El Arenal, más que una plaza

Jerez en el recuerdo

LA Plaza del Arenal es el lugar donde nuestra ciudad guarda su corazón y su alma, donde la historia del pueblo jerezano ha cimentado muchos de sus hechos

El Arenal, más que una plaza
El Arenal, más que una plaza
Antonio Mariscal Trujillo

20 de junio 2016 - 07:36

LA Plaza del Arenal es el lugar donde nuestra ciudad guarda su corazón y su alma, donde la historia del pueblo jerezano ha cimentado muchos de sus hechos, de donde parten noticias, bulos, mentiras y verdades. Donde la gente manifiesta sus preocupaciones, reivindicaciones o presuntas injusticias a veces en silencio y otras a voz en grito. Ágora ciudadana de manifestaciones lúdicas, políticas, culturales y religiosas. Imagen soñada por aquellos que un día partieron allende las fronteras en busca de otros horizontes. Testigo mudo de los más notables acontecimientos que han sido escritos en el libro de nuestra vieja historia y compendio de casi todo lo jerezano.

La Plaza del Arenal siempre quiso ser esa plaza mayor monumental de la que se enorgullecen muchas ciudades españolas pero, en contraposición con los notables edificios que desde el Renacimiento salpicaron por doquier nuestro casco histórico, nunca llegó a poseerlos, no tuvo la suerte de otros lugares en cuanto a la belleza de sus edificaciones. Su gran oportunidad la perdió en el siglo XVIII cuando se hizo el proyecto de construcción de nuestra actual Catedral, ya que uno de los lugares posibles que se barajaron para su ubicación fue esta plaza. Imaginemos lo que sería esta plaza presidida por la imponente mole de nuestra Catedral. Sólo el edificio de "Los Arcos" rompe esta afirmación, ya que la escasa calidad de sus construcciones nunca reflejaron un concepto de "plaza mayor". Circunstancia que pudo haber sido remediada en los últimos cincuenta años, pero el destino o tal vez las musas no inspiraron a arquitectos ni autoridades para que Jerez tuviera una plaza principal con la categoría que se merece. Aún así, sigue siendo una plaza entrañable.

Caminando hacia su urbanización

En el año 1828 encontramos críticas de un concejal referentes al estado lamentable de la plaza. Decía que se podían ver los portales llamados de Pavón reducidos a un montón de escombros. El cuartel o edificio de Los Arcos apuntalado y en estado ruinoso. La posada de San Dionisio con el más chocante aspecto. La acera llamada de Cuna con una cordillera de casas miserables y unos extraños balcones que deshonran al pueblo. Y para colmo el nombre de la plaza, Constitución, rotulado en una tabla mal pintada.

Como dato curioso diremos que ya en el año 1852, fecha en la que la plaza del Arenal estaba todavía sin pavimentar, aparece en el primer número de diario El Guadalete un artículo firmado por Francisco García Pina del que entresacamos un párrafo. Dice así:

"Aunque hay el dispendioso proyecto de embellecer la plaza de la Constitución, en su pavimento como paseo, tal vez esto merezca mayor reflexión, pues no alcanza a formar la verdadera plaza mayor de una población como Jerez".

No sería hasta 17 años más tarde cuando después de importantes obras de embellecimiento se construye un bonito paseo con bancos en su zona central, se siembran ocho grandes palmeras así como numerosos naranjos y se instala un precioso reloj fabricado por el maestro Losada con cuatro esferas en la parte que desemboca la Lancería. Todavía se conserva dicho reloj aunque parado, ya que carece de maquinaria. En total se invirtieron en estas obras la cantidad de 60.448 pesetas. Tras ello, la plaza pasó a ser testigo y protagonista de un histórico acontecimiento: Por una hermosa fuente instalada en su centro, brotaron con fuerza las limpias aguas traídas desde los manantiales de Tempul. Desde aquel mismo momento, el antiguo arenal toma la configuración de plaza principal que tiene actualmente.

En tiempos pretéritos

La Plaza del Arenal, conocida en la antigüedad como "Campo de la Torrecilla", recibió diversos nombres, casi todos relacionados con el momento político correspondiente. Del Real, Fernando VII, Isabel II, República, Constitución, Libertad, Alfonso XII o Reyes Católicos son, entre otras, las denominaciones que ha tenido; aunque en ningún momento nadie le pudo borrar su nombre verdadero: del Arenal. Este nombre no procede como se podría suponer del tipo de suelo que poseía, sino por la circunstancia de haber sido el sitio donde tenían lugar los enfrentamientos, desafíos, combates y torneos en el que los caballeros "bajaban a la arena" a enfrentarse y dilucidar sus diferencias. Según nos cuenta el historiador Bartolomé Gutiérrez en su Historia de Jerez, en el año 1342 estando aquí el rey Alfonso XI, los caballeros Payo Rodríguez Dávila y Rui Páez de Biedma pidieron al monarca campo para un desafío, concediéndoselo el rey frente a la Puerta Real en el paraje que es hoy esta plaza. Allí lucharon durante tres días, y viendo el soberano que al cabo de este tiempo ninguno se rendía, ordenó que acabaran la disputa, curaran sus heridas y se hicieran amigos. De esta contienda, añade el citado historiador, le viene el nombre a esta plaza; porque "arena arenae" según la gramática, se toma por teatro, anfiteatro o lugar de pelea de los gladiadores.

