Danza dentro de la danza
La crítica
Un cautivador Rubén Olmo emociona con 'Tranquilo alboroto'
El creador en el alambre, el funambulista del boceto con el que arranca Tranquilo alboroto, que presentó anoche en Villamarta un portentoso y cautivador ilusionista llamado Rubén Olmo, frente al iconoclasta y desprejuiciado artista que vuela libre al final. Un desenlace con ese inolvidable e inmenso mantón que simula las enormes alas de un ave solitario y salvaje que renace de entre las cenizas humeantes. Por el camino de esta transformación quedan la danza dentro de la danza —como Truffaut o Fellini hacían con ese cine dentro del cine—, la veneración y el culto a los maestros, el acto de abnegación en pos del baile, la desmitificación (genial Falsa farruca), y el ritual del escenario en forma de suite flamenca —probablemente, por su innecesario alargue, la parte que peor funcione en el conjunto de la propuesta—. Se trata, sea como fuere, de más o menos pequeños grandes espectáculos dentro de un todo, de un conjunto, que se estructura como una suerte de matrioska con la que juega y juega Rubén Olmo durante más de hora y media de ambiciosa, atrevida e innovadora producción.
Una introspección ombliguista que nos expone haciéndonos parecer voyeur del proceso artístico y vital de un bailarín para el que nada es lo que parece y que se toma tan en serio su danza como la necesidad de expresarse con total libertad. Un sano ejercicio mediante el que a veces se corre el riesgo de caer en la más absoluta incomprensión. ¿Y a mí qué?, parece preguntarse rotundo el que llegara a ser primer bailarín del Ballet Nacional, que ya acumula tres trabajos con compañía propia y numerosas colaboraciones artísticas, entre ellas con Estévez y Paños, Dospormedio & Cía., de quienes se notan influencias que quizás sean recíprocas.
El espectáculo trasluce una evidente obsesión estética de Olmo en cada movimiento. Los colores del riquísimo vestuario, la plasticidad de las casi siempre originales coreografías, los contrastes lumínicos, los extremos dancísticos... Todo importa. Nada parece colocado al azar en una obra cuidada hasta la extenuación. Personalidad e inquietud en un artista que reflexiona sobre la danza y lo que su ejercicio implica de esfuerzo por aprender y renuncia. Buena prueba de lo anterior es el ensayo en directo con el cuerpo de baile, en el que hace un guiño al legado de los grandes maestros. Y no sólo porque los integrantes de la compañía lleven impresos nombres eternos en sus camisetas, como los de Pilar López, Amaya, Escudero... sino porque hay en la secuencia mucho de Gades y, sin ir muy lejos, del Un, dos, tres, faaa... del recordado Mario Maya. La danza dentro de la danza y la danza también como hecho teatral. Hay también mucho de esa filosofía y concepto escénico de ser moderno sin resultar pretencioso y ser conceptual sin que sólo el llamado autor entienda lo que él mismo quiere transmitir. El símbolo del sacrificio se explicita a la perfección en la figura de Cristo. En la saeta por martinetes que interpreta Moi de Morón —de menos a más en la función— y, acto seguido, en la marcha procesional Nazareno y Gitano que la nutrida agrupación musical San Juan (hasta 80 músicos sobre las tablas) interpreta con contundencia en directo. En ese número, Olmo viste con túnica mientras la escena se vuelve púrpura. El bailarín sufre el vía crucis, cautivo, prendido y mecido en su propia parihuela hasta llegar al Gólgota. Instantes después, de un cuadro del que las bailarinas escapan como pintadas por Romero de Torres, tan almodovarianas y medeas..., emerge Rubén Olmo transmutado en lo que en el imaginario tenemos de Manuela Vargas. Semiluminado, híbrido, sin distinguirse si es hombre o mujer embutido en una bata de cola, baila expresivo por el famoso mirabrás que le cantase a la sevillana el también desaparecido Chano Lobato. Cantiñas y remate por bulerías de Cádiz en uno de los clímax que construyen la imaginativa y sugerente propuesta. De las pocas pinceladas que como bailaor ofrece Olmo, entregado al ejercicio de hibridación entre la danza clásica y la contemporánea.
Aparte de alguna que otra transición sucia y elementos prescindibles —como el pasaje musical en el camerino—, otros de los momentazos llega con la galvánica Falsa farruca, donde Olmo se dedica a derribar, a partir de la anécdota, mitos y viejas creencias que encorsetan la creación. Con ese estilo personal de danza mixtificada, aquí el sevillano se vuelca en la pieza coreografiada por su amigo y compañero desde la infancia Israel Galván, y no duda en trasvasar muchas de las poses, braceos y juegos de pies de su paisano. También busca a su manera la comicidad con el gaitero (grande Rubén Díaz) que acompaña su movimiento. Ni su abuelo “farruco el cojo” bailó farruca, ni ésta viene de Galicia y ni mucho menos allí nace la gaita. Por eso, Rubén Olmo baila más una muñeira que una farruca y por eso desoye las convenciones, falsas creencias y decálogos aberrantes y se deja llevar por la marea de su creatividad, empujado por el pie del gaitero, que al final se limita a enunciar un lacónico tran, tran, treiro como apoteósico cierre del maravilloso y sorprendente número.
El espectáculo dentro del espectáculo se confirma como suite flamenca donde el cuerpo de baile ejecuta coreografías por fandangos, seguiriyas, guajiras, jaleos y tangos. Todo matizado por los colores del vestuario y la alternancia de pasos individuales, en grupos, corales... El buen hacer en conjunto, con postales románticas, plásticas, no quita que se eche de menos el regreso de Olmo al proscenio. Y vuelve. Estilizado, soberbio, instintivo, como un ave fénix que nos dice que a la danza española aún le quedan muchas grandes páginas doradas por escribir. El movimiento se hace al andar y Rubén camina con una firmeza que conmociona.
Baile ‘tranquilo alboroto’
Baile: Rubén Olmo. Cuerpo de baile: Ana Morales, Patricia Guerrero, Rosana Romero, Sara Vázquez, Alejandro Rodríguez, Ángel Sánchez Fariña, Eduardo Leal. Cante: Inma la Carbonera, Moi de Morón. Guitarra: Óscar Lago, Andrés Martínez. Flauta: José Manuel García Marchena. Chelo: Nicasio Moreno. Percusión: Agustín Diassera. Gaitero: Rubén Díaz. Agrupación musical San Juan de Jerez. Guión artístico: Pepa Caballero, Rubén Olmo. Coreografía: Rubén Olmo. Coreografía especial ‘Falsa farruca’: Israel Galván. Composición de música en directo: Juan Parrilla. Escenografía: Mercenarias d’ arte. Diseño de iluminación: Luis Cascón, Luis Rodríguez. Diseño de vestuario: Justo Salao, Eduardo Leal. Dirección: Rubén Olmo. Lugar: Teatro Villamarta. Día: 2 de marzo. Hora: 21,00 horas. Aforo: Lleno.
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