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La Paquera, reina de la Bulería

Grandes del Flamenco

Juan De La Plata

03 de marzo 2009 - 08:02

Ha hecho muy bien Moraíto en dedicar su concierto de Los Apóstoles a homenajear a nuestra querida Paquera, aquella inmensa cantaora que no ha mucho nos dejó para siempre, y que, hace varias décadas, fuera calificada por la Cátedra de Flamencología como “reina de la bulería”; quedando así recogido para siempre en libros y registros literarios, como nombramiento unánimemente aceptado por aficionados, críticos e investigadores de todos los rincones del planeta flamenco.

Francisca Méndez Garrido, ‘La Paquera de Jerez’, paseó el nombre de nuestra ciudad, desde Madrid a Japón, con toda la categoría y empaque que su cante, y no solo su real bulería, sino también sus fandangos, sus tangos y sus flamencas canciones merecían, abriendo todas las puertas con la llave de su sonoro grito de jerezanas resonancias.

Porque, en definitiva, la voz racial de La Paquera, por bulería, era la voz de Jerez cantando a los treinta y dos rumbos de la rosa de los vientos. Una voz sonando a fiesta y a repique de campanas, al unísono, de San Miguel y Santiago; con La Yedra y San Telmo, repitiendo lejanos ecos de enteleridas saetas por Empedrada y Cerrofuerte.

Moraíto, más artista y más sabio cada día que pasa, que se confiesa defensor del flamenco tradicional, y que sabe que “no hay historia sin principio”, porque los principios del cante están en las viejas voces de sus ancestros, ha rendido con su enduendada guitarra un acertado y musical homenaje a La Paquera; la más grande cantaora que cruzaba los aires de Jerez con sus gitanos quejíos, desde La Plazuela hasta el mismísimo Arco de Santiago; sembrando de sonidos multicolores la dionisiaca alegría de su acompasado bullicio festero.

Lo que en otros eran ecos de fragua, encadenados sones de trena, en La Paquera eran cohetes y fuegos artificiales los que le brotaban, como abiertas palmeras de suspiros, de la feria permanente que guardaba en su garganta de privilegio. Cantes puros, aprendidos de los gitanos viejos de su barrio que escuchaba de niña, cuando Caracol y Lola llamaban a La Paquerita, para escucharla en sus camerinos de Villamarta, cada vez que venían a Jerez. Y una bulería, aprendida de sus mayores, de su propia gente, de los Méndez, que ella revolucionó sin desnaturalizarla; haciéndola totalmente suya. Así me lo confirmaba en una entrevista que le hice, para este mismo DIARIO DE JEREZ, el 30 de junio de 1984, cuando me hablaba de sus juegos de niña: “A mí lo que me gustaba era jugar con las muchachas de mi edad. Aunque yo ya aprendía todos los cantes puros de los gitanos viejos de Jerez. De mi pare, de mis gentes. De mi tío Alonso y de mi tío Eduardo, que cantaban como nadie por bulerías”.

Y me lo decía con orgullo, presumiendo de familia cantaora. Recordando sus comienzos, cuando empezó a cantar con catorce o quince años, en las fiestas de los Domecq, con Terremoto, con Tía Anica la Piriñaca, con El Borrico, con Laberinto, con Paco Cepero…

“Yo revolucioné la bulería de Jerez y formé un taco en Madrid, con dieciséis o diecisiete años”. Un “taco” que repetiría siempre, fuera donde fuera, y cantara donde cantara. “Porque, mira Juan —me decía— yo llevo el cante en la masa de la sangre. Y me siento entera jerezana. Aunque soy de La Plazuela, porque nací en el Cerrofuerte, en la casa donde me pusieron una placa mis paisanos. Y me crié en la calle Acebuche. De Jerez soy y muero con Jerez. Como aquí se canta, no se canta en ningún lugar del mundo”.

Y lo decía ella, con toda la seguridad del mundo, presumiendo también de jerezana de los pies a la cabeza; de jerezana del pueblo. Como cuando me hablaba de su tendencia caracolera; influencia que nunca negó, ya que sentía verdadera pasión por el cante del maestro, cuyo centenario conmemoramos este año.

“Caracol moría con Jerez. Por eso yo soy caracolera”. Y se sabía de memoria todas las letras de los fandangos, de las zambras y las bulerías de Caracol, algunas de las cuales llegaría a grabar, dejándolas en discos, en su versión femenina. Y ahí están, para siempre, como testimonios sonoros de su admiración hacia el mejor artista flamenco que haya tenido la historia del que también nos ocuparemos otro día.

Paquera era la voz de la fiesta de Jerez, la voz de la bulería, el grito poderoso de la bulería. Nadie ha cantado, ni cantará, la bulería como ella la hacía, como ella la decía, como ella la lanzaba con la fuerza de un cañón. Desde su trono de reina, de hija predilecta de Jerez, rebosando ritmo y compás por todos sus poros, La Paquera era la mismísima bulería en persona; mecha de encendido fuego; arrebatado temblor; rayo que no cesaba; tirabuzón de ensueño; copla del mejor eco y el mejor sonido del mundo, que le nacía desde lo más hondo de su inmenso corazón de artista de esta tierra. De lo más profundo de su pecho de reina de la bulería.

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