Jerez Íntimo
Marco Antonio Velo
Navidad 1949 en Jerez: Gerardo Diego, Fernando J. Peña, José Argudo Romero…
ENTRE los numerosos viajeros ilustrados que visitaron Jerez, destaca sin duda Antonio Ponz Piquer (1). Nacido en 1725, nuestro personaje cursó estudios de Filosofía y Teología, sintiendo también gran atracción por el conocimiento de las lenguas extranjeras y la Historia y, especialmente, por el dibujo y la pintura. Tras una estancia en Italia, regresa a Madrid en 1765, coincidiendo con la expulsión de los jesuitas, siendo comisionado por Campomanes -ministro de Carlos III- al objeto de que estudiase las pinturas existentes en los colegios que la Compañía de Jesús había tenido en Andalucía, con el fin de seleccionar las más relevantes para su exposición en la Academia de San Fernando.
Junto a los informes sobre el patrimonio artístico y monumental que motivaron sus primeros viajes, Ponz realizará numerosas anotaciones de los más variados aspectos. De esta manera, incluye en sus escritos otras observaciones de carácter urbanístico, social y económico de las ciudades y pueblos que visita, así como numerosas referencias a las costumbres populares, la industria, la agricultura o las fuentes de riqueza de los distintos territorios que recorre. De todas estas cuestiones dará cuenta en su magna obra titulada 'Viage de España o Cartas en que se da noticia de las cosas más apreciables, y dignas de saberse, que hay en ella'. Sus 17 tomos, publicados entre 1772 y 1794, aportan valiosos datos para conocer con gran detalle la España del último tercio del siglo XVIII.
Entre las regiones que Ponz visitó con mayor detenimiento destaca Andalucía, a la que dedicó el tomo IX de su 'Viage de España' publicado en 1780 y, más adelante, los tomos XVI, XVII y XVIII, fruto de sus recorridos por nuestra tierra entre 1789 y 1791. Aunque el último de ellos está dedicado en una buena parte a la provincia de Cádiz y aparecen menciones a Jerez, es el tomo XVII el que incluye los textos relativos a las visitas que realiza a nuestra ciudad.
Como buen ilustrado, además de su interés por el arte y la cultura, muestra una gran preocupación por el fomento de la agricultura y el arbolado, encontrándose a lo largo de toda su obra numerosas referencias a la necesidad de plantar árboles y a "… los males que experimentamos por su falta".
No es de extrañar por ello que cuando en 1791 -un año antes de su muerte- visita la ciudad, nuestro viajero ilustrado ponga el acento también en estas cuestiones. Ya en el camino desde Sevilla a Jerez, da muestras de este interés y al describir el trayecto hasta el cortijo de Torres de Alocaz, donde pernocta, apunta que "… el territorio es excelente para cosechas de granos, pero desnudo de arboledas á lo regular". Desde Alocaz continúa camino hacia El Cuervo, anotando también que" … se alcanzan á ver los Pueblos de los Palacios, y Las Cabezas, interpuestas grandes llanuras, la mayor parte de ellas peladas de árboles" (2)
A su llegada a Jerez, junto a las descripción general de la ciudad, de sus calles y edificios de interés, o a los comentarios sobre su patrimonio artístico, la agricultura o las bodegas (de lo que nos ocuparemos detenidamente en otra ocasión)… Ponz comienza dando noticias de las arboledas que flanquean los accesos a la ciudad o de los árboles de calles y alamedas que en "…las entradas del lado de Utrera y del Puerto de Santa María, el corregidor José Eguiluz ha ordenado plantar". Con respecto a la primera, viniendo de Sevilla, Ponz se recrea en la descripción: "Esta entrada de Xeréz de la Frontera se las puede apostar á las de cualquiera otro Pueblo por hermoso que sea, y juntamente es un paseo delicioso para los vecinos de la Ciudad, con asientos y verjas en ámbos lados, y entre huertas, arboledas de palmas, granados, naranjales, y otros árboles de clima suave. Aunque dichas verjas son al presente de madera dada en verde, entre pilares de fábrica, puede creerse que más adelante se vayan haciendo de hierro, según veo que piensan estos Señores Xerezanos, y su zelosísimo Corregidor, quien tuvo el encargo de dirigir este famoso camino nuevo desde una legua ántes de Xeréz hasta Cádiz. El expresado paseo y entrada tiene de largo cerca de mil pasos, con alguna elevación respecto al resto de la campiña, cultivada de dilatadísimos viñedos, de los quales y de su precioso producto hablaré luego. Empieza el paseo por una plaza circular y continúa lo demás á modo de galería hasta la Ciudad" (3).
