Terremoto de Jerez, pura esencia del cante

Grandes del Flamenco

Terremoto de Jerez. Dios lo dotó para el cante con excepcionales cualidades, con una voz afillá, gitanísima, con mucho duende y compás; herencia que ha heredado su hijo del mismo nombre por cuya salud brindamos esperando verle lo antes posible

Terremoto de Jerez, pura esencia del cante
Terremoto de Jerez, pura esencia del cante
Juan De La Plata

10 de marzo 2009 - 01:00

La primera vez que escribí de Fernando Fernández Monje, Terremoto de Jerez, fue en mi libro 'Flamencos de Jerez', escrito en mil novecientos cincuenta y tantos y publicado, después de muchas vicisitudes, en el año sesenta y uno. Entonces decía yo de Terremoto que era el mejor cantaor que, entonces, tenía Jerez y que, además, era un consumado bailaor, como lo fuera su hermano Canelín, el primero y verdadero Terremoto, entonces en América, donde se llevó varios años. Desde muy pequeño, cuando yo le conocí, Fernando comenzó ya a destacarse entre los gitanillos de Santiago, en el cante y en el baile, "no ganándole nadie a la hora de bailar por bulerías", según escribí en mi primer libro, "como mandan los cánones de la gracia, del arte y de la elegancia". Porque, antes que cantaor, Terremoto quiso ser bailaor y lo fue, y grande. Pero lo suyo, definitivamente, no sería otra cosa que el cante, para el que Dios lo dotó de excepcionales cualidades y con una voz afillá, gitanísima, con mucho duende y compás.

Terremoto, sin dejar el baile, del que se solía acordar siempre, para darse una vueltecita, cada vez que finalizaba sus actuaciones, hizo del cante de Jerez su mejor bandera de arte, hasta consagrarse como un auténtico fuera de serie; especializándose sobre todo en las bulerías, los fandangos, la seguiriya y la soleá. Sin olvidar otros muchos cantes, los cuales conocía y ejecutaba con singular maestría.

Nosotros tuvimos la suerte de seguirle, como cantaor, desde sus principios en Santiago; y fuimos amigos; y le llevé a cantar muchas veces a Villamarta, a la Cátedra de Flamencología, a Cádiz, a Córdoba, a la Fiesta de la Bulería; apoyándole cuanto pude en su brillante carrera artística. Una larga carrera con un nombre y un prestigio conquistado, de tal menare, que puede decirse que Terremoto, además de ser un gran cantaor para los aficionados que sabían distinguir, era también cantaor para los propios cantaores, pues me consta que allá don de actuaba, en jerez o fuera de Jerez, los artistas, sus compañeros, las figuras del cartel se quedaban a pie de tablao, para escucharle embelesados; como hacían, que recuerde, Fosforito y Menese, a los que yo vi más de una vez emocionarse con el cante del gitano de Santiago.

Cantaor de tablao y de festivales, de teatros y fiestas bodegueras, Fernando Terremoto, 'El Grande', como yo le llamé una vez, fue un fuera de serie del cante jerezano. Atesoraba en su garganta todos los quejíos y los duendes de sus antepasados, de tal manera que su "eco" rompía los silencios y encendía la nieve del escalofrío y del sobrecogimiento, en momentos realmente memorables, como aquella vez que cantó, junto a Tía Anica, en el palaciego patio de columnas de Campo Real, en un homenaje que yo le organicé a la vieja maestra de baile Mariquita Lucena, con su colaboración y la de otros estupendos artistas amigos.

Era un gran cantaor de alante, pero también lo era de atrás, y no se le caían los anillos, cuando había que cantarle a Angelita Gómez, como lo hiciera en tantas ocasiones; o a Solera de Jerez, en los primeros Juegos Florales del Flamenco, en 1968, en la Terraza Tempul; o a la divina, fugaz y malograda Carmen Carrera, como le vimos en el restaurante El Bosque, la noche aquella en que le robaron el primer premio de cante del festival-concurso de flamenco, que organizó el Ayuntamiento en Villamarta, el año 1962, para dárselo a Jarrito, al que previamente se le había ofrecido; el día en que se emborrachó el jurado y que el público no quemó el teatro, gracias a Manolo Ríos y a mi, que pudimos evitarlo, sin tener nada que ver con el asunto.

Terremoto de Jerez conquistó varios e importantes premios, entre ellos los que le otorgara la Cátedra de Flamencología, en distintas ocasiones. El primero, el Nacional de Cante, en 1965; la Copa Jerez y la Orden Jonda, en 1968; y el Premio 'El Gloria', en 1972. Los tenía todos, como puede verse, porque Fernando era pura esencia del cante, dueño y señor de sus milagreros duendes; cante de jondos sentimientos; voz y compás de enteleridos soníos negros; como los que presumía de tener en su garganta el mismísimo Manuel Torre. Y después de Manuel, Fernando, vivo duende de Santiago. Un duende que ha heredado su hijo del mismo nombre, por cuya salud brindamos, esperando poder verle y escucharle, lo antes posible.

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