El Miller, mucho más que un colegio

Ciudad

El centro educativo de Montealto, abierto a principios de los 70 por una leonesa afincada en Jerez, fue pionero en materias como la integración o el bilingüismo durante dos décadas

Una de las aulas del Colegio Miller.
Una de las aulas del Colegio Miller.
Fran Pereira

16 de junio 2024 - 06:03

El colegio, esa etapa de la que muchos tenemos recuerdos entrañables. Seguramente, usted aún tiene en la memoria aquel profesor o profesora a los que siempre guardó especial cariño o también al que alguna vez le mandó al rincón a modo de castigo. Recordamos a compañeros de clase, los viajes, las nuevas experiencias o momentos que, de alguna u otra manera, han permanecido en nuestra retina hasta la actualidad.

Uno de esos colegios era el Miller, un centro educativo pionero en muchos conceptos pedagógicos en Jerez pero que desgraciadamente, víctima del incesante cambio de modelo educativo en nuestro país, pasó a mejor vida en 1990.

Una imagen del Colegio Miller de Montealto.
Una imagen del Colegio Miller de Montealto.

El Colegio Miller, situado en pleno Montealto, fue el sueño de María Luisa Fernández, una leonesa que por circunstancias de la vida aterrizó en Jerez nada más comenzar la década de los setenta. Su marido, Eduardo Miller, también leonés, trabajaba para el gobierno americano en la base alemana de Ramstein, un destino del que pasó, tras ocho años en el país germano, a Sevilla, concretamente a la base aérea de San Pablo. Sin embargo, cuando todo parecía que, tras un tiempo en Andalucía, regresaría a Madrid, ya que su próximo destino iba a ser Torrejón de Ardoz, se cruzó en su camino la bodega González Byass.

Su conocimiento de los idiomas, dominaba cuatro en total, y su experiencia laboral le trajeron a Jerez, donde a partir de entonces se convertiría en comercial de la bodega en el extranjero. En total, estuvo trabajando para González Byass 28 años, siendo, como recoge el investigador José Luis Jiménez en el artículo ‘Los hombres de González Byass’, una pieza fundamental para la empresa vinatera fuera de España.

El paso de la familia por Sevilla, una familia conformada por un matrimonio con dos hijas, Vicky e Ingrid, ya había servido para que María Luisa Fernández, una persona inquieta y atrevida, tuviese sus primeros contactos con la docencia, concretamente al abrir una academia de idiomas y una guardería o escuela infantil en los Remedios y Avenida de la Borbolla, respectivamente.

María Luisa Fernández, la Señora Miller, durante un acto.
María Luisa Fernández, la Señora Miller, durante un acto.

Al trasladarse la familia a Jerez por motivos laborales, María Luisa Fernández opta por buscar nuevos horizontes en este ámbito, y respaldada por su marido, decide abrir un centro educativo en el corazón de Montealto. “Mis padres compraron primero un solar en Montealto, donde abajo estaban las clases y en la parte superior vivíamos nosotros y poco a poco fueron ampliándolo, adquiriendo otros chalets conlindantes”, recuerda su hija Vicky Miller.

Recuerdos del Kindergarten en Navidad.
Recuerdos del Kindergarten en Navidad.

Así nació el Colegio Miller, un centro que aglutinaba alumnos desde preescolar, gracias a lo que ellos llamaban Kinder Garden, hasta 8º de EGB, aunque a partir de 1987 incorporó el BUP, concretamente hasta 1990 cuando se cerró.

María Luisa Fernández, que poco a poco fue perdiendo su nombre de pila para pasar a ser la señora Miller, fue consolidando una idea educativa y empresarial en la que por encima de todo estaba el bienestar del niño. “Mi madre sólo quería que los niños que viniesen al colegio estuvieran felices. Siempre decía: ‘El niño es lo primero’, una filosofía que llevó siempre por delante”.

Su modelo educativo

El Colegio Miller era pues el reflejo del ideario educativo de su creadora, una mujer con una mentalidad avanzada para su tiempo, y que no dudó nunca en introducir los cambios pertinentes a pesar de que, en aquella época, pudieran parecer extraños. María Luisa Fernández había tenido una vida activa, y a los ocho años en Alemania, se unieron los que pasó, con apenas 18 años, en un colegio francés. Además, el hecho de que su madre falleciera cuando era pequeña, le había hecho concebir la vida de una forma diferente, de ahí su llamativa perspectiva.

La principal diferencia que ofrecía ‘El Miller’ con otros colegios era el bilingüismo, es decir, se le daba especial importancia al inglés, una circunstancia que hoy por hoy, más de cuarenta años después de su implantación, es una de las más valoradas por los alumnos que pasaron por este centro escolar. “Fue el primer colegio bilingüe que se abrió en Jerez y era, sin lugar a dudas, uno de sus grandes atractivos. La mitad de las clases se daban en inglés, y las otras, sobre todo matemáticas o ciencias, se daban en español”.

El chalet, al fondo, donde vivían al principio la familia Miller.
El chalet, al fondo, donde vivían al principio la familia Miller.

Por ello, la señora Miller contrataba a docentes nativos, que durante años impartieron clases en el centro. “A mi madre le daba igual de dónde eran, pero sí que fuesen nativos, por lo que en el colegio estuvieron dando clases profesores ingleses, irlandeses, de Estados Unidos, hawaianos....”.

En aquel modelo educativo sobresalía además algo que hasta entonces era impropio en la sociedad jerezana del momento, la integración. “Mi madre quería que en su centro estuvieran todos, y muchos niños y niñas con síndrome de Down estudiaban como cualquier alumno. Creo que entonces fue el primer colegio que implantó esto”.

Además, el colegio trabajaba con especial ahínco el aprendizaje creativo, dando a los estudiantes una mayor libertad. “Nosotros estudiábamos con mucha libertad, no había el encorsetamiento de otros colegios, y en el Miller se insistía también mucho en los trabajos en equipo”, comenta Eugenio Camacho, otro de sus alumnos.

El escudo del centro educativo.
El escudo del centro educativo.

“Allí se sacaba lo mejor de cada alumno, y los estudiantes del Miller tenían su propio sello, tenían su impronta”, añade.

Para Isabel María Burguillos, que fue docente del centro durante varios años, “el colegio era exigente en cuanto a las materias que se impartían, pero también tendía la mano a aquellos alumnos que, por cualquier circunstancia, se desviaban un poco. No era como los colegios de hoy en día en los que al niño malo o distinto, se le rechaza e incluso se le aísla”.

“Además, -prosigue la profesora- el nivel de inglés era muy bueno, de hecho, muchos de sus alumnos se ganan la vida hoy en día con el idioma fuera de España”, añade.

Un zoo en el colegio

Dentro de ese peculiar modelo educativo destacaba también la manera de denominar a las clases, ya que en el Colegio Miller cada aula tenía un nombre de animal en inglés (tigers, elephants...), una decisión que respondía al hecho de que a la dueña del centro “le gustaban mucho los animales”, recuerda su hija Vicky.

Es más, durante varios años el colegio contó además con su propio zoológico. “Allí había de todo, desde monos a cobayas o erizos. Recuerdo que había un tejón, y para muchos de nosotros era la primera vez que veíamos un tejón”, afirma Pablo Cosano.

Dicho zoo tenía también un fin didáctico, pues al margen de conocer a los animales en primera persona, la señora Miller lo utilizaba “para que los niños desarrollaran el sentido de la responsabilidad. Les mandaba tareas como darle de comer a los animales, y eso al final calaba en su personalidad”, asegura Vicky Miller.

Uno de sus profesores fue el jerezano Santiago Zurita Irigoyen, que impartió clases en el centro durante más de una década. “Yo trabajaba en la Caja de Ahorros, salