El legado que nace del saber
Baile
El espectáculo adquiere el sentido buscado cuando coinciden en el escenario las dos generaciones que conviven en 'Leyenda y Legado', obra que tiene como principales protagonistas a Juan Antonio Tejero y a Irene Carrasco. Lograron colgar el cartel de no hay billetes tras once años sin estar presentes en el Festival de Jerez. Y no se vio nada que no se comentara los días previos al estreno de la función. Se cumplió la palabra y se les dio el sitio a los veteranos del baile flamenco que pisaron las tablas de Sala Compañía, creando en algunos momentos imágenes de un encanto especial con un fondo de autenticidad sin igual.
Pudo comprobarse, en el desarrollo de la sutil idea que encauza el guión, la diferencia entre ambas etapas, sobre todo en las formas expresivas. La esencia, sin embargo, es la misma. El sentimiento, la pasión y la ilusión de representar una forma de vida empuja a todos los componentes de este espectáculo a disfrutar desde el principio hasta el fin.
Tejero y Carrasco consiguen reunir a algunos históricos del baile más natural, ese que no conoce aditivos, sino que nace de la creatividad más personal, del propio saber. Y se acuerda de su segunda tierra, Sevilla, acercándonos a Manolo Marín, maestro de maestros que no necesita más que una pincelada por soleá para dejar volcado el peso de sus decanos pies. El testigo lo coge Irene Carrasco, que baila desde el alma al cante de Juanillorro, pieza fundamental en esta obra y que se hace cargo del gran contenido cantaor en la tarde. Las voces féminas son las de Tamara de Tañé y Mara Rey, que aparecen en los tangos que interpreta Marín.
Las transiciones están cuidadas con el fin de no hacernos desconectar, y el martinete da pie a la seguiriya que baila Juan Antonio. Le impregna dramatismo y entrega en una expresión sin aspavientos y lejos de sobreactuaciones. Son pequeñas dosis las que tanto ella como él nos dejan en la retina, porque la intención, al parecer, no es otra que la de compartir entre todos. Es entonces cuando se consigue la mayor explosión de compás y el paisaje se viste de tradición. El baile es eso, dejarse llevar por el compás y el aire, algo tremendamente complicado que no aparenta costar nada a Tía Yoya, gitana del barrio de Santiago que guarda la frangancia en el semblante de su madre Tía Juana la del Pipa. También se disfruta con el desparpajo de Tío Pepe, un aficionado que representa la inalcanzable sencillez. Y Diego de la Margara, un nombre que fue, es y será, imagen del prestigio del baile jerezano más primario, desde las muñecas a la pausa. Diego para el tiempo, o el tiempo se para ante Diego.
Echamos en falta algo más de 'jerezanía' en las bulerías de Tañé y Rey, que tienen un timbre inconmensurable, pero caen en lo que llamamos 'globalización flamenca', letras de todos los tipos y lugares. No olvidamos a Malena Hijo e Ismael Heredia, dos buenas guitarras que inician el fin de fiesta por bulerías en el que unos bailan con otros y en el que tanto Juan como Irene disfrutan al saber que el trabajo ha dado los frutos que esperaban, esto es, poner en valor lo que unos dejaron, y los que otros intentan recoger.
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