Una vida por y para Vicente Escudero
Cuando la pintura se hace baile
Corría el año 1974 cuando una llamada de María Márquez, con quien convivía Vicente Escudero tras el fallecimiento de su pareja artística Carmita García, alertó a José de la Vega. “José necesito que hagas algo por Vicente, a nosotros con la paga que tiene mi madre no nos alcanza. Tú sabes que él dibuja muy bonito y tiene unos cuadros preciosos, cómprale algunos tú que puedes”.
El sevillano, conocedor de la afición por la pintura del maestro Escudero por “sus libros Mi Baile y La Pintura que baila”, accedió y le compró algunos. “Le compré algunos, y me dedicó el decálogo del baile que doné al Centro Andaluz. Así empezó todo”.
Posteriormente, y en su afán por seguir ayudándole “vendí unos cuantos en mi escuela de la Plaza Real. A todo el que veía que podía llevar 1.000 pesetas en el bolsillo se lo endiñaba”, relata José de la Vega, quien reconoce que “tras la muerte de Vicente los cuadros subieron de valor llegándose a vender por 25.000 y 50.000 pesetas”.
De esta manera tan atípica el bailaor inició su particular tesoro, toda una colección de objetos y láminas de Escudero que desde el pasado día 25 de febrero y hasta el 12 de marzo están expuestos en el CAF. “Tengo unos 130 cuadros y todo tipo de objetos. Los he ido comprando con el paso de los años, porque mucha gente, que sabía mi amor por coleccionar todas las cosas de él se acercaban por mi academia para vendérmelas”.
Así las cosas, y al margen de las cincuenta expuestas, en el Palacio Pemartín podemos encontrar desde una bata de cola diseñada por Joan Miró (con el que tenía una gran amistad) para Escudero hasta sus castañuelas, fotografías y todo tipo de recortes de prensa de sus andanzas por medio mundo, tanto de sus actuaciones en Nueva York como en París y España en el último tramo de su vida. “Tenía hasta una película, pero como su estado de conservación no era bueno lo cedí al Museo Reina Sofía”.
“Desde 1961, cuando fue a verme a Castelldefels, mantuve una gran amistad con él. Había leído a Sebastián Gasch, un crítico muy prestigioso de la época, que hablaba bien de mí y esa noche fue a verme”, explica.
De la Vega admite que dentro de su amplia colección “no tengo ninguna preferencia, le tengo cariño a todo. Desde esta entrada (señala con el dedo) de cuando estuvo en París hasta este libro (titulado ‘Esta es su vida’) de una entrevista que le hizo Federico Gallo en un programa que tenía en televisión española”.
Treinta años después de su muerte, el bailaor afincado en Barcelona considera que al maestro “aún no se le ha hecho justicia. No se le hizo en su día cuando no se le dio la pensión prometida por Ricardo de la Cierva, el Ministro de Información y Turismo, y no se le ha hecho ahora. Faltan referencias sobre él a la gente joven, por eso esta exposición es un escaparate. De todas formas, si de Antonio Gades, que murió hace cuatro años, no se acuerda nadie, imagínate de Escudero”.
De la Vega, temperamental por fuera pero de corazón generoso por dentro, prefiere mirar hacia otro lado cuando se le pregunta cuánto se ha gastado en la exposición entre una cosa y otra. “No sé contar”, dice sonriendo. Eso sí, confía en que este tesoro de la historia del baile español tenga un hueco en otros festivales. “Hemos estado en Madrid, en el Teatro de la Zarzuela, en Logroño, Segovia, Valladolid y ahora aquí en Jerez, que se han portado muy bien conmigo, tanto Villamarta como la Agencia y el CAF. No pido dinero por la exposición, lo que me quieran dar, pero debería estar en más sitios para recordar al maestro”.
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