.
En 2001 se registraron (las estimaciones son mayores que los registros) 4.969 inmigrantes irregulares. En lo que llevamos de 2024 han entrado 35.456. Son datos del Ministerio del Interior. Una invasión no parece. Tanto Aznar, como Zapatero y Rajoy hicieron regularizaciones. Ahora una Iniciativa Legislativa popular avalada por más de 600.000 firmas y casi mil organizaciones, que está tramitándose en el Congreso con el apoyo de todos los grupos salvo Vox, corre el riesgo de dormir el sueño de los justos por el desacuerdo para el reparto de menores no acompañados que han llegado a las costas canarias. Las posiciones ultras –que contaminan intermitentemente al PP genovés no exactamente a los regionales– han logrado eliminar los matices y simplificar el debate sobre la inmigración. Vincularlos a las violaciones, los robos, la inseguridad e incluso a los problemas de los españoles para encontrar un empleo ha obrado el cambio: ya es la cuarta preocupación de los ciudadanos según el CIS. Una preocupación construida artificialmente sobre la nada. Un buen ejemplo de cómo una mentira se convierte en verdad estadística y en gasolina electoral. Ya vamos camino de tener el problema que no teníamos con los inmigrantes.
Quienes defienden la necesidad de una inmigración regular, organizada y productiva centran sus apelaciones en los motivos funcionales e indiscutibles respecto al sostenimiento del sistema y la mejora de la natalidad. En ese camino pragmático pero cierto, vuelven a diluirse los elementos sustanciales: es un hecho irrefrenable y que hay que gestionar y sobre todo que seguimos hablando de seres humanos. Por no mencionar a las 5.000 criaturas que el Gobierno canario gestiona como puede. Las apelaciones humanistas no sirven de nada cuando después se vota contra ellas.
Estas prácticas construyen un tipo de democracia u otra. Erdogan, considerado un neoautoritario por Michel Duclos (alcanza el poder en unas elecciones pero gobierna con métodos no democráticos), llegó a decir que la democracia es un tranvía “que te lleva a donde quieres ir y después te bajas”. En su último libro, La guerra de las palabras. Glosario de la política contemporánea, Harold James trata de fijar el origen y el significado actual de los términos políticos clásicos, todos deformados hasta el punto de quedar desnaturalizados, tal es el huracán que sitúa a las grandes formaciones más allá de sus lindes. Partiendo de la disputa entre socialismo y capitalismo a comienzos del XIX por la propiedad de los medios de producción, James alcanza el siglo XXI y afirma que hoy esa batalla se traslada al control de los datos y su uso: “La gestión del suministro de información fiable y en tiempo real plantea hoy nuevas posibilidades no solo para una verdadera coordinación macroeconómica global, sino también para una mayor legitimidad democrática”, afirma. La pregunta es cómo confiar en que gestionen los datos –el nuevo oro–, la información fiable y su uso los partidos que se dedican a hacer política con datos falsos. ¿Quién vigila por el juego limpio y los intereses ciudadanos?, ¿el vigilante que obtiene rentabilidad política por el uso de la falacia?
El amanecer tardío y prolongado que padecemos los españoles respecto a los contornos del rey emérito son responsabilidad de la política y el periodismo. Errores. Hijos de una coyuntura en la que se tapaban las correrías del monarca apelando a razones mayores de Estado. Pero el debate hoy no tiene ya medio pase. No hay motivos ni es posible hurtarle a los españoles el conocimiento riguroso de muchas cosas que ocurrieron. Las grabaciones de Bárbara Rey –incisiva entrevistadora– exhiben a un Rey incauto rendido a sus encantos, frívolo y lenguarón. Visto con perspectiva, ofrece serias dudas sobre sus capacidades, más allá de la celebrada campechanía. No sabíamos hasta ahora que preferíamos la sobriedad del hijo que la llaneza del padre. No interesan más que a los adictos al morbo sus enredos de cama, pero sí pertenece al interés general saber cuál es el alcance del silencio del general Armada, al que alude respecto al golpe de Estado del 23-F; y cómo se destinaba dinero público a tapar sus revolcones extramatrimoniales. Los españoles nos hemos hecho mayorcitos. Que no sigan tratándonos como a púberes a los que hay proteger.
El ex ministro y ex secretario de organización del PSOE está cerca del banquillo de los acusados. La UCO, de la Guardia Civil, considera que su “vinculación directa” con el empresario Víctor de Aldama, quien hacía negocios junto a Koldo García, el asesor del ex ministro, mediante consiguiendo contratos públicos (mascarillas y otras hierbas) lo sitúa en el eje de la trama. Pisos pagados por la organización y otros escándalos y escandalillos jalonan los últimos años de la trayectoria de Ábalos. Lo que no se explica es por qué el presidente del Gobierno decidió rehabilitarlo metiéndolo de nuevo en las listas del PSOE tiempo después de destituirlo como ministro. Esa explicación está pendiente.
Vox no es un partido homologable a los del resto del arco parlamentario. No tienen sistemas de elección interna (participación) porque eliminaron sus primarias, que hasta el militante mas listo puede hacer el tonto votando a quien no conviene. Así que las direcciones provinciales se eligen a dedo. Abascal acaba de destituir a Rocío Monasterio, quien ha terminando dimitiendo también de su cargo en la Asamblea de Madrid. Con las barbaridades que decía habitualmente, creo que la política está mejor sin Monasterio. Lo que no se entiende es que sea en el momento de su defenestración cuando cae en la cuenta de que en Vox no hay democracia interna. ¡Alma de cántaro, como si su carrera política no hubiera estado marcada por el ADN del partido de la ultraderecha! Igual dentro de poco se entera que Vox ya ha traspasado nueve millones a la Fundación Disenso, que controla Abascal, o que el banco húngaro del Gobierno de Orban es el financia al partido.
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