Ciudadano Riquelme

Patrimonio

Un jerezano nacido en este palacio de Mercado, entre los testigos de la ruina que ha acompañado desde 1542 al edificio. Aquí, un repaso a la maldición que le persigue.

Ciudadano Riquelme
Arantxa Cala

08 de agosto 2016 - 13:21

Todo empezó a lo grande, con un desparrame de sueños en piedra alentados por un mundo mitológico protagonizado por héroes de la antigüedad. Nabuconodosor, Rómulo y Remo, Constantino, Camila Magna, Hércules... Y Hernán Riquel(me), el del rico yelmo, quiso ser uno más y demostrar su poderío con la construcción de su gran morada. Un palacio en el que de puertas adentro estaba la civilización y fuera quedaba el mundo salvaje. Así lo representó en la fachada con motivos iconográficos de la Edad Media. Pero tanto esplendor se quedó sólo en la portada. La avaricia rompió el saco y sumió a su propietario en la ruina, que 474 años después no abandona el monumento.

“Lo que se ve hoy en el palacio es la casa original, según las excavaciones realizadas, aunque con algunos añadidos de tiempos posteriores”, cuenta el historiador Manuel Romero Bejarano, que hace de guía. “Un edificio raro –añade– porque todavía hay elementos que quedan en el aire y que no tienen explicación, como unas arquerías sueltas que no van a nada o estos tres patios, algo poco normal en una casa”. Un palacio que estuvo habitado desde su creación hasta principios del XX por la familia Riquelme. Después, a mediados del siglo pasado, fue casa de vecinos, donde nació Antonio Perdigones. Una tía-abuela suya era la doncella del Conde de los Andes, a través de la cual consiguieron ser durante unos años los guardas del edificio, propiedad de la duquesa de Montemar, último descendiente Riquelme que, según dicen, se arruina en los casinos. “Mi madre me contaba que en la época esto era lindísimo, digno de ver, y aunque ya estaba en ruinas, se iban haciendo los remiendos necesarios”, relata Antonio, que vivía sobre las cuadras, en la entrada, en una especie de piso. Hace un recorrido mental por la cocina, la caldera y la zona noble. “Tengo una vaga idea, sobre todo, de una pequeña fuente en la que mi madre me sentaba al solecito”. Recuerda también la anécdota de cuando, de crío, tiró el bastón de su abuela a un pequeño pozo, cerca de la entrada. Le invade cierta tristeza cuando lo rememora, incluso parece que aguanta las lágrimas. “Entonces no estaba tan derruido, tenía sus techos...”. Ysaca del bolsillo de su camisa una fotografía de él con dos añitos, junto a su familia. Les arropa unas águilas de piedra de Martelilla hoy desaparecidas, como muchas otros elementos que se llevaron del interior del palacio. Mamá posa detrás, sonriente, a pesar de las dificultades. “Me tira el Mercado”, asegura él, aunque ahora resida en La Vid.

La fachada del edificio es de 1542. El caballero veinticuatro Hernán Riquel se la encarga al portugués Fernando Álvarez (que hace también Ponce de León), quien desarrolla una portada sorprendente y novedosa, la primera renacentista grande que hay en Jerez, que no concluye por la ruina en la que se sumerge Riquel, que pide una serie de préstamos avalados por malas cosechas. Esa ruina, una especie de ‘maldición, que el edificio arrastra hasta hoy, ya que no ha podido lucir nunca en todo su esplendor, tal como se imaginó Hernán. Un dinero que se dilapida en tanta ostentación. Incluso el Ayuntamiento, fascinado, le cede cuatro varas y Riquel además compra tres casas que añade a su propiedad. Asimismo, adquiere un solar en San Mateo para hacerse una capilla, que finalmente no hizo. “La familia Riquelme la habitó a lo largo de los siglos, pero lo tuvo que hacer mal porque más que una casa parece un castillo, con estos tres patios, tan grande... Una extraña estructura que no se proyecta así, pero que toma con el tiempo esta forma”, cuenta Bejarano. “Debieron de vivir de aquella manera”, comenta. Una casa ‘a la antigua’, “para llamar la atención”, con la plaza (que ya existía) delante, lo que le otorgaría más atractivo a la vivienda por el gran espacio que le dotaba a la entrada.