Esta descripción de Ponz de la entrada de Sevilla, coincide en buena medida con otras que se realizaron en el siglo XIX y aún, con las imágenes del antiguo Paseo de Capuchinos de comienzos del XX que han llegado hasta nosotros.
Como no podía ser de otra manera, Ponz visita el monasterio de la Cartuja ofreciendo una detallada descripción de sus riquezas artísticas y monumentales de las que da cuenta en la Carta VI, Tomo XVII de su Viage de España.
En este relato hay también sitio para su interés y curiosidad por los árboles que encuentra en el camino, donde le llaman la atención las 'piteras', las populares pitas o agaves que se nos muestran en muchos grabados del siglo XIX sobre la Cartuja: "No era cosa de marchar de aquí sin hacer una estación en la celebre cartuja, distante poco más de media legua de la ciudad, a su lado de Oriente, hasta donde se va por camino algo hondo pero frondosísimo por ambos lados de árboles y piteras, y lo mismo son otras entradas de la ciudad que llaman callejones, y en algunos trechos lo parecen"(4). Ponz describe el antiguo acceso desde Jerez a la Cartuja, que transcurría en parte por la actual Hijuela de Pinosolete. Eran los conocidos 'callejones', estrechos caminos entre los campos, con sus orillas flanqueadas por los árboles que les daban un aspecto umbroso y cerrado, como de galería cubierta por las copas de álamos, olmos y frutales.
Al llegar a la Cartuja, se ocupa también de describir los árboles de sus claustros, patios y alrededores: "El monasterio está rodeado de olivares y otras arboledas, con porción de huertas y nuevos plantíos que tienen por su lado de mediodía, entre el río Guadalete y dicho Monasterio… "
Sin embargo, un árbol le llama la atención por su rareza y su curiosidad de hombre ilustrado le hará después averiguar datos sobre él: "…En el primer patio del monasterio encontré algunos árboles que jamás había oído nombrar, y los llaman agriones, conocidos acaso la primera vez en Motril, de donde vino la simiente. Crece mucho esta planta en el término de ocho años, y es de excelente madera. Echa una flor de cinco hojas muy parecida al jazmín, con su cáliz en medio: la fruta es como una avellana chica de cinco ángulos, y en cada uno hay una simientita negra muy parecida a las de las manzanas: la hoja del árbol es semejante a la del fresno. Con dichas frutillas, que son durísimas se hacen cuentas de rosarios. Este árbol convendría de infinito multiplicarlo, particularmente por estas tierras" (5).
Este curioso árbol es sin duda el cinamomo (Melia azedarach), también conocido como melia o agraz, especie que nuestro viajero ilustrado no había visto en ninguno de sus anteriores viajes por España y Europa y que ahora, en 1791, a sus 66 años se encuentra en el patio de La Cartuja. El 'agrión' era, a buen seguro toda una rareza.
Originario del sur y este de Asia, se cultiva España desde el siglo XVI y ya en 1762 lo cita el célebre botánico José Quer, si bien no será hasta el siglo XIX cuando se utilice como especie ornamental en calles y plazas. En nuestra ciudad fue especie habitual en buena parte de los jardines y paseos y aún puede ser visto en numerosos puntos (Bda. España, La Constancia, La Granja, Ronda Este…).
Las observaciones de Ponz sobre esta especie son muy acertadas tanto en la descripción de las flores como en lo referentes a las hojas, que encuentra muy parecidas a las del fresno (Fraxinus sp.). No en balde el nombre genérico de 'melia' (derivado del nombre griego del fresno) fue dado por Linneo en razón de la semejanza de sus hojas con las de dicho árbol. Pero sin duda, lo que más llama la atención de Antonio Ponz son las 'frutillas', durísimas "con las que se hacen cuentas de rosario".
No le falta razón a nuestro ilustrado y en Francia se conoce al cinamomo como 'árbol de los rosarios'. Los huesos de sus frutos carnosos (pequeñas drupas globosas) tienen un estrecho conducto entre sus lóbulos soldados que posibilitan el engarce para hacer cuentas de rosario.
En el invierno, cuando las copas de las melias pierden su espeso follaje y se desnudan, los frutos, que se agrupan en racimos compactos persistentes y muy llamativos, adquieren una tonalidad amarilla, proporcionando a estos árboles una estampa inconfundible.
No es extraño que llamaran la atención de D. Antonio Ponz en aquella visita que hiciera a nuestra Cartuja a finales del siglo XVIII. Aunque sólo fuera en homenaje a este viajero ilustrado, bien pudiera plantarse un hermosa melia en los jardines de acceso al monasterio. Ahí queda nuestra propuesta.
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