Muere Mario Maya, un gran maestro del baile flamenco del siglo XX
El baile, de luto
El coreógrafo y Premio Nacional de Danza falleció ayer de madrugada en su casa de Sevilla. Será despedido hoy en la intimidad tras ser velado en el Ayuntamiento hispalense por sus familiares y numerosos artistas
La mañana de ayer se presentó cargada de lluvia y de consternación. Mario Maya había muerto. Cuesta creerlo pues, a pesar de sus setenta y dos años, no había un flamenco tan vivo y tan lleno de proyectos como él. Hace apenas una semana que se presentaba en la Bienal su espectáculo Mujeres y, en estos días, se iba a dar a conocer el proyecto que estaba realizando en Carmona y que incluía la apertura de un teatro con su nombre. Maya, artista excepcional desde que, tras abandonar su Córdoba natal, comenzara a bailar para los turistas en las cuevas granadinas del Sacromonte, poseía una cualidad en verdad extraordinaria: su vitalidad, su capacidad para vivir el presente. Mientras otros artistas de su generación se refugiaban en el pasado, él mantuvo siempre los ojos y los oídos abiertos y siguió aportando su experiencia tanto en espectáculos puntuales, como el que inauguró la pasada edición de la Bienal, como en el análisis de la realidad actual de la danza. Porque Maya, además de su arte, poseía un verbo certero y sin servidumbres, como demostrara en este mismo periódico con el que ha colaborado como comentarista en alguna que otra ocasión.
¡Qué difícil creerlo! Con él se va uno de los más grandes bailaores del siglo XX. Pilar López, la gran maestra recientemente desaparecida, le echó el ojo cuando apenas tenía 14 años y lo tuvo cuatro en su compañía (de 1955 a 1959). Al igual que Antonio Gades, con doña Pilar (así la llamaron siempres sus "niños") aprendió el rigor, la disciplina, la ética, el amor por la música y, por encima de todo, una inmensa curiosidad que le ha hecho, como hemos dicho, mantener ojos y oídos en alerta, sin despreciar nada de antemano. Por eso, tras una etapa por libre, se fue a Nueva York en 1965, donde conoció a dos grandes de la danza contemporánea: Alwin Nikoli y Alvin Ailey. Él sabe que su baile no tiene nada que ver con el de estos genios pero asistir a sus clases aviva su ya despierta inteligencia y hace que se plantee nuevas cuestiones. A su vuelta a Madrid, su baile preciso, de corte clásico, se enriquece con nuevos vocabularios y sus manos, sin dejar de bailar 'en hombre' se convierten en las manos más expresivas del flamenco masculino. En 1970 funda el Trío Madrid con su esposa de entonces, Carmen Mora -madre de su hija Belén- y con El Güito, y llega a bailar música de Mahler en el tablao Torres Bermejas de Madrid.
Pero, además de a un bailaor, hemos perdido a un creador fuera de serie, pionero de un género que se salta los límites del ballet para entrar directamente en el campo del teatro. A su vuelta a Granada por los años setenta, en los últimos y difíciles años de la dictadura franquista, Maya quiere que su lenguaje, el flamenco, sea vehículo de las vivencias y los sufrimientos de su cultura gitana y, tras reunirse con escritores, músicos e intelectuales, realiza, ya con compañía propia, espectáculos tan imprescindibles para la historia del flamenco como Camelamos naquerar (estrenado en 1976) con textos de José Heredia Maya y ¡Ay, jondo!, de 1977, con letras de Juan de Loxa.
En estos años recibe también los más importantes premios de baile. Más tarde, llegaría su encuentro indisoluble con Lorca (Amargo en 1984, Los flamencos cantan y bailan a Lorca, 1997 y Diálogo del Amargo, 2005), el Premio Nacional de Danza (1992), su intervención en la película de Saura, Flamenco, y en 1994, cuando por fin el gobierno andaluz se decide a crear un Programa Andaluz para la Danza y una compañía pública de flamenco, él es elegido para dirigirlos. El debú de la Compañía Andaluza de Danza incluyó dos grandes trabajos, De lo flamenco y Réquiem, una ópera flamenca con música de José Antonio Rodríguez. Francisco López, el director de escena de la pieza y Director del Festival de Jerez, donde Maya ha presentado sus últimos trabajos, nos decía ayer, aún conmocionado por la noticia: "Mario era una persona tan vitalista que hasta el Réquiem que hicimos iba de la muerte a la vida y no al revés". A pesar de las críticas recibidas, si se vuelve la vista a aquella primera compañía, nadie puede negar su labor. Allí estaban, con su aliento, muchos nombres propios del baile actual: su hija Belén, Israel Galván (bailando precisamente el Diálogo del Amargo), Isabel Bayón, Rafaela Carrasco, Marcos Vargas y tantos otros que hoy lo reconocen como maestro.
En los últimos años, Mario no ha dejado de realizar proyectos y de acudir a distintos foros de creación. Como el de la ISTA (Universidad Internacional de Antropología Teatral) que dirige Eugenio Barba, a cuya última edición lo invitó el director teatral Ricardo Iniesta -que también lo consideraba a migo y maestro en temas flamencos- para que hablara del baile ante los más grandes teóricos del teatro internacional y de la danza oriental.
Con su muerte, además de un bailaor, de un coreógrafo, de un director y de tantas cosas más, desaparece otro eslabón fundamental que nos unía con las raíces del flamenco, con esa cultura que poco a poco va desapareciendo para convertirse en otra cosa, no sabemos aún en qué. Y, finalmente, en él despedimos con emoción al amigo; a sabiendas de que, adonde quiera que llegue, los pondrá a todos a bailar.
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