El cisne negro
La crítica
Olga Pericet estrena en Villamarta su obra 'Rosa, metal y ceniza', bella y enigmática
Me produce una extraña sensación Rosa, metal y ceniza, que anoche estrenó en el Villamarta la bailaora-bailarina cordobesa Olga Pericet. Por un lado, me entusiasma. Por otro, me deja a veces en modo ausente, sin poder identificarme en ocasiones con lo que sucede en la cuarta pared. Lo que sí tengo claro es que, en su conjunto, el primer trabajo en solitario de la Artista Revelación de la pasada edición del certamen no me deja indiferente. Y eso ya es suficiente. El baile, como arte que es, son estados de ánimos y aquí expone Pericet una galería de sensaciones y sentimientos prácticamente ilimitados, guiada por ese gusto de David Montero por confrontar los extremos, los giros violentos en el discurso, las composiciones fragmentarias —véase, sin irnos muy lejos, Dos voces para un baile y Bailes alegres para personas tristes—... Pienso que la estructura cíclica que sostiene este ejercicio instrospectivo es acertada (nacer, crecer, vivir, morir... renacer) y está bien rematada en escena. Aunque, por el contrario, lo que ocurre en el tránsito no termina de convencerme. Me desconecta demasiado con la danza dualizada, sofisticada y exquisita de Pericet, que cuando no aparece sobre las tablas hace que todo se vuelva lineal y monótono.
La artista emerge como un recién nacido, la cosmogonía de La metamorfosis de Ovidio, en el pórtico de su montaje, donde alude a su tierra natal gracias al Romance a Córdoba de Marchena y Córdoba de Albéniz. Dos piezas que además se identifican y coinciden con sus comienzos como afanada bailarina de danza española. Los palillos refuerzan su amor por la escuela bolera en contraste con la danza contemporánea del tinerfeño Jesús Caramés, cuyo papel no termina de estar claro en el juego. Lo mismo intuimos, en según qué momentos de la producción, que pueda ser otro yo que sigue de cerca los pasos de la bailarina; que un protector que la acuna cual pietà; que una especie de fuerza sobrenatural que la encorseta y saca de forma brusca de la escena.
La milonga de La rosa de Marchena, bien paladeada y sentida por José Ángel Carmona, da paso a un número por cantiñas y mirabrás en el que vemos muy cómoda a Pericet. Con sus múltiples registros y con ese baile políglota, es sorprendente como siendo tan menuda puede hacerse tan enorme en escena. Baile trepidante y aguerrido por el mirabrás clásico del siempre notable Miguel Ortega. Con mantón de escuela sevillana bien movido, sus paseos y carretillas son ágiles y preciosistas. Nítido y matizado el zapateado de las cantiñas de la rosa. Nuevamente, esos brazos de Pericet girando sobre su eje como si fuese a despegar, con una fuerza interpretativa formidable.
Vuelve el Romance a Córdoba. Caramés jadea y respira entrecortado. Transforma a la bailaora de rosa a metal fragüero. Los trémolos hacen llorar a la guitarra de Patino en las tarantas que ejecuta quejumbroso Ortega. Tras la liviana, Miguel Lavi —ha crecido como cantaor una barbaridad— se rompe por seguiriyas. Entre enigmática y melancólica, Pericet resta dramatismo aligerando el asunto para mostrar un zapateado vigoroso y percutor en la toná fragüera de cierre. La intrascendente adición en este pasaje de un cuplé por bulerías —mandola de Carmona incluida— y unas bulerías bailadas por el gaditano Jesús Fernández, con planta y mucha técnica, no ayudan a la continuidad de la propuesta. El interludio musical, a no ser que trate de reflejar algún tipo de idea que no pillamos —Montero titula la pieza Las tribulaciones de Hefesto y Venus— no alcanza la profundidad deseada y aconsejable. Ni Fernández es Vulcano ni Afrodita aparece como la Venus renacida de Botticelli —Pericet deja las bulerías para el fin de fiesta a petición del público—.
Como un verso suelto en la danza flamenca contemporánea, regresa Pericet con bata de cola negra a bailar por la pieza que sintetiza su espectáculo y sus actuales constantes vitales. Son las cenizas de Rosa, metal y ceniza. Soleá apolá y soleá-petenera dan cuerpo musical a esta catártica sesión de exorcismo en la que la bailaora, gracias a la cola de su bata, se transforma en un cisne negro que renace de sus cenizas. Es un clavel que eclosiona ante el cante y el toque inteligente de Jiménez y Patino (grandes los dos). Como una Norma Desmond cualquiera, se consume hasta fundirse en negro en la petenera de la Niña, fatídica en la voz del palaciego José Ángel Carmona, que no obstante deja abierta la puerta al renacimiento artístico. El eterno retorno: Volver de nuevo a habitar...
Pericet niega en este primer trabajo como intérprete y creadora la mirada externa para espolear la del interior, ese ojo seccionado de El perro andaluz que Montero metamorfosea en estados de ánimo y cualidades que derrama sobre el escenario la bailaora-bailarina cordobesa. Una artista portentosa a la que le quedan muchas grandes páginas por escribir en la historia de la danza, ya sea flamenca, clásica o contemporánea. Es un bello cisne con cuerpo y sustancia para hacer lo que quiera.
Baile ‘Rosa, metal y ceniza’
Compañía de Olga Pericet. Baile: Olga Pericet, Jesús Fernández y Jesús Caramés (colaboraciones especiales). Cante: Miguel Ortega, Miguel Lavi, José Ángel Carmona. Percusión: Javier Prieto. Palmas: Jesús Fernández. Coreografía: Olga Pericet. Colaboración especial en una pieza coreográfica: Marco Flores. Música original: Antonia Jiménez, Javier Patino. Arreglo musical: Arcadio Marín. Iluminación: Gloria Montesinos. Sonido: Kike Seco. Vestuario: Yaiza Pinillos. Dirección musical: Olga Pericet, David Montero. Dirección escénica: David Montero. Dirección artística: Olga Pericet. Lugar: Teatro Villamarta. Día: 7de marzo. Hora: 21,00 horas. Aforo: Lleno.
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