¿Quién fue Claudina Thévenet? Su legado está muy presente en Jerez

Nacida en Lyon en 1774, la fundadora de la congregación Jesús-María fue una mujer con una vida ejemplar

Beatificada en 1981, fue proclamada santa por el Papa Juan Pablo II el 21 de marzo de 1993

75 años de Jesús-María en Jerez, un canto a la educación

¿Quién fue Claudina Thévenet? Su legado está muy presente en Jerez
A. C.

12 de octubre 2023 - 06:00

Cartel de los 75 años de la llegada de la congregación en el colegio 'El Cuco'. / Miguel Ángel González

Se cumplen 75 años de la llegada a Jerez de la congregación Jesús-María y de la fundación del colegio 'El Cuco', el 8 de octubre de 1948. Una fecha que es el comienzo de una historia aquí, en la ciudad, pero cuyos orígenes hay que buscarlos en Lyon (Francia), el 30 de marzo de 1774. Nace Claudina Thévenet, protagonista de una vida apasionante, emocionante, que aquí vamos a contar de la mano de los alumnos del mencionado centro jerezano. Y se inicia así...

Claudina nace en el seno de una familia lionesa. Una familia cristiana, ilusionada, feliz. Dedicados a la industria y al comercio de la seda. Filiberto y Mª Antonieta fundan una familia numerosa. Ella es la segunda de siete.

Hereda de su padre un gran corazón y sensibilidad, y de su madre un carácter firme y enérgico. Es una muchacha emprendedora a la que parece que nada se le pone por delante y es capaz de afrontar grandes obstáculos. Organizada y con mucho sentido práctico, es inteligente y algo seria y dicen de ella que tiene "buena cabeza".

A los 8 años, Claudina es una niña que lo tiene todo. Ha crecido rodeada de un clima de vida de amor, de alegría, de amistad; son frecuentes los encuentros con los parientes, primos, primas y con los amigos de sus padres que también lo son suyos. La familia vive desahogadamente, sin lujo excesivo, practicando la caridad con los más necesitados. Claudina, al crecer, va adquiriendo un ascendiente natural sobre sus hermanos, lo cual facilita la tarea de sus padres: “No se enfadaba nunca. Todos la amaban, especialmente por su bondad de corazón”. Buena porque es muy querida; muy querida porque es muy buena. Familiarmente la llamaban “la pequeña violeta”, la humilde flor tan olorosa a la que se adivina antes de que se le vea.

Como era costumbre en la época, va interna a una abadía (la Abadía benedictina de Saint-Pierre), en el mismo Lyon. El trayecto que separa la abadía de su casa es corto pero la distancia interior se le hace difícil y siente añoranza en muchos momentos. Aun así, vive allí cerca de ocho años. Es una educación totalmente personalizada porque el número de alumnas es muy reducido y cada religiosa se ocupa de una sola. Su educadora le proporciona una sólida formación cristiana y los conocimientos intelectuales necesarios en aquel tiempo de cambios profundos en las ideologías. También le enseña el trabajo manual de la aguja y el bordado, el orden y el cuidado de las cosas. Claudina recordará toda la vida a su maestra. Seguramente,

el tiempo vivido en la abadía marcó profundamente a Claudina, fortaleciéndola para poder afrontar los

diferentes acontecimientos que Claudina vivirá a lo largo de su vida.

De allí sólo se sale para ir a la muerte

Su vida da un giro brusco a partir de 1789. Abandona la abadía de forma precipitada. Ha estallado la revolución y toda Francia se ve envuelta en grandes cambios, ilusiones, traiciones, en muerte, en esperanza y destrucción. La economía francesa había entrado en una fase muy crítica. Se van a pique muchos negocios; el de Filiberto Thévenet, entre ellos. Para poder salir adelante monta una nueva casa de comercio de proporciones más reducidas: una pequeña fábrica de chocolate y un almacén para la venta. En todas las casas, ricas o pobres, el sufrimiento y la angustia por las separaciones, muerte e inseguridad, están presentes a todas horas. La familia Thévenet no escapará de esa ola de venganza y a las consecuencias del terror.

La familia Thévenet está en peligro. Deciden llevar a los cuatro hijos pequeños a casa de una hermana del señor Thévenet que vive en un pueblo cercano. El padre se encarga de llevarlos. Al volver, las puertas de Lyon están cerradas. Ha comenzado el asedio y no le es posible entrar en la ciudad. En casa de los Thévenet, la madre y los tres hijos mayores esperan angustiados la vuelta del padre que no llega. Luis y Francisco, de veinte y dieciocho años, deciden enrolarse en el frente revolucionario.

Un día, cerca de casa, en el muelle de Retz, tiene lugar una batalla horrible. Claudina y su madre saben que Luis y Francisco están luchando allí. Al acabar, el campo queda sembrado de cadáveres. Para calmar la inquietud de la madre, Claudina toma una decisión: al caer el sol va con una anciana sirvienta a ver los cadáveres para averiguar lo que ha pasado a sus hermanos. Vuelve con una esperanza: Luis y Francisco no están entre los muertos, aunque es posible que estén presos. Cuando llega la noche, huyendo por los tejados, los hermanos Thévenet logran entrar en su casa. Sin embargo, en seguida son denunciados, detenidos y encarcelados en las mazmorras del Ayuntamiento. De allí sólo se sale para ir a la muerte. Son sometidos a un juicio rápido y sin defensa.

Claudina los visita constantemente en la cárcel, a veces disfrazada, acude para llevarles ropa y víveres que ellos comparten con los otros detenidos. En distintas ocasiones se ve sometida a humillaciones por los propios carceleros que ella soporta para poder darles consuelo a sus hermanos. Logra así entrar en la prisión. Será la última vez. Mientras tanto, la angustia de la madre se suaviza con el regreso de su marido. Intentan por todos los medios conseguir la libertad de los hijos aunque con pocas esperanzas de lograrlo.

Horas antes de ser ejecutados, Luis y Francisco escriben unas cartas a su familia. Llenos de cariño, transmiten un impresionante testimonio de fe y de perdón, más impresionante aún en dos jóvenes, traicionados y a punto de morir. En ellas se dirigen también a Claudina, encargándola el cuidado de su madre, después de lo que va a suponer para ella la pérdida de sus hijos.

Claudina llega hasta el lugar de la ejecución. Los ve caer fusilados, siente cómo la vida se le escapa de entre las manos y el frio del ambiente parece paralizar su interior, el dolor es tan profundo que no lo puede expresar. "Toda la vida le quedará un temblor de la cabeza y una respiración penosa, que se manifestaba en momentos difíciles, que ella llamaba "mi terror", recordando el origen". En las cartas de Luis y Francisco y en su mente resuena una frase, la última que le han dirigido sus hermanos: "Perdona, Glady, como nosotros perdonamos".

Claudina debe hacer un esfuerzo en su mente y en su corazón, pero decidirá orientar su vida a la educación de niños necesitados para que nunca más se vean abocados a actuar por ignorancia y llevado por la sinrazón y la violencia.

La tarea del perdón

Pasan los años y, tras muchas complicaciones, la paz y la serenidad se van abriendo pasos en la Francia de principios del XIX. Después del terror vivido la familia Thévenet intenta recuperar la normalidad pero son conscientes de que, a pesar de la fe, este dolor les acompañará siempre. Es difícil sabe cómo vivió cada uno este tiempo pero lo que sí sabemos es que pasan los años juntos, incluso comparten vivienda con otros primos que han quedado huérfanos en los años de la revolución.

A raíz de la muerte de sus hermanos y convencida de que el perdón será una tarea costosa, se decide a intentarlo comprometiéndose en cosas concretas que le harán entrar en contacto con distintas personas, la obligarán a salir del circulo de sus amigas y su familia e irá cambiando su vida al encontrase con la de tantos niños que viven en la ignorancia y la pobreza.

Comienza una etapa de compromiso en la Parroquia de San Bruno. El contacto con la miseria y el sufrimiento la va transformando. Cada vez dedica más tiempo y dinero a los que sufren, “hacer el bien a los pobres, sobre todo vino a ser para ella una necesidad”. Va compaginando la atención a su familia con la de hacer el bien allá donde hace falta echar una mano, junto con otras amigas y compañeras.

La familia Thévenet nunca denunciará a los que habían delatado a sus hermanos, una semilla de paz

y esperanza surgirá de esta familia. El dolor de los Thévenet es también deseo de terminar con la espiral de venganza y sufrimiento.

Una empresa "loca"

Una tarde de invierno de 1815, el padre Andrés Coindre, sacerdote de San Bruno, se encuentra dos

pequeñas niñas huérfanas y se las lleva a Claudina. Este hecho cotidiano en el Lyon de la época y en

nuestro mundo, marcará un hito importante en su camino. Será el germen de la futura 'Providencia'. Eran

instituciones benéficas que se fueron creando en varias ciudades durante la primera mitad del siglo XIX. Su fin era acoger niños pobres para darles una formación cristiana y enseñarles un oficio con el que pudieran ganarse la vida. En Lyon, el más común era el de tejedores de seda. Al salir de esas providencias a los dieciocho o veinte años, estaban en condiciones de ganarse la vida con un trabajo digno.

A sus 42, Claudina, junto con un grupo de compañeras, animadas por el padre Coindre, constituyen la Asociación del Sagrado Corazón, con el fin de responder mejor a las urgencias de su entorno: evangelización de la juventud y ayuda a los pobres.

El 31 de julio de 1818 se reúnen, como en otras ocasiones, las 22 asociadas. Se deciden a formar una comunidad de la que Claudina será la última responsable. Comienzan los preparativos y la noche del 5 de octubre, Claudina salió, “sin saber a dónde iba”, hacía una pobre casa alquilada de Pierres-Plantées. Allí se instalaron ella y otra compañera, con una obrera, un viejo telar y una huérfana: germen de lo que hoy es Jesús-María. Fue una noche de desolación y angustia: “Me parecía haberme comprometido en una empresa loca y presuntuosa, que no tenía ninguna garantía de éxito".

La Congregación de Jesús-María había nacido de una forma muy sencilla y parecía que era una locura. Poco a poco se fueron uniendo otras compañeras y la casa era insuficiente. Se trasladaron a una finca en la colina de Fourviére: La Angélica. Se instalará una Providencia para chicas pobres y, tres años después, un pensionado para hijas de familias acomodadas.

A su muerte (en Lyon, el 3 de febrero de 1837, a los 63 años de edad) la Congregación era un pequeño árbol: tenía diecinueve años, dos casas en Francia y un grupo de religiosas. Sus últimas palabras hablan de toda una vida vivida bajo la amorosa mirada de su Creador: "¡Qué bueno es Dios!".

Pero el pequeño árbol echa sus raíces en tierras lejanas. En Asia, en la India, en 1842. Más tarde en España, en 1850; en América del Norte, en 1855, primero en Canadá y después en Estados Unidos. En 1902 las religiosas pondrán pie en América Latina y Caribe con una fundación en Méjico a la que seguirán luego otras en otros países. También crece la expansión en Europa y en Asia. Y, por fin, e 1951, se abre la primera casa en África.

Glady, como la llamaban familiarmente, comprendió la importancia de la educación integral como medio para que la persona alcance su pleno desarrollo y su pleno sentido. Un legado que ha llegado muy lejos.

Beatificada en 1981, fue proclamada santa por el Papa Juan Pablo II el 21 de marzo de 1993.

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