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Las alas del deseo

La crítica

El bailaor cordobés Ángel Muñoz presenta su nueva y experimental obra

Las alas del deseo
Francisco Sánchez Múgica

02 de marzo 2011 - 07:19

La intención muchas veces es lo que cuenta y, justamente, si algo tiene el nuevo espectáculo en solitario que Ángel Muñoz estrenó anoche en La Compañía son sanas pretensiones. De antemano, ya es muy de agradecer ver propuestas, por pequeñas de formato que sean, que busquen transgredir, narrar y contar algo más, ofrecer alternativas y nuevos discursos escénicos sin tabúes ni clichés. Más allá de entender que el Festival de Jerez reclama a grito pelado un nuevo espacio escénico intermedio para suplir con garantías al Teatro Villamarta, lo que seguro hubiera ayudado a desarrollar mejor el creativo, y aún por pulir, trabajo del bailaor cordobés, Ángel. Vuelo/baile flamenco del blanco al negro es un montaje que aun estando bien rematado tiene pequeñas lagunas. Huecos por rellenar, especialmente, al transportar escenográficamente el hilo argumental que quieren narrar previamente los papeles que bosquejan la producción. Porque, a mi juicio, un grado más de cocción en la puesta en escena habría ayudado a contar mucho mejor esa interesantísima idea de trance de ángel caído —que arranca al compás de romance, pregón y debla— a ángel custodio que Muñoz sincretiza en la transformación del negro al blanco hasta su teórica (o no) redención final sobre las tablas.

Se hablaba en el ‘dossier’ de la inspiración en la estética de Wim Wenders y su celebrada El cielo sobre Berlín (también conocida como Las alas del deseo), donde dos ángeles observan el mundo filosofando sobre la naturaleza humana sin poder intervenir directamente en las acciones de las personas. Quizás haga este ángel cordobés un ejercicio similar en escena e intente observar por medio de su baile sus muchos yo como mecanismo para encontrarse consigo mismo y con su camino en la danza, que aquí queda sumamente abierto entre los territorios más clásicos y una tendencia más contemporánea y vanguardista a caballo entre Marín y Galván. Ya decimos, sea como fuere, que las ideas están apuntadas, pero falta mucho más empeño escénico al margen del excelente equilibrio entre lo musical y lo dancístico.

Como ejemplo de esto último, habría que acudir a la excepcional labor del artista y sus colaboradores —en especial, Daniel Muñoz, que le ha ayudado en la vertiente artística— en una especie de baile por farruca deconstruida, donde hay baile sólo con guitarra, baile sólo con cante, solo de pies y baile en conjunto. Una correlación de piezas, apoyadas por una notable iluminación, que van encajando hasta hacerse un todo encabezado por el baile recio, viril y rectilíneo de Ángel Muñoz. Un bailaor que aún debe ahondar más en la faceta expresiva de su baile —en los gestos, en las miradas, en las actitudes...—, dado que la parte técnica la domina con epatante y apabullante convicción y soltura.

Como un espectro desafiante, Ángel avanza entre sicofonías electrónicas, con su enorme sombra reflejada al fondo, y entre latidos martilleantes que van apagándose con lentitud... Un intenso e inquietante último tramo del espectáculo —cuyo desarrollo no desvelaré para quienes acudan a ver hoy el nuevo pase que ofrecerá en La Compañía— que deja al final con ganas de ver mucho más de ese arriesgado proceso creativo y experimental que encara el cordobés en este último trabajo. Después de afrontar la escala de grises por cantiñas y bulerías de Cádiz, en las que Muñoz despliega toda una heterogénea gama de recursos de pies y brazos, el ángel parece regresar a un cielo que sólo intuimos en la negrura del telón de fondo. Con un guión musical prácticamente sin receso alguno y unas cuidadas transiciones y cambios de vestuario del bailaor, la obra provoca un pulso emocional entre lo dancístico y lo musical, un diálogo repleto de texturas y sonoridades, en las que es parte esencial el buen hacer de todos y cada uno de los músicos que integran el elenco. Si tan capaz es el saxo de Diego Villegas de hablar con la guitarra de Javier Patino por taranto, vibrantes son las voces palaciegas de Miguel Ortega y José Ángel Carmona en una ronda de fandangos —excelente el segundo en su ejecución a la manera de El Gloria—. El músico Diego Villegas también se luce con la flauta y la armónica aportando frescura y sofisticación a un espectáculo que se mantiene en todo momento con buen ritmo, con capacidad para sorprender en su correlación de piezas musicales y coreográficas, y que sólo en contadísimas ocasiones decae por alargarse innecesariamente en algunos números. Nada que un buen flete tras el estreno no solvente.

Como le dice uno de los ángeles a su compañero en la cinta de Wenders: “Quisiera dejar de bajar suspendido en el aire y sentir mi propio peso, poner límite a mi infinidad y atarme a la tierra”. Muñoz, en Ángel. Vuelo/baile flamenco..., parece pretender todo lo contrario: no poner límites a su baile y volar libre en un trabajo creativo y de experimentación, con sus aciertos y sus errores, mediante el que empieza a llamar con persistente fuerza a las puertas del cielo donde habitan los grandes de la danza flamenca contemporánea. Al tiempo.

Baile

‘Ángel. Vuelo/baile flamenco del blanco al negro’

Baile: Ángel Muñoz. Cante: Miguel Ortega. Cante: José Ángel Carmona. Flauta, armónica y saxo: Diego Villegas. Percusión: Nacho López. Guitarra: Javier Patino. Dirección: Ángel Muñoz. Codirección y fotografía: Daniel Muñoz. Diseño de iluminación: Olga García. Sonido: Chipi Cacheda. Música electrónica: Artomático. Lugar: Sala La Compañía. Día: 1 de marzo. Hora: 21,00 horas. Aforo: Lleno con las entradas agotadas.

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