La noche mágica de Manuel Liñán
XXIV Festival de Jerez
En quince años que llevo siguiendo el Festival de Jerez, nunca he visto al Villamarta entregado como ayer. Fue como una especie de emoción final, una emoción que acabó en lágrimas, y que se extendió al público y al propio elenco de artistas, el primero Manuel Liñán, superado por todo lo que estaba aconteciendo.
El teatro entero lo aplaudió en pie durante diez minutos, agradeciéndole la experiencia vivida, una experiencia que llegó a tocar la sensibilidad del más frío gracias a un espectáculo que puede ser de lo mejor que ha pasado por el Festival en sus 24 años de vida.
Liñán hizo que los espectadores sintieran en sus propias carnes lo vivido tras aquellas cuatro paredes de su cuarto, cuando era niño, aquella habitación en la que, ocultándose del resto del mundo, se vestía de mujer con los trajes de su madre. Todo aquello lo percibió Villamarta, haciendo sentir a cada persona, cada uno de sus pensamientos, de sus miedos, de sus risas, de su amor, de sus sueños...
Porque ‘¡Viva!’ reivindica la normalidad frente al travestismo, y nos acerca a la realidad de muchos, una realidad que aunque parezca mentira, sigue estando ahí, en nuestro día a día.
Liñán usa el baile como hilo conductor pero de una manera tan fina que mantiene la tensión y el ritmo del espectáculo desde el primer momento, no chirría ni una sola vez. Todo pese a que estamos hablando de una propuesta que llega a la hora y tres cuartos. Pero ya se sabe, cuando se disfruta, el tiempo no corre.
Las aportaciones de su particular cuerpo de baile son la clave para este perfecto desarrollo. Está claro que la figura de Manuel Liñán emerge sobre todos, aunque no por ello se devalúa al resto de integrantes, es más, a lo largo del montaje todos tienen su momento, que por cierto cada uno sabe aprovechar muy bien. Así, Jonatan Miró lo borda por soleá, Hugo López encandila con su petenera, Manuel Betanzos brilla en los tangos de Triana, Daniel Ramos y Víctor Martín enloquecen al público con su pincelada de escuela bolera; y Miguel Ángel Heredia se gusta y se destapa por bulerías, con David Carpio, Antonio Campos y la guitarra de Francisco Vinuesa, como a lo largo de toda la obra, elevando el listón.
Liñán nos regala una bulería al principio cargada de recursos y maestría, y cierra su aparición individual con unos tarantos (en los que recuerda aquel traje verde de su madre que se ponía de pequeño) rematados por tangos de Granada de una belleza incalculable.
Todo se condimenta con dos dosis de humor, con un toque de excentricidad y también una pizca de locura.
Cada personaje aporta su impronta, que queda patente en el penúltimo número, las alegrías que baila toda la compañía con una coreografía extraordinaria, y en la que de nuevo, de una manera sutil y exquisita, resulta especialmente reivindicativa.
El ‘Déjame en paz’ de Bambino de fondo, que utilizaron los bailaores para acceder al escenario por el patio de butacas, cerró una noche inolvidable y que a buen seguro quedará marcada en la memoria de muchos, simplemente porque este ‘¡Viva!’ es una verdadera obra maestra.
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