Carta blanca
HAY colectivos que tienen la inmensa suerte de tener una carta blanca que les permite hacer lo que les venga en gana. Más que nada porque entienden que la calle es suya. Montada la parafernalia, invitados los aliados de la farándula y cargada una buena batería de tweets en la recámara, montan el guirigay, dan la vuelta a lo establecido y dejan de respetar reglas “porque se sienten agredidos”. Es lo más fácil del mundo. Todo es cuestión de tiempos y de compases, hasta que a ese borregueo que no le hace ascos a nada lo mismo le dé por lanzar piedras contra la cristalera de un banco que contra un sindicalista de CCOO por despedirle a una prima que ha sido incluida en el último ERE de la central. Mientras tanto, los culpables del desenfreno, del éxtasis despilfarrador y de que haya más coches oficiales que en toda Inglaterra siguen de rositas, bajo sus sombrillas en Sotogrande, amparados bajo sus gafas de sol, no vaya a ser que les identifiquen. Y ahora... no es plan.
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