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Tía Anica la PiriñacaPureza y desgarro del cante de Jerez

Grandes del Flamenco

A Tía Anica la Piriñaca cuando cantaba 'la boca le sabía a sangre', según ella misma decía. A sus 86 años fue entrevistada para DIARIO DE JEREZ. Archivo del autor

Tía Anica la PiriñacaPureza y desgarro del cante de Jerez

07 de marzo 2009 - 01:00

UNO piensa que las muchas madrugadas vividas, en su juventud, escuchando el cante de Tía Anica la Piriñaca, cuando el cante era cante y todavía se podía escuchar, bien que vale la pena, ahora, para evocar aquí, en esta galería de "grandes del flamenco", a aquella gran señora de la desgarrada voz del cante de Jerez, vivido, sentido y gozado de forma tan intensa, como dionisiaca; noche tras noche, madrugada tras madrugada.

Porque Tía Anica la Piriñaca, recia matrona, puro campo hablando y cantando, quejándose por seguiriyas, por martinete o por soleá, amaba el cante, lo vivía y lo degustaba con sangre en la boca, como ella misma reconocía: "Cuando canto la boca me sabe a sangre". De tan verdadera como era su queja, su sincero grito de enteleridas resonancias; poniendo siempre, en cada entrega de su voz, las propias entretelas del alma y del corazón. ¿A qué, sino a sangre, le iba a saber la boca?

Uno la recuerda cantando en muchos lugares, alternando en la rueda de cantes, que organizaba aquél gran aficionado que fuera Pepe Cantos, junto a hombres con recias y graves voces, como Tío Borrico, Tío José de Paula, Tío Serna y otros genios del cante jerezano; dando los muchos quilates que llevaba dentro de si, recibiendo el sitio que sus compañeros le reconocían y con admiración respetaban; porque era la única mujer que entonces -hace cuarenta, cincuenta, sesenta años- se atrevía a llevar su cante, hasta lugares a los que sólo los hombres se atrevían. Pero ella era una voz más, un lamento imprescindible en el corro de los viejos cantes de la juerga, casi siempre a puerta cerrada, entre cabales; y su presencia se hacía imprescindible; había que llamarla, contar con ella, si se quería sentir la emoción de la pureza; si se quería escuchar una voz del campo alzándose en la fiesta de la ciudad.

"Madre y padre del llanto" la llamó el poeta jerezano Paco Toledano, nacido en la calle de la Merced; y yo le dedicaría emocionados versos en mi poema 'Memoria jonda', diciendo entre otras cosas que "el cante tenía un profundo desgarro en su voz / y en su garganta anidaban los negros mirlos de la noche. / Recia matrona del cante más viril, decía la seguiriya del Cuco / doliéndose con dobles lamentos de muerte; / revolcando su eco en la casapuerta de todos los desamparos, / en sus propios tormentos y desolaciones".

Y por ser incondicional seguidora del cante de Tio José de Paula, al que tanto admiraba, recuerdo que la llamé "Piriñaca de coplas paules, manijeras y de almijares"; una mujer que durante años se fue dejando la vida entre las dobles fatigas del cante, cuando se decía todavía que "los flamencos no comen", porque nada tenían en su casa y había que salir a buscarse la vida, en la calle, fuera como fuera. Aunque Tía Anica era fama que siempre llevó "la honra bien guardada bajo el delantal, y el jazmín en el pelo", como flor de su respetable matriarcado flamenco. "Ella era el hombre de su casa, el padre de sus muchos hijos / y la vida la fue siempre dura, difícil y cuesta arriba. / Por las mañanas, en el Arco, los limones agrios de cada madrugada, / Tía Anica por dulces los iba vendiendo". Esto dije de ella, en mi poema 'Memoria jonda'.

Y así la conocí yo. Así la aprecié siempre. Doliéndome con su cante, con su valentía de mujer, con su espíritu de lucha; sabiéndose Tía Anica, cantaora de viejos y desgarrados ecos de sangre que la hacían entrar en trance, cada vez que se arrancaba con algunas de sus estremecedoras coplas, llenas de recuerdos y de jondas fatiguitas de muerte. Tía Aníca era, por excelencia, la madre de todas las madres del cante de Jerez. La pureza en persona, rebosando en cada suspiro, en cada quejío de luto de su sonora pena flamenca.

Aún recuerdo el día en que la llevé a grabar un disco, en los sótanos del bar Los Caracoles. Un disco para el sello fonográfico Vergara, con un equipo de grabación expresamente desplazado a Jerez, bajo la dirección de mis amigos José Manuel Caballero Bonald y Fernando Quiñones, asombrando a todos con su cante recio y viril, poderoso y tremendo, en su arcaica y desoladora belleza. Ese día fue aquél, en que dijo la tremenda frase que la hizo célebre Y aquél otro, en que llevé a su casa de la calle de la Sangre -¡no podía vivir en otra calle con mejor nombre!- a la famosa fotógrafa catalana Colita, para que la fotografiara, entregada a sus menesteres de ama de casa, mientras tendía la ropa y hacía sus faenas, en su modesta vivienda de sala y alcoba; consiguiendo Colita una valiosa colección de instantáneas, algunas de las cuales quedaron luego recogidas en su precioso libro, al que puso texto Caballero Bonald.

Son muchos los recuerdos que tengo de aquella grandísima cantaora, que apenas salió de su Jerez; que apenas hizo dos o tres discos - uno de ellos, con Diego Carrasco a la guitarra- que hoy puedan recordarnos como cantaba. Pero su nombre se hizo tan popular entre los entendidos que ya nadie la olvida y todos los viejos aficionados han oído hablar de ella con verdadero fervor. ¡Lástima que Tía Anica la Piriñaca haya tenido muy pocos seguidores, porque su cante era muy difícil de seguir. Y aunque algunos lo intentaron no lo consiguieron. Por eso, por el rastro que dejó en Jerez su cante, por la estela imborrable de su personalidad de señora flamenca, la Cátedra de Flamencología la recompensaría en 1972, con su premio nacional a la maestría.

Ana Soto Blanco, Tía Anica la Piriñaca para la historia del cante de Jerez, vivirá siempre entre las grandes leyendas flamencas de esta tierra, como la cantaora de mayor personalidad y jondura que jamás hayamos podido escuchar. Su cante, aún sigue siendo santo y seña de la más desgarradora pureza. Quienes la conocimos y tantas veces la escuchamos, podemos dar fe de ello.

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