Autonomía, creatividad y pensamiento
Cerebros en toneles
Crear y pensar sin estar atado a nada, sin sufrir presiones, nunca ha sido una tarea sencilla. Los artistas y los escritores necesitan ganarse la vida. Por eso es inevitable trabajar para otros y recibir encargos. Pero no siempre se logra mantener el equilibrio entre la autonomía creativa y los intereses del que te paga. Hemos visto hace poco en la prensa dos casos en los que han saltado las chispas: un cartel de Semana santa muy criticado y un columnista de periódico despedido.
Las ataduras de las que hablamos pueden ser materiales, formales e ideológicas. El artista se ve constreñido por las necesidades materiales. Trabaja en un momento histórico concreto, con unas tendencias artísticas dominantes. Y tiene que vender su obra a alguien, a personas o instituciones que manejan ciertas ideas políticas o religiosas. Del mismo modo, el escritor de una columna trabaja para una empresa de comunicación que, además de pagarle por sus artículos, mantiene una línea de pensamiento.
La autonomía absoluta del arte y la escritura es un ideal regulativo, un horizonte siempre a la vista pero inalcanzable. Pintar y escribir forman parte del tejido de la praxis humana. Realizar una obra de arte es una actividad que se inserta en una compleja red. Pretender desvincular las artes del resto de la sociedad situándolas en una esfera propia sin condicionamientos externos significa deshumanizarlas. Es una contradicción, algo inviable.
El diseñador del cartel dispone de libertad creativa para elaborar su obra, pero dentro de un marco de expectativas e intereses. El escritor de columnas de opinión puede decir lo que quiera, pero sabe en qué contexto editorial y político se mueve. La creación se desarrolla en esa dialéctica de fuerzas. Lo realmente complicado es saber hasta dónde llega ese marco y cómo es de flexible. La autenticidad del intelectual se construye en esa tensión. Sin el riesgo que supone forzar el marco, no hay autenticidad ni autonomía.
Cuando hablamos de autonomía de la creación artística y literaria estamos pensando en una autonomía relativa, no absoluta. Al aceptar el encargo, el diseñador asume ciertas obligaciones. Aunque parezca muy evidente, en primer lugar sabe que debe trabajar en un formato concreto. Un cartel no es un cuadro o una fotografía. Es una imagen con una función estética y otra comunicativa o informativa. Si el mensaje de cartel es confuso o no existe como tal, por muy buena que sea la pintura no será un buen cartel. También sabe el artista que el cartel habla de algo. Hay un contenido, ya sea religioso, deportivo o comercial, que tiene que sintonizar (al menos no entrar en contradicción) con la ideología y los intereses del que te ha contratado.
Después de todas estas constricciones, el artista puede y debe desarrollar una obra con estilo propio, auténtica, que aporte algo nuevo y genere placer estético. Entramos en la parte innegociable. Es el momento en el que el creador pone su toque único. Es el momento de arriesgar y atreverse a caminar por el filo de la navaja. El artista sabe que se ha asomado al otro lado del marco. Y le han llamado provocador. Pero no le quedaba otra alternativa. Doblegarse ante el tópico (la costumbre o la moda) es más cómodo, sin embargo anula la autenticidad, lo verdaderamente creativo.
El escritor de columnas de opinión también recibe un encargo. Le pagan para que hable de la actualidad y diga lo que quiera. La libertad de expresión ahí es innegociable. Pero hay un marco. Están las normas de estilo del periódico. Parecen normas de sentido común porque es el marco de la libertad de expresión en las sociedades democráticas. A partir de ahí, el escritor puede y debe mostrar un pensamiento original y auténtico. Y a veces tiene que forzar el marco, asomarse al otro lado. Entonces, es considerado un provocador.
Sin esta tensión dialéctica no hay verdadera creación. Los artistas y los escritores deben saber desenvolverse en ese juego de fuerzas. Para ahondar en estos temas, recomiendo el libro Autonomía y valor del arte. (Editorial Comares, 2017). Y en especial el capítulo escrito por Albert Moya Ruiz titulado “Autonomía y resistencia en el arte contemporáneo”.
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