¡Que vienen los 'madriles'!
El día de las mujeres da paso a los días grandes, en los que las fuerzas empiezan a flaquear y llegan los refuerzos de fuera
No pesan los kilos... Uno va siendo ya un poco mayor para aguantar tantos días de Feria sin despeinarse. Con la capacidad de recuperación bastante mermada, a estas alturas de Feria, superado el ecuador, el cuerpo empieza a pasar factura, y no hay ibuprofeno ni gazpacho capaz de plantarle cara a la resaca sobre resaca acumuladas.
Con cinco días de fiesta a las espaldas, hay que pensárselo dos veces antes de lanzarse al albero, relajarse en cuerpo y mente para volver a pisar la feria que, como dice un amigo mío, guarda un extraño parecido con Matrix: hoy toca cargar el programa de comerse unas papas con choco o unas croquetas sin quemarse el cielo de la boca en el intento.
Al padre de otro buen amigo mío se le quedó un día pegada una albóndiga o almóndiga en el velo del paladar, con lo que perdió el susodicho y se tiró un par de semanitas comiendo papillas con ayuda de una pajita. Evidentemente, perdió unos pocos de kilos, que nunca está de más, pero sólo de pensar en el mal rato que pasó para rascar los restos de la dichosa bolita de carne ‘jirviendo’ me dan escalofríos.
Bueno, que me voy por las ramas. A lo que íbamos. Ayer fue el día de las mujeres, así denominado desde tiempos inmemoriales por la proliferación de grupos de féminas de variada procedencia que invaden el Real para, en días como el de ayer, nublado en las primeras horas, brillar con luz propia y llenar de colorido y alegría el González Hontoria con sus cánticos, bailes y, en muchos casos, gráciles y garbosas siluetas que hacen volar la imaginación del más pintado.
Las borracheras son uno de los elementos esenciales de la feria, de la que forman parte íntrisecamente, por lo que, hasta cierto punto, se aceptan en el lote, aunque dan más de un quebradero de cabeza a los que velan por la seguridad y la salud de los feriantes.
Hay otros elementos, sin embargo, que se cuelan por la puerta de atrás sin que nadie los haya invitado. El más comentado, este año, son los malditos agujeros que plagan las calles del Real, que amenazan con aupar a los esguinces de tobillo al frente de los atenciones sanitarias, en detrimento de los chutes de vitamina C y de las también muy demandadas tiritas de los que estrenan calzado.
Ayer logré encontrar a una mujer que llevaba bien puestas las medias y los tacones-azos enteros, todo un mérito para el estado en el que se encuentra el piso del Hontoria, para cuya reposición había prevista una partida presupuestaria que, al parecer, tuvo que destinarse de urgencia a reparar los destrozos ocasionados en las tuberías con la instalación del nuevo alumbrado.
Increíble, pero cierto. En fin, cosas que pasan. Volvamos al día de las mujeres, en el que finalmente se impuso el calor moderado, y en el que empezó a verse algo más de personal por el Hontoria, aunque muchos hicieran su entrada a la hora de la siesta, oficialmente suprimida durante los días de feria.
Amárrense los machos, que aún queda mucha feria por delante y, tras las mujeres, le toca el turno a los madrileños, los invitados de fuera, generalmente de la capital, que llegan entre el miércoles y el jueves de feria para terminar de ponerle la puntilla a los que la cogieron por banda el día del alumbrado, o incluso antes.
Por mucho que intentes convencerles de que vengan el primer fin de semana porque los días buenos de feria son los primeros, no hay nada que hacer. Ayer llegaron unos amigos de Madrid, que sacaron el billete para la feria en Navidades, y que, creo recordar, sólo se han perdido una de las últimas veinte primaveras en el Hontoria. Nada más llegar, fue soltar las maletas y para la feria, de la que ya no saldrán hasta el domingo, aunque mucho me temo que habrá que recurrir al truco del agua caliente. Y yo aquí, entretanto, seguiré, narrándoles a grandes rasgos lo que se me ocurra, apetezca o me cuenten, siempre que el cuerpo aguante.
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