La ‘Beyoncé’ de Utrera: el potaje como forma de vida
El espectáculo Domingos de Vermut y Potaje de Maui reúne en Jerez como artistas invitados a Alejandro Astola, Diego Pozo ‘Ratón’, Joaquín López Bustamante, La Macanita y Carmen Avilés
La Maui 'Domingo de vermut y potaje' en el Festival de Jerez
La hora del vermut es el preámbulo maravilloso que va desde el medio día al almuerzo. Los tiempos que anteceden a algo siempre guardan un halo mágico, y es que lo que aún no existe está lleno de sueños y promesas. Esta hora del vermut ha sido la elegida por Maui de Utrera para preparar su particular potaje, una deslumbrante propuesta en la que cocina con desparpajo, naturalidad y gracia todo su prolífico arte.
Decía Maui que la falta de parné puede ser un estímulo para la creación y la comunidad, y que aquí se encontraba el germen de su espectáculo: una reunión de buenos amigos para celebrar el arte y la vida a fuego lento. El recetario de este potaje se abre con las canciones de Bambino, tío de la artista utrerana, que suenan en la antesala del espectáculo. Precisamente Bambino hizo el servicio militar en Jerez, lo que exponenció aún más su compás de animal escénico, a medio camino entre estrella del rock y canastero universal.
Maui propone para su personal recetario un potaje que lleva una excelente dosis de fino humor carnavalero, un ejercicio de crítica social inteligente y lúcida, una propuesta implícita de valores para la vida o para el arte y un acompañamiento que eleva el espectáculo de forma magistral. Tan magnética es ella como cantactriz y flamenca, como su elenco de altísimo nivel. Los coros, las palmas y sobre todo la complicidad de Kiko Martín y Juan Carlos Gil, sumado a la guitarra de Paco Soto, que no decae en ningún momento.
Seis temporadas lleva Maui haciendo este espectáculo en el que hay mucha amistad y arte a partes iguales. Si el flamenco en origen perteneció a la vida íntima de las familias, siendo un modo de estar y de convivir, Maui logra hacer comunitaria esta intimidad desde un escenario. El sentido de familia y la pobreza fueron grandes alicientes para la continuidad del flamenco, y es este espíritu de familia el que Maui rescata. En un momento del espectáculo, la artista utrerana recuerda cómo su tío Bambino, cuando ella iba de camino al instituto para sus clases de latín, la invitaba desde su bar a comer caracoles y le decía: “Sobrina, ¿qué es más importante las declinaciones o comer caracoles con tu tío?”. Y ella prefirió aprender a disfrutar la vida sorbito a sorbo.
Maui sale a escena y lo primero que hace es colocarse un delantal. Y es que este símbolo, bien lo sale Rosa Moneo Vargas, Rosa la del delantal, es una manera de estar en el mundo y de brindar cariño a los tuyos. Tras atarse el mandil Maui invoca al duende, porque las musas no existen. En este tránsito también invoca rezando a Jesús, que por obra y gracia aparece en escena y provee de un vermut a los artistas. Tan rejuvenecido aparece este Jesús que Maui no pierde fuelle y exclama: “¡Estás pa’ ponerte en el cartel de la Semana Santa!”. La artista es rápida y perspicaz, y hace que el espectáculo resulte trepidante por el buen ritmo, el compás y la sabiduría en todo lo que expresa.
La artista, a través de sus diálogos, sketches y canciones salpica al espectáculo de reflexiones críticas sobre las frivolidades de la sociedad actual. Maui prefiere lo añejo a lo vintage, el potaje al sushi, el fuego a la inducción. Cuando esta representación, repleta de improvisaciones y algunas confesiones parece no poder ir a más, de repente se convierte en una especie de Ratones coloraos, y aparecen como artistas invitados —y entrevistados—, el guitarrista Diego Pozo ‘Ratón’ y el cantante Alejandro Astola. Sentados en la mesa del banquete, asisten al interrogatorio de Maui. Juntos divagan sobre la vida rápida, la vida lenta, la idiosincrasia jerezana y la experimentación en el arte. “¿Existen los extraterrestres?” Pregunta Maui. “Estamos aquí”, responde Ratón. “Si una sandía está buena que sea roja, pero si está mala, al menos que sea amarilla”, declara Astola. El público aplaude, y es que la sorpresa y el deseo de salir de los cánones y la repetición en cadena siempre se agradece. Este espectáculo es una buena muestra de sandía roja y sandía amarilla.
Esta improvisación constante que propone Maui en su potaje también se hace extensible al público. Es curioso —o bien una casualidad planeada—, que Maui lance al público una pregunta sobre la definición del amor. Bambino, que hablaba en sus canciones de desamores y de amores no rutinarios, siempre se preguntaba por momentos excepcionales del amor. Junior, uno de los espectadores, da una respuesta que Maui acoge como “la mejor de seis temporadas”. La conclusión de Junior: “La tristeza hay que elevarla con amor”. Ahí se queda este ingrediente mágico para el potaje.
Para el último hervor de la función se unen a esta particular cocina un grupo de artistas invitados gourmet: Tomasa Guerrero ‘La Macanita’ suma al potaje su prodigioso cante, Joaquín López Bustamante recita poemas de su libro La puerta entorná y Carmen Avilés, la artista del reciente anuncio de Cruzcampo, acaba bailando descalza sobre el escenario. Fuego lento, flamenco y cucharón y paso atrás.
Paraíso de cristal, la convivencia entre gitanos y payos de Andalucía la Baja
La filóloga y periodista austriaca Susanne Zellinger ha presentado en el marco del Festival de Jerez Paraíso de cristal, documental en coautoría con Natalie Halla. Una película que entrelaza las narraciones de cinco artistas, Mercedes de Córdoba, Pepe del Pura, José Valencia, Manuel Valencia y Aitana Aguirre Tarifa, que cuentan sus vivencias siendo gitanos (o paya en relación constante con gitanos, como Mercedes de Córdoba). Susanne Zellinger ha querido mostrar esta convivencia entre gitanos y payos, que en el caso de Jerez, Lebrija o Sevilla, tiene unas connotaciones tan propias y únicas con respecto a otras geografías. Como dice Manuel Valencia, aquí ser gitano es algo que incluso puede dar cierto caché, por lo que no es raro encontrarse a gente buscando en sus ancestros alguna reminiscencia gitana. La película se adentra en la vida cotidiana de cada uno, grabándolos desde sus casas, reuniones familiares o rutinas de trabajo, lo que otorga al documental de un relato muy cercano que refuerza esta idea de hospitalidad entre ambos pueblos.
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