Adiós a un 'centauro' inmortal
La muerte de Fermín Bohórquez
El emblemático rejoneador jerezano fallece a los 82 años en su domicilio de El Puerto.
El rejoneador y empresario Fermín Bohórquez Escribano falleció ayer a los 82 años de edad en su domicilio de verano de El Puerto como consecuencia de una larga enfermedad. En el último año se había visto obligado a suspender sus apariciones pública debido al deterioro de su salud,
El funeral se celebrará hoy a las once de la mañana en la iglesia de San Mateo de Jerez, templo muy vinculado a la familia. La misa será oficiada por el obispo de la diócesis de Asidonia-Jerez, monseñor José Mazuelos Pérez. La iglesia de San Mateo está muy vinculada a la familia Bohórquez al pertenecer a la Hermandad que tiene sede en dicho templo conocida popularmente como los 'Judíos de San Mateo', de la que el rejoneador fue hermano mayor.
Desde ayer por la tarde, la capilla ardiente estuvo instalada en la finca La Peñuela, de su propiedad, que se encuentra en la carretera que une Jerez con la vecina localidad de Arcos de la Frontera.
Hasta allí, para mostrar sus condolencias, fueron llegando durante la tarde y la noche numerosos familiares y amigos de los Bohórquez Domecq, destacadas personalidades del mundo de la empresa y del toreo, así como representantes de entidades e instituciones a las que estuvo vinculado. Sus restos serán trasladados en la mañana de hoy desde La Peñuela hasta San Mateo. Tras el funeral, recibirán cristiana sepultura en el Cementerio Nuestra Señora de la Merced de Jerez. El primer minuto de silencio en su memoria se guardó ayer por la tarde en la plaza de toros de Santander.
Fermín Bohórquez Escribano estaba casado con Mercedes Domecq Ybarra y era padre de seis hijos: Fermín, Carlos, Sol, Iván, Borja y Mercedes. El mayor de ellos, también llamado Fermín, ha perpetuado el nombre de su padre en los principales carteles del arte del rejoneo hasta su retirada en la temporada del 2015.
La casualidad quiso que naciera en Sevilla un 12 de septiembre de 1933. Pero Fermín Bohórquez Escribano siempre se consideró jerezano de los pies a la cabeza.
Fue un hombre de campo que tocó todos los palos: excelente garrochista, buen cazador, criador de galgos, jugador de polo, labrador de éxito, un jerezano de pura cepa cuyo nombre es imposible desgajar de la propia mitología de esa tierra de toros y vinos.
No solía fallar en las plazas de Jerez, El Puerto y Sevilla, donde era perenne su presencia en el palco del Aeroclub, una de las zonas reservadas de la plaza de la Maestranza.
En los últimos tiempos, la enfermedad le había alejado de los tendidos y también le había privado de recorrer en uno de sus enganches los reales de las ferias del Caballo de Jerez y de Abril de Sevilla, a las que siempre acudía.
En las esquinas del mundo del toro se sabía desde hace tiempo que el veterano jinete apuraba los últimos tramos de su vida.
Su declive físico ya había comenzado hace años, pero aún fue capaz de subirse a caballo por última vez en la Plaza Real de El Puerto en agosto de 2011, en el transcurso de una corrida nocturna organizada en su homenaje de la que salió a hombros de su hijo, el rejoneador del mismo nombre. Ya lo habían sacado en volandas en la plaza de Jerez el 9 octubre de 1993. Fue la última función de su larga carrera, compartiendo un cartel coral -Rafael Peralta, Antonio Ignacio Vargas, Luis Valdenebro, Joao Moura, Ribeiro Telles, Javier Buendía, Antonio Correas, Leonardo Hernández y María Sara- en el que actuó por colleras con su propio hijo para cortar los máximos trofeos de un toro de su casa.
Y es que no se puede hablar de Fermín Bohórquez sin mencionar su faceta de ganadero, heredada de su padre: el agricultor, senador y diputado Fermín Bohórquez Gómez, del que heredó nombre, afición y hacienda.
El veterano jinete mantuvo la apuesta decidida por el encaste Murube-Urquijo, progresivamente reconvertido en el material más idóneo para los nuevos aires del toreo a caballo.
Fue un jinete precoz pero también fue un consumado torero a pie en la soledad del campo. Se puso por primera vez delante de una eral a la edad de doce años instigado por el mismísimo Manolete. Aún quedaban algunos años para que decidiera convertirse en profesional del rejoneo en unos tiempos en los que le tocó bregar con la primera edad de oro del toreo a caballo. Tras debutar en 1959 con 26 años cumplidos en un festival de Ubrique, fue forjando una carrera en la profesión, convirtiéndose en figura indiscutible de la especialidad en la década de los 70 del pasado siglo XX.
Recibió numerosos premios y reconocimientos en toda España, como el premio de la Real Maestranza de Caballería en los años 1970 y 1972 o el Caballo de Oro concedido por el Ayuntamiento de Jerez en el año 1980.
Colaboró a lo largo de su vida con diferentes asociaciones e instituciones de la ciudad, para los que participó desinteresadamente en festivales taurinos. Desde hoy, su personalidad y su figura de imponente planta e inseparable sombrero de ala ancha quedarán para siempre en el recuerdo.
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