'Champán amargo' en Jerez

La ciudad durmió con su enemigo francés durante cerca de mil días · Un puñado de anécdotas de una ocupación que dejó a Xerez en la más completa ruina y desolación

Recreación, el pasado 2 de mayo, de los combates entre las tropas francesas y los habitantes de Algodonales, en esta ciudad en 1810.
Recreación, el pasado 2 de mayo, de los combates entre las tropas francesas y los habitantes de Algodonales, en esta ciudad en 1810.
Juan P. Simó / Jerez

18 de mayo 2008 - 01:00

La Guerra de la Independencia se prolongó durante seis años: de 1808 a 1814. Los primeros invasores franceses pisaron Xerez, como así se llamaba, un 4 de febrero de 1810, a media mañana, desde donde iniciaron el sitio de la aislada Cádiz. La abandonaron el 26 de agosto de 1812. Dos años de convivencia con el enemigo: cerca de mil días de saqueos, abusos y tropelías que dejaron un Jerez en la más absoluta ruina y desolación y en los que se entremezclan infinitas historias y nombres, como veremos más adelante. Éstas son algunas.

ANGLÓFILOS. El escocés Jacobo Arturo Gordon Smythe, gran exportador de jerez de la época y hombre inmensamente rico, era el próspero continuador del negocio creado por su tío Arthur. En agosto de 1809, cuando las tropas napoleónicas invadieron media España, un tal Jorge Noel Gordon Byron, más conocido por Lord Byron, llegó a caballo hasta Jerez. Su pariente Jacobo Arturo lo acoge durante días en su casa de Atarazanas, de propiedad de la marquesa de Torresoto, esposa de Pedro Nolasco González Gordon, hoy plaza de San Andrés. El negocio de los Gordon siguió proporcionando grandes beneficios. Hasta que llegaron los franceses. Los franceses los persiguieron, acosaron y vejaron. Los Gordon eran ingleses y sobre ellos pesaba además la cruz de haber alojado a lord Wellington, el bravo y honorable militar inglés. Jacobo, listo y cauteloso, decidió salvar su negocio y buen nombre y, para ello, se decidió a formar parte de la organización de la onomástica del rey José I Bonaparte, Pepe Botella, que por cierto era abstemio y que se encontraba por entonces en la casa-palacio del marqués de los Álamos del Guadalete, don Pedro Alcántara de Lila y Zurita, en la calle Francos hoy demolida. Hubo festejos, bailes y hasta tedeum en la Catedral, como bien nos recuerda Serafín Rodríguez de Molina.

...Y FRANCÓFILOS. El caso de los Haurie es bien distinto. Los Haurie forman parte de la génesis de las bodegas Domecq. Juan Haurie fue un panadero francés de la plaza Plateros que heredó un próspero negocio de vinos a la muerte de su gran amigo el escocés Patrick Murphy. Su sobrino fue Juan Carlos, primo de Pedro Domecq Lembeye, que no disimuló nunca su ascendencia francesa y su apoyo a los invasores. Ésto le costaría graves disgustos. El 2 de junio de 1808 la multitud se sublevó contra él. Los monjes capuchinos intercedieron predicando el perdón, pero al no poder contener los ánimos, la autoridad de turno no tuvo más cruenta idea que la de soltar los toros contra la multitud.

El respetado Julian Jeffs nos recuerda que el mariscal Soult concedería, en nombre de Napoleón, a Haurie plenos poderes. Aprovisionó al ejército francés en Xerez, Sevilla y El Puerto, además de a las tropas que asediaban Cádiz, se le autorizó a apoderarse de todo el vino y alimentos que necesitase. Lo peor eran los impuestos que exigía a los jerezanos para sufragar la guerra. Pero cuando los franceses abandonaron Jerez, Haurie estaba completamente arruinado, enormemente odiado y sin amigos ni dinero y su vino y posesiones embargadas por los acreedores. Haurie murió apenas sin compañía. Por contra, unas ocho mil personas despidieron a su primo Pedro Domecq.

LA VIDA POLÍTICA.Nada más invadir la ciudad, el Ejército de ocupación practica lo que el investigador Diego Caro Cancela llama "el sistema de vivir sobre el país", satisfacer sus necesidades a costa de la población y sus territorios. Jerez tuvo que hacerse cargo de la manutención y alojo de las tropas. La organización administrativa francesa otorgó a Xerez de la Frontera una vastísima prefectura que asumió un almeriense, colaboracionista con los franceses, Joaquín María Sotelo. La nobleza 'desaparece' y resurgen los grandes comerciantes. Desaparece el 'ayuntamiento', cuyos miembros, antes críticos al opresor, se 'venden' de inmediato al rey francés, se instaura una municipalidad jerezana 'a la francesa' que, entre otros abusos, impuso un sistema impositivo, cuya base se hallaba en la contribución de paja y utensilios y que significó la ruina de gran parte de comerciantes y agricultores jerezanos. Cuando en 1812 el enemigo requisó el trigo para las tropas y la caballería, Jerez sufrió una importante hambruna.

LOS CARTUJOS. Con la ocupación, el miedo se apoderó especialmente en los templos y casas particulares. Los cartujos fueron los primeros en abandonar la ciudad y se refugiaron en Cádiz. Luego fueron acomodados en los conventos de Santo Domingo, San Agustín y El Carmen para acabar todos los hermanos reunidos en una casa de San Fernando. En su huida, dejaron tras de sí los caballos y yeguas que llenaban las caballerizas del convento, que fue saqueado y convertido en campamento. Se dice, no sin controversias, que fue el presbítero Pedro José Zapata quien evitó en 1810 la dispersión de la yeguada al comprar 60 yeguas y 30 caballos de los mejores ejemplares, y los oculta en la 'Breña del Agua', creando lo que hoy se conoce por la Yeguada del Hierro del Bocado. El saqueo de La Cartuja sería sólo el anticipo del expolio que trajo después la Desamortización de Mendizábal.

LA LEYENDA. "...pañuelo de color rojo en la cabeza atado a la nuca, cuyos picos caían sobre la espalda dejando ver una coleta envuelta por redecilla negra, sombrero calañés con moña, chaquetilla corta con hombreras y caireles, chaleco medio abierto por el que asomaba un pañuelo atado al cuello, faja negra o roja, calzones ajustados hasta la rodilla y botín abierto que dejaba ver medias azules o blancas. Sus armas: un cuchillo de monte en la faja y una larga garrocha de las de picar toros a las que muchas se les había cambiado la puya por punta de lanza". Jerez puede presumir de sus célebres y legendarios garrochistas, que causaron admiración por su valor entre los altos militares ingleses aliados hasta cuajar una leyenda. Los garrochistas de la batalla de Bailén, esos bravos lanceros de Utrera y Jerez que cayeron con enorme valor ante el ejército más poderoso del mundo, formaban parte de la cuarta división del general Manuel de la Peña, e hicieron de fuerza de choque contra la primera línea francesa a los gritos de "¡España Jerez, a por ellos, como a las vacas!"

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