Pilar Cernuda
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EL peligro del populismo de derechas en Europa, uno de los principales causantes de la II Guerra Mundial, se ha hecho más evidente en nuestros días tras lograr la candidata del Frente Nacional, Marine Le Pen, el 19% de los votos en la primera vuelta de las presidenciales francesas, situándose como la tercera en discordia por detrás de Sarkozy y Hollande.
Tal ha sido su incidencia en Francia que el actual presidente, en un intento desesperado por no sucumbir en la segunda vuelta, no ha dudado en darle a su campaña una deriva xenófoba, ultranacionalista y populista que hubiera suscrito la hija de Jean-Marie Le Pen como una obra de su puño y letra.
La ultraderecha también ha crecido en los últimos años en países como Holanda, donde el partido antimusulmán (PVV) ha provocado incluso la dimisión del Gobierno de centro-derecha al oponerse al plan de austeridad europeo; Dinamarca (el Partido Popular Danés); Finlandia (los Verdaderos Finlandeses); Austria (el Partido Liberal de Austria y la Alianza por el Futuro de Austria); Suiza (la Unión Democrática de Centro); Noruega (el Partido del Progreso); Hungría (el partido de Jobbik); Bélgica (Vlaams Belang) y Suecia (los Demócratas de Suecia). Todas ellas cuentan con presencia parlamentaria y todas ellas juntas, bajo discursos xenófobos, populistas, estridentes, y brutales, se han convertido en una seria amenaza para los valores democráticos que enraizaron en la vieja Europa tras la II Guerra Mundial y después de la caída del Muro de Berlín. Representan, por tanto, un escollo para la supervivencia de la Unión Europea (UE).
En España, tras la unificación del voto del centro-derecha que logró José María Aznar en 1996 bajo el paraguas del PP para echar de Moncloa a Felipe González, la extrema derecha -Falange, Frente Nacional, etcétera-, heredera de las esencias antidemocráticas del franquismo, se sumergió en el extraparlamentarismo.
Sin embargo, en el seno del Partido Popular, el populismo de derechas mantiene aún cierta vigencia y tiene como máximo exponente a la lideresa de los populares madrileños, Esperanza Aguirre, que, en uncongreso a la búlgara, salió reelegida este pasado fin de semana por unanimidad al grito de "¡Por Madrid y por España, pico y pala!".
Bajo un programa neoliberal basado en recortes progresivos en sanidad y educación públicas -en 2011 cayeron un 9,56% y un 2%, respectivamente- a favor de la iniciativa privada, la actual presidenta de la Comunidad de Madrid se ha convertido en el mayor exponente del ala más derechista del partido que Mariano Rajoy intenta mantener, a duras penas, en el centro político con una política de recortes que sustenta en una iniciativa reformista decidida.
Avalada por una EPA que situó a su territorio como la única autonomía que creó empleó en el último trimestre y reforzada internamente tras la victoria insuficiente que logró Javier Arenas -uno de sus más encarnizados enemigos políticos dentro del PP- en Andalucía, Aguirre salió del congreso que la encumbró como la jefa indiscutible con las pilas puestas, dispuesta a no desaprovechar la oportunidad que se le presentará si Rajoy fenece en el intento de sacar a la economía española de la recesión y de ponerla en la senda del crecimiento y el empleo.
Para ello, la lideresa no dudará en sacar su perfil más populista, en recurrir a sus huestes mediáticas más cavernarias y retrógradas, refinanciando sus campañas de insultos como una forma de libertad de expresión y opinión -los andaluces han sido los últimos en sufrirlas- contra sus oponentes, en repetir una y otra vez el órdago contra la España de las Autonomías que ya formuló en las narices de Rajoy, proponiendo el regreso de vuelta al Estado de competencias básicas -las mismas que ella está entregando a la iniciativa privada- para que el resto de España emprenda un regreso al pasado, hacia un Madrid al final del radial muy preocupado por las peculiaridades folclóricas de sus simpáticas regiones.
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