Aprendicidad
Educación/Psicología
Siguiendo el hilo del artículo anterior sobre la influencia de la felicidad en el aprendizaje (aquello a lo que llamé un hipotético felicidaje) resultaría interesante contestar la última cuestión planteada en él: ¿existe la aprendicidad? Es decir ¿es posible que lleguemos a entender el aprendizaje como una forma de mejorar los niveles de felicidad de una persona?
Afortunadamente, en la actualidad, disponemos de muchísima información en este sentido. Ya a principios de los años 70, la UNESCO publicó un informe mundial titulado Aprender a ser: Educación y destino del hombre (que yo me atrevería a renombrar como ‘Aprender a ser: Educación y destino de la humanidad’), en el que se describía una educación aspirante a objetivos muy superiores a los de formar trabajadores o especialistas en determinadas áreas del conocimiento. El objetivo fundamental que se proponía en este informe consistía en facilitar el desarrollo de buenas personas, personas más felices, personas que cooperan y contribuyen de forma voluntaria a un buen desarrollo de las distintas sociedades a las que pertenecen. Parece, por tanto, que hace ya más de 50 años que fueron lanzados los primeros satélites con algunas propuestas que tendrían que ser recogidas en ese futuro que era entonces tan lejano y que constituye hoy nuestro presente.
Más tarde, un segundo informe publicado también por la UNESCO, titulado La Educación encierra un tesoro, se esfuerza en dibujar una educación con rasgos claramente humanistas y en la que se definen cuatro pilares fundamentales de la educación: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser.
Se añaden por tanto tres pilares nuevos al que había sido considerado el primordial en el informe anterior. Pilares que apuntan de nuevo a una construcción del bienestar en cada persona a través del aprendizaje, del conocimiento y de la mejora de las relaciones interpersonales. En estos momentos, además, la UNESCO, a través de su web, tiene abierta lo posibilidad de participar en su próximo informe que aspira a que en 2050 la educación permita mejorar mucho de los conflictos a los que nos enfrentamos hoy en día como pueden ser las desigualdades, el cambio climático, el desempleo o la pobreza.
Pero, además de esta importante organización que es la UNESCO, existen muchas otras entidades y equipos de investigación empeñados en estudiar cómo aprender puede influir en nuestros niveles de bienestar. Por ejemplo, algunas investigaciones han sostenido que altos niveles de aprendizaje a lo largo de la vida se relacionaban con una alta satisfacción con la vida, la participación activa en la sociedad, el apoyo social y la promoción de la salud (Field, 2009).
En otra investigación realizada en Canadá se comprobó que los alumnos ancianos que permanecían más tiempo en los programas de aprendizaje a lo largo de la vida tenían mayor probabilidad de presentar un alto nivel de satisfacción psicológica y conseguir llevar una vida física y socialmente saludable (Ko y Lee, 2014). Estos mismos autores hicieron un estudio en el que dividieron a más de 7 mil personas en distintos grupos según hubieran participado en programas de formación de cualquier tipo de 1 a 2 años, de 2 a 3 años, de 3 a 4 años, de 4 a 5 años y los que habían realizado programas de aprendizaje durante más de 5 años. De todos los grupos, el que obtuvo mejores niveles de bienestar fue el de formación superior a 5 años. Este bienestar se midió a través de una escala (Hill) en la que se valoraba autoestima, satisfacción con el desarrollo personal, reducción de emociones negativas y el hecho de encontrar un sentido particular a la vida.
Para finalizar, parece entonces claro que, afortunadamente, no es solo el acto de enseñar el que puede generar satisfacción como la genera en muchos de nosotros, sino que también el aprendizaje tiene esa importante habilidad para producir felicidad, la aprendicidad.
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