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Estévez y Paños, flamenco de ida y vuelta

Esteve/ Paños y compañía en el 28 Festival de Jerez / Miguel Ángel González
Valeria Reyes Soto

08 de marzo 2024 - 07:59

Jerez/La Confluencia tuvo su estreno andaluz en el Festival de Jerez 2022, pero debido a la repentina muerte de Rosana Romero, bailarina de la compañía y pieza fundamental de Flamenca 391 (la obra programada en un principio), Estévez y Paños decidieron volver al festival con esta “confluencia flamenca”, dando así la oportunidad de revisitar uno de los espectáculos más interesantes que han pasado por el festival en los últimos años.

Estévez / Paños y Compañía, Premio Nacional de Danza 2019 en la modalidad de creación, encuentran en la investigación del flamenco uno de los puntos más enriquecedores para el desarrollo de sus trayectorias artísticas, por eso no es de extrañar que para La Confluencia hayan recurrido a los pueblos y danzas que confluyeron para que se conformara el flamenco en el siglo XIX. En este recital de cante y baile, de escuela bolera, folclore y danza española, no hay movimiento que se quede sin explorar por Rafael Estévez, Valeriano Paños, Jesús Perona, Alberto Sellés y Jorge Morera.

En este regreso a los códigos del flamenco, Estévez y Paños proponen un recorrido que nos lleva, con cosquillas y picor, de América a África, de África a Cádiz, de Cádiz a Triana. Un riff incesante de percusión acompaña el desarrollo de todo el espectáculo, que está construido con la precisión de un reloj de arena. Rafael Estévez marca el ritmo interno, Valeriano Paños hace de guía. La compañía ayuda a emprender esta travesía, cargada de crítica lúcida y jugada con humor, el mejor amigo para aligerar la carga. Como ellos han declarado, La Confluencia no deja de ser un recital hedonista y de puro disfrute dancístico y musical. El cante de Rafael Jiménez ‘Falo’, la guitarra de Claudio Villanueva y la percusión de Lito Mánez completan la propuesta, con sonidos que nos llevan a estos lugares que Estévez y Paños exploran.

Conversos, esclavos, montañeses, campesinos, gitanos, pregoneros. Todos están de alguna manera en este baile de máscaras, en el que también está presente la ocultación, el estigma del pueblo andaluz, la pobreza y la servidumbre. “¡España!”, pregona Rafael Estévez, recordándonos de alguna manera el sometimiento del flamenco en pos de la imagen de un país que ha explotado y marginado a partes iguales al flamenco y los gitanos.

Una obra apasionada de principio a fin, con una energía altísima palpable desde los primeros segundos de espectáculo, con un cuerpo de baile entregado a la seducción del flamenco. Tanto es así, que se atreven hasta con un twerking que agita al público, para luego provocar con una zarabanda lasciva que aparece como símbolo de baile prohibido por el que condenaban a remar en las galeras del rey. Todo sea por explorar los límites.

La historia del flamenco propuesta en La confluencia es un canto a la danza como liberación y regocijo, al baile como expresión radical de un pueblo. Hay esclavos y esclavistas, hay señoritos y flamencos, hay pobreza y aflicción, pero subyace en el fondo una lectura que demuestra la complejidad de un género inabarcable que, ante todo, es un género de convivencia y trasvase cultural. Explicaba el musicólogo Faustino Nuñez en una de sus conferencias que, decir “flamenco fusión” es una redundancia, pues el flamenco de por sí es fusión. El flamenco es un arte contemporáneo desde el momento mismo de su nacimiento.

En La confluencia llegamos a las raíces mismas, y estas nos chivan que la pureza como sinónimo de único, ortodoxo o verdadero quizás nunca existieran; lo que tenemos es una amalgama cultural entretejida a lo largo de civilizaciones, siglos y geografías. Esta síntesis bailada de su historia supone el impulso definitivo para adentrarnos en los confines de esta fascinante travesía —mitad historia, mitad leyenda—, llamada flamenco.

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