La ilustre casa de Riquelme nunca tuvo la solvencia suficiente como para realizar o retomar obras de importancia y mantuvo su decadencia hasta principios del XX. Los condes de Montemar (a cuya duquesa le encantaba las limonadas hechas con los limones del patio del palacio) dejaron tan insigne morada por esas fechas y comenzaron sus periodos deshabitadas. Llegó a ser una casa de vecinos (donde vivió Perdigones), luego, a finales de los 60, la compró Petra de la Riva, que se la alquiló al popular El Pantera para que viviera su mujer. Esto supuso echar a dos familias a la calle (una de ellas la de Antonio), donde durmieron dos días, en mitad de la plaza del Mercado, y donde recibían la ayuda de vecinos, la bodega y el párroco de San Mateo, hasta que el alcalde Tomás García-Figueras les ofreció dos habitaciones en el Pozo del Olivar. Después se convirtió en caballerizas. Y llegó el abandono absoluto -tiempo en el que empezaron a llevarse todo del palacio-, la degradación del barrio, la expropiación por parte del Ayuntamiento en los 80 y proyectos que fueron sólo sueños, como un archivo municipal o museo de la ciudad, entre otros. Recientemente se ha consolidado para que no se caiga. Otro destacado historiador de la ciudad ha señalado que una “buena opción hubiera sido entregárselo a Joaquín Rivero”, para la ampliación de su pinacoteca, ubicada en las cercanas Bodegas Tradición. A este respecto, Romero Bejarano suma ideas y apuesta por la apertura del palacio tal cual para que los ciudadanos lo conozcan, o que sea un espacio para la celebración de actos. “Al menos, para darle una utilidad”, dice.

Hierbajos, columnas con su bestiario al estilo de Ponce de León, salones al aire, sin bailes, ventanas tapiadas... Una casa rodeada de callejones (excepto la entrada) como el del Rincón Malillo, en el que cuenta la leyenda que se presentaba el mismísimo demonio, que fue retado infructuosamente por un caballero jerezano quien, atemorizado, ordenó ubicar en una hornacina de piedra en dicho lugar una cruz de hierro forjado. Un lugar de cine, donde desde 1946 a 1958 se rodaron tres películas: ‘Carne de orca’, ‘Aventura de Juan Lucas’ y una serie alemana.

El teniente de alcaldesa de Urbanismo, Dinamización Cultural, Patrimonio y Seguridad, Francisco Camas, apunta que hay proyectos de cara a Riquelme, como su apertura tal como está para que sea visitado y se cuente su historia, hasta convertirlo en un espacio que acoja presentaciones o actos varios. “Todo depende del presupuesto que vayamos teniendo”. También se está valorando trasladar la fuente de la plaza del Mercado al interior del palacio “para que esté más protegida”. Al respecto añade que para la plaza del Mercado “hay otros proyectos que ya iremos anunciando”. En cuando a la intención en su día del empresario Joaquín Rivero de comprar el palacio para ampliar su pinacoteca, Camas dice que del tema “no se ha vuelto a hablar, pero sí hay intenciones de hacer con Tradición otras iniciativas en la zona”.

A pesar de la ruina, hubo vida allí. Podría ser hoy el faro que alumbra el casco histórico, sin embargo, entrar en Riquelme es acceder a otro tiempo. Se respira libertad, un aire agreste. Una construcción que se resiste al hombre, como si Hernán observara la escena y dijera: “si yo nunca lo terminé, nunca lo hará nadie”. Los salvajes de la fachada se han vengado, han hecho de Riquelme su palac

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