Un miércoles de tierra virgen, cenizas y Marco Flores
El bailaor de Arcos, Premio Nacional de Baile Flamenco y Premio MAX 2020, presenta en Andalucía su última creación, acompañado por el cante de Manuel de la Nina, Enrique Remache y Chelo Pantoja
Compañía Marco Flores con 'Tierra virgen' en el Festival de Jerez 2025

Parece que los astros hubieran confabulado para hacer coincidir este Tierra virgen de Marco Flores con la celebración del Miércoles de Ceniza. Por una parte, un espectáculo que evoca a la tierra y al origen, a los ancestros y a la raíz; por otro, una jornada que simboliza con la imposición de las cenizas un tiempo litúrgico de reflexión. En ambos casos, confluyen el rito y la memoria, la geografía del cante y el baile.
El propio baile de Marco Flores recoge lo mejor del pasado y de la contemporaneidad. Es un artista tocado por la gracia y que habita un cuerpo impregnado de danza. El baile de Flores es como un pájaro colorido aleteando sus alas por el escenario. Esta vez, el bailaor de Arcos de la Frontera ha creado un espectáculo que desde sus inicios ha sido una llamada a la tierra, desde la recreación inicial de una escena de trabajo en el campo a la videoproyección final en la que aparecen ovejas y golondrinas, pero también autopistas y los candados de pisos turísticos que ahora se ven en los portales de los centros históricos. Una alusión a la pertenencia a la tierra del ayer y del hoy, al éxodo de la vida rural a la vida urbana, o al desplazamiento de vecinos de sus barrios de siempre. En los sucesivos guiños a la tierra y al origen también hay momentos para los cantes de ida y vuelta, esos que nos transportan a América. El cante de Manuel de la Nina, Enrique Remache y Chelo Pantoja y la guitarra de José Tomás conforman el elenco.
La parte inicial del espectáculo es la que desprende mayor belleza visual y simbólica, con una ronda de cantes camperos como único acompañamiento al baile de Marco Flores, que se deja envolver por carceleras y trillas. Suenan cuerdas y cascabeles, y con un número limitado de recursos Tierra virgen consigue transportarnos a vidas de épocas pasadas. Marco Flores juega a ser un burro y así empieza a danzar por el escenario. Este principio me lleva a aquel libro titulado Canto yo y la montaña baila, de Irene Solà, en el que el lector se da cuenta al final del primer capítulo que quién nos habla es una nube, la narradora desde la que comienza la historia. De la misma manera, Marco se funde aquí con un alter ego animal y en su primera llamada al origen hay campo y las raíces más humildes del flamenco. En una segunda parte, Marco-burro se convierte en Marco-ave, con plumas y un abanico engarzado a un pañuelo rosa que se integra en la coreografía. En todo momento el bailaor impregna su Tierra virgen de pequeños apuntes cómicos que se dejan ver en sus gestos y movimientos, y también en algunos pasajes que tiran de cierta teatralización.
El espectáculo vuelve a retomar su estilo inicial. Enrique Remache afila cuchillos y Manuel de la Nina con una zampoña musicaliza la típica llamada, pero esta atmósfera se interrumpe y aparecen los pitos de carnaval y un tono más cómico. En una de las transiciones el protagonismo recae en Chelo Pantoja cantando el ¡Ay pena penita pena!, la copla compuesta por Quintero, León y Quiroga para Lola Flores y cuya letra encaja con el alma de esta propuesta por aquello de “Si en el firmamento poder yo tuviera / esta noche negra, lo mismo que un pozo / con un cuchillito de luna lunera / cortara los hierros de tu calabozo”. En la recta final, Marco Flores con chaqueta de brilli-brilli baila una soleá y termina por bulerías, aunque esta parte no termina de cuajar con el resto del espectáculo. Ya sea porque no se hilvana bien con el conjunto de la propuesta, o bien porque la proyección de arenas que se convierten en molduras no ayuda a que luzca su baile. Aunque el artista siempre proyecta su disfrute sobre las tablas, es inherente a su baile, no alcanza los niveles de Rayuela, el último espectáculo que presentó en Jerez junto a los hermanos Alfredo y David Lagos.
Tierra virgen se disfruta porque el baile de Marco Flores todo lo puede, aunque este espectáculo no sea -al menos para mis ojos de espectadora- el que más goce desprenda. Tras una parte de jaleos y una breve juerga por bulerías, la obra da otro giro y llama a la tierra del otro lado del Atlántico, con un cante con aires de Chavela Vargas y algunos elementos (una túnica, un sombrero) que beben aromas de ultramar. Este viaje terrestre está iluminado por Gloria Montesinos, apuesta segura para la creación lumínica; mientras que la bailaora Olga Pericet, gran compañera de Marco Flores, se embarca esta vez, y con gran acierto, en el diseño de vestuario, con un outfit que va desde un estilo más sobrio típico de las faenas agrícolas a la fantasía colorida de plumajes y destellos.
Este Tierra virgen culmina con una videoproyección en blanco y negro con imágenes que evocan campo y ciudad, raíz y movimiento. Al final, un burro que nos mira de frente y al que Flores acaricia como despedida definitiva. Hay momentos que logran conmover y en especial al principio, el bailaor consigue conectarse al público, luego pasa por momentos en los que está presente pero no con tanta envergadura como el prometedor inicio. El final, aunque solemne, siento que no está colocado con precisión. Con todo, siempre es un placer ver a Marco convertido en burro, en pájaro o en lo que sea que se quiera convertir, porque sabe y puede hacerlo. Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás.
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