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Agresividad en la Infancia

Juan Manuel Gutiérrez. Www.psicologiadiez.com

11 de marzo 2014 - 01:00

LA agresividad infantil es uno de los problemas que más preocupan tanto a padres como a profesores. Hoy en día se sigue debatiendo sobre las causas que más influyen en este tipo de comportamientos. Algunas teorías defienden que la agresividad es un impulso innato mientras que otras postulan que la respuesta agresiva solo aparece ante determinadas circunstancias y debida a las experiencias previas del individuo. Ambas explicaciones parecen aceptables, y parecen más bien complementarias que incompatibles, ninguna persona está libre de la influencia de su carga genética pero, obviamente, tampoco puede librarse de la influencia de las experiencias vividas. Por tanto, es lógico pensar que este comportamiento es debido a una combinación de ambas explicaciones. De todos modos, lo que interesará al lector, lejos de las explicaciones teóricas, es saber cómo actuar frente a este tipo de conductas agresivas que en ocasiones pueden implicar un alto grado de violencia y llegan a perjudicar al propio menor tanto a nivel social, como familiar, escolar e incluso personal.

Unos de los recursos más valiosos, es saber escuchar, favorecer que el menor exprese sus frustraciones o temores. Dedicando con cierta frecuencia, unos minutos a estar con el menor escuchándolo atentamente, sin juzgarlo, conseguiremos que comprenda y compruebe, que hay otras vías para eliminar esas frustraciones que provocan su conducta agresiva.

Para ello, puede resultar muy útil, reflexionar sobre las ventajas y los perjuicios que conlleva la conducta agresiva, ya que, aunque este tipo de comportamientos pueden ser muy efectivos a corto plazo (en los más pequeños puede ser una forma rápida de conseguir lo que desean), a largo plazo van a generarle rechazo social, que puede derivar en deterioro de la propia autoestima, mayor frustración y como consecuencia vuelta a las conductas agresivas.

Es muy importante ver al niño agresivo desde una perspectiva alternativa a la del niño malo o perverso, ya que el problema que presentan es que no saben adaptarse bien a su entorno y suelen vivir agobiados, incluso pueden llegar a padecer sintomatología depresiva y a sentirse totalmente desmotivados. Saber reaccionar de forma positiva frente a sus méritos, por pocos que puedan ser, puede resultar crucial para motivar al menor, y sacarlo de ese círculo vicioso que se construye entre la frustración y la agresión, del que el menor no puede salir por sí solo.

Por último, para reducir las conductas agresivas en los menores, se muestran cada vez más efectivos los programas de mejora de inteligencia emocional, en los que a través de distintos módulos como el de mejora de la resolución de conflictos, habilidades sociales o mejora de la expresión verbal y de la creatividad, se educa en el reconocimiento de las emociones básicas tanto en él mismo como en los demás. Reconocer las propias emociones es el primer paso para poder reconocerlas en los demás, para desarrollar la empatía, que es considerada la base de la conducta prosocial.

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