La puntilla de ETA
Muere Alfredo Pérez Rubalcaba
Rubalcaba será recordado mayormente como uno de los grandes artífices del punto y final de la pesadilla etarra
Tras el cese de la violencia, adelantó a la banda que no iba a negociar la disolución y que iba a acabar como los Grapo
Buena parte de los españoles lo recuerdan como el ministro del Interior que le dio la puntilla a ETA, pero Alfredo Pérez Rubalcaba nunca se quiso poner medallas y siempre repartió los méritos. "Todos los Gobiernos buscaron un final dialogado, algo que no fue posible porque la organización terrorista siempre trató de imponer sus condiciones".
También tenía muy claro que la banda siempre aprovechaba los periodos de tregua para rearmarse y que el Estado siempre mantuvo la dignidad y nunca se plegó mínimamente a las exigencias de los encapuchados.
Y que las concesiones no fueron más allá de las dialécticas, como la de José María Aznar al llamar a ETA "movimiento vasco de liberación". Primera, y última, vez en la historia de España en la que todo un presidente del Gobierno aludía con desconcertantes eufemismos a los pistoleros.
Su primer aldabonazo en el marco de la lucha antiterrorista llegó de la mano del yihadismo. "España se merece un Gobierno que no le mienta", fue la rotunda frase que dejó para la historia dos días después de los atentados islamistas del 11-M, en la jornada de reflexión de las elecciones generales de marzo de 2004. Era el jefe de campaña del PSOE y no fueron pocos los analistas políticos que le atribuyeron un papel decisivo en la inopinada victoria de José Luis Rodríguez Zapatero en esa dramática recta final de campaña.
Releva a Alonso en Interior
Se forman las Cortes y ejerce como portavoz del Grupo Socialista en el Congreso, una etapa en la que obviamente se las tuvo tiesas con su homólogo del PP, Eduardo Zaplana, un feroz rival con el que a pesar de los pesares edificó una fantástica amistad. Los encontronazos (políticos) con su colega se prolongan hasta el 11 de abril de 2006, cuando Rubalcaba releva a José Antonio Alonso al frente de la cartera de Interior, en la que hizo una impagable labor en la lucha antiterrorista hasta el punto de enterrar tacita a tacita, detención a detención, al monstruo en el jardín del olvido.
Siempre ha sostenido que el Estado nunca perdió el paso y que el epílogo de ETA lo escribieron tres plumas: la política, la policial y la judicial, en connivencia con un descenso gradual del apoyo social de la banda, que era vista con cierta simpatía y hasta complicidad desde la izquierda por su pulso al régimen franquista. Hasta que con la democracia se le cayó la careta y se reveló como una secta vesánica dispuesta a llevarse por delante a todo el que no se plegara a sus exigencias.
La buena gestión de la lucha antiterrorista -en abril de 2009 se jactaba, tras una operación en la que fueron detenidos el jefe del aparato militar, Jurdan Martitegi, y otros ocho presuntos etarras, de que en seis meses habían caído tres jefes de la banda y dos comandos preparados para la acción- llevó a Rubalcaba a acumular un inmenso poder.
Ya formaba parte del núcleo duro del Gobierno, y con la última remodelación -en octubre de 2010, la tercera en dos años y medio- del Gobierno de Zapatero se convertía en la mano derecha del jefe del Ejecutivo al asumir la vicepresidencia primera, al tiempo que se afianzaba al frente de Interior, donde ya gozaba de reconocimiento por sus éxitos contra ETA -en 2010 se habían producido más de medio centenar de detenciones-. Empezando por el del jefe: "Rubalcaba tiene unas cualidades muy notables y me parecía muy conveniente que mantuviera esa cartera, por los éxitos y por el momento tan decisivo que tenemos para avanzar hacia el final de la banda terrorista ETA". Estaba en lo cierto. al cabo de un año se evidenciaría que Zapatero tenía mucha, toda, la razón.
Choque con Otegi
Fino y rápido orador, en julio de 2011 le replicaba al ex portavoz de Batasuna Arnaldo Otegi que "ETA no estorba, ETA mata, que es muy distinto", saliendo al paso de las declaraciones del líder batasuno sobre el cambio de estrategia de la izquierda abertzale, que viraba (haciendo de la necesidad virtud) de la vía político-militar a la democrática, porque -decía- la violencia "sobra y estorba". "No sé si la palabra estorbo es la mejor para ETA; ETA no estorba, ETA mata, que es muy distinto; moralmente, absolutamente distinto. Es por eso por lo que tiene que dejar de existir", replicó al vocero etarra.
Tres meses después, los terroristas claudican y anuncian el "cese definitivo" de la violencia y emplazan (en balde) a España y Francia a abrir un "proceso de diálogo directo". Rubalcaba le concedía un papel secundario a la banda. "El protagonista es el Estado de Derecho. Porque ha ganado. Ha ganado la democracia y han ganado las instituciones", proclamaba jubiloso el entonces candidato a la Presidencia del Gobierno en las elecciones generales del 20-N de 2011: le esperaba un mal, pésimo, terrible, día. La mayoría absolta del PP estaba servida.
¿Días malos? Estaba más que curtido. Rubalcaba los acumulaba por decenas: "Me acuerdo de cada funeral, del olor de las flores, de los llantos y las caras de las madres y de las esposas, eso es lo peor porque al final siempre te sientes responsable, es inevitable", se lamentaba modesto.
Para rematar la faena y que ETA desapareciera para siempre, adelanto al leviatán que no debía alucinar con una negociación. "La banda etarra tuvo su oportunidad. No supo aprovecharla. Así es que no va a terminar su aventura terrorista como el IRA, sino como los Grapo". El momentazo llegó el 3 de mayo de 2018, cuando los gudaris (soldados vascos, así se autodefinen los etarras) de pacotilla asumían que sólo les quedaba disolverse. "ETA lo deja porque no le ha quedado más remedio, no porque quiera", aclaraba Rubalcaba a los ingenuos.
Si tenía al Estado en la cabeza, ¿cómo no iba a ser capaz de vaticinar el epílogo del proceso desde que el 11 de octubre de 2011 se desplomara la bestia? "El día que deje de matar, desaparece".
No fue dicho y hecho. Tardó siete años.
Y España salió del túnel del dolor y el chantaje.
Y Rubalcaba cogía el tren de la gloria como distinguido servidor a su país.
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