Cañas y alcancías

Como mencionábamos antes, la Plaza del Arenal fue, desde la Edad Media y hasta bien entrado el siglo XIX, escenario por excelencia de duelos, torneos o espectáculos ecuestres y taurinos; aunque hemos de dejar constancia que hasta el año 1593 estas celebraciones también tenían lugar en la plaza del Mercado y en el llano de San Sebastián, hoy Alameda Cristina. Sólo es a partir de ese año cuando se dispone que todas las fiestas públicas de "alcancías, manejos y toros" se celebren exclusivamente en el Arenal. Fueron famosos los denominados "Juegos de toros y cañas" y los "Lances a la gineta"; competiciones que se transformaban a veces en sangrientos desafíos entre Dávilas y Villavicencios que, como versión jerezana de Montescos y Capuletos, protagonizaron durante centurias numerosos enfrentamientos cargados de odio. Cuentan las crónicas que tal era la enemistad entre estas dos poderosas familias de la nobleza local, que hasta los propios criados se insultaban y escupían cuando se encontraban por la calle. En otras ocasiones estos enfrentamientos se hacían de forma amistosa, a pesar de no ser del total agrado de los caballeros. Así nos lo cuenta Hipólito Sancho en su Historia de Jerez:

"Las armas han sido sustituidas por alcancías de barro, llenas de dulces o aguas olorosas, que llevan los caballeros y estrellan, aquí está la destreza, en las adargas de sus contrarios en plena carrera".

Para presenciar estos lances, hasta el siglo XVII la gente se situaba en el adarve de la muralla que iba desde la Puerta Real hasta la calle Armas y, también, en las azoteas y ventanas que asomaban a la plaza. Con el paso del tiempo se llegaron a poner graderíos en determinados espacios para que la gente pudiese presenciar con comodidad los juegos. Juegos que tenían como objetivo, aparte de la distracción y el espectáculo, una finalidad práctica: la de mantener en forma a los caballeros para la guerra. Existen amplias y detalladas descripciones en los tratados de historia local sobre estas manifestaciones.

Toros y caballos

Desde tiempo inmemorial y hasta bien entrado el siglo XIX, los caballeros jerezanos tenían el privilegio de correr y acosar al ganado bravo que a la ciudad llegaba. Estas reses eran soltadas en el Arenal y corridas por los mozos a caballo por la calle Corredera (de ahí su nombre) hasta el matadero. A veces alguna se desmandaba y daba algún que otro susto; existen noticias de un toro bravo que se metió en la iglesia de San Dionisio y rompió la pila bautismal. La primera referencia a un espectáculo taurino en la plaza del Arenal, cobrando dinero por verlo, se tiene en agosto de 1655. En este mismo sentido diremos que, construido el edificio la Alhóndiga o los Arcos a finales del siglo XVII, los numerosos ventanales que adornan toda su fachada sirvieron como palcos para presenciar los espectáculos, estando cada uno de ellos adjudicados a las diversas autoridades civiles, militares y eclesiásticas, así como a familias de la nobleza y de la burguesía local. Se conocen por este motivo numerosos pleitos entre personas que reclamaban las ventanas mejor situadas basándose en determinados privilegios o importancia de sus cargos.

Las cuatro aceras

En siglos pasados las cuatro aceras que rodean la plaza, tuvieron cada una su nombre. Así, la que está delante de los Arcos recibía el de Alhóndiga, ya que en el mentado edificio se encontraba el mercado mayorista de frutas y verduras. La opuesta fue llamada Cuna por haber estado allí un centro de acogida para niños huérfanos o abandonados. Al frente, la que se sitúa entre calle Armas y San Agustín era conocida como Portales de Pavones, por último, en la que desemboca la Lancería era la de La Roldana.

A principios del siglo XX, existían entre otros los siguientes establecimientos: Un café cantante en la esquina de la calle San Miguel denominado "Café del Conde". Otro café, El Arenal, muy afamado por sus ricos helados y una confitería propiedad de un tal Andrés Astorga. También había mesones y posadas, una de ellas, la de San Dionisio, ocupaba el lugar del hoy edificio de Sindicatos y varias barberías. Allí se encontraba además una escuela gratuita para niños ciegos. Un hotel, "Victoria", en la esquina de Corredera con Lancería donde hoy se asienta el edificio de la Caja de Ahorros. Ya existía como tal la farmacia de la Puerta Real, entonces propiedad de D. Juan González Rojas, así como "Almacenes Aparicio" que pervivió hasta 1980.

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