“No vamo andá con moneíta”
Miércoles de Feria
El ‘día de las mujeres’ anima la fiesta, que afronta la recta final tras el bache de lunes y martes
Pero ojo porque la Feria no está cara, está carísima
Imágenes del Miércoles de la Feria de Jerez
Miércoles de Feria en la caseta de Diario de Jerez
El miércoles de Feria, oficiosamente, es el ‘día de las mujeres’, igual que el martes es el ‘día de los cacharritos’, ahora llamado de ‘los niños y niñas’ por aquello del lenguaje inclusivo, por lo que no sé si lo políticamente correcto sería hablar del ‘día de las mujeres y las mujeras’ dentro de la Feria dedicada a los ‘jerezanos y jerezanas’, aunque me temo que me estoy metiendo en un charco del que difícilmente podré salir airoso.
Día de las mujeres, de los cacharritos o de los cacharros para los que no son padres, comidas de empresa..., el caso es que cualquier excusa es buena para escapar de la rutina diaria e irse de parranda, aunque muchos paguen las consecuencias al día siguiente en forma de resaca monumental que, no obstante, no impedirá empalmar una borrachera tras otra mientras el cuerpo y/o la cartera aguanten.
Los que piensan que la Feria está cara se equivocan, está carísima. A las pruebas me remito. En uno de estos días en los que no recuerdo ya cuál era la excusa para irse de cuchipanda, a mi mujer le cobraron en una caseta que presume de ser la primera en obtener la 'Q' de calidad turística, pero que bien podría ser la 'Q' de atraqo a mano armada, 21 euros por una jarra de rebujito y dos cervezas mal tiradas y un poco ‘robadas’, por el tamaño. Han leído bien, 21 pavos del ala que ella entiende que le pidieron por un error de cálculo del camarero, que se libró de oírme por la insistencia de mi señora en el recurrente “tengamos la fiesta en paz”.
Y eso que ya venía calentito del ‘día del alumbrao’, hala, uno que se me había quedado en el tintero, cuando a un colega le cobraron 4 euros por dos cervezas que habrían ganado la cuchara de palo en los concursos de tiraje del ramo pese a que en el listado de precios de la caseta en cuestión, la del club social por excelencia de Jerez, el marcado para la ‘cerveza’, sin distinción de tamaño, era de 1,80 euros.
La respuesta del camarero, sin anestesia y con cierto retintín, lo dice todo: “No vamo a andá con moneíta”.
Yo que el Gobierno, me pensaría lo de eliminar la regla de tres de la asignatura de matemáticas, de la que parece que hace tiempo que desaparecieron la suma y la multiplicación. No siempre dos más dos son cuatro, o 1,80 más 1,80 son 3,60, que a la postre, pongan por ejemplo diez cervezas, se convierten en 2 euros que vuelan por la jeta.
El temido redondeo se ha impuesto en la Feria más cara, no ya en las cartas, sino en la mala praxis de los caseteros y camareros, que recurren al temido “dameee...”, acompañado siempre de un gesto oscilante de la mano, para saldar una cuenta simple que no tiene vuelta de hoja.
Explica otro camarero que ha empalmado la Feria de Abril con la de Caballo, que en Jerez somos muy rácanos y mirados con el dinero a diferencia de Sevilla, donde cuatro tipos pintones con sus chaquetas y corbatas de rigor, acompañados de sus respectivas vestidas de faralaes se gastaron 2.400 euros sin rechistar en un par de horas a base de langostinos de Sanlúcar, gambas blancas de Huelva, jamón de Jabugo y manzanilla. La explicación me la dio tras soltarle el sermón por cobrarme 25 euros por una media de fino y un plato de chocos, sablazo que, por cuestiones obvias, me dejó con cara de tonto.
En cierta ocasión, a un compañero de redacción se le quedó la misma cara al pedir la dolorosa tras un almuerzo con su pareja y la madrina de esta en un restaurante de San Sebastián. “Ya me he vuelto a equivocar con el vino”, lamentó tras comprobar que la broma rondaba los mil euros, cifra que en realidad respondía a que el camarero de turno le encasquetó “por error” 44 txangurros -centollos- en la cuenta en lugar del par de ellos que consumieron. La anécdota dio pie a múltiples bromas entre los colegas, que pensamos incluso en hacerle una camiseta con 44 txangurros estampados.
El que tose pierde en Feria, donde hay que andarse con mil ojos para que la cosa no salga por un ojo de la cara frente a los camareros que son más rápidos con el lapiz que Billy el Niño con el revólver. Que le digan si no a la reunión de amigos entre los que había un economista que evitó uno de estos atraqos con Q en una caseta que tenía fama de buen comer, hasta ahora, porque casi todo lo que pidieron llegó aún congelado a las mesas y las tortillas industriales recalentadas de más y con el borde de plástico incrustado en el filo. El bolígrafo del camarero debió tomar vida propia para multiplicar por ocho, si no me equivoco, una de las raciones de la comanda, encareciendo la multa en 70 euros.
De vuelta a la crónica del ‘día de las mujeres’, que me voy por los cerros de Úbeda, diría que el miércoles de Feria ha sido un día de transición entre el espectacular arranque del fin de semana y el vacío del lunes festivo y el martes de los cacharritos. Y si bien hoy había algo más de ambiente en el recinto ferial, y de color por el trasiego continuo de mujeres ataviadas con los trajes de sevillanas, hasta bien entrada la tarde no empezó a animarse el cotarro, más que por el calor, que aprieta pero no asfixia, por el agujero que puede dejar en las economías domésticas las ganas de Feria, la primera en tres años por el parón de la pandemia.
Transición de cara a los días grandes, aunque yo pensaba que esos eran ahora los primeros con el adelanto de la inauguración al primer sábado, y ante los que los caseteros rezan para que la peña eche el resto, a golpe de cartera, para volver a agotar el género, como ocurrió en el inicio de la fiesta grande jerezana, donde parecía que lo regalaban.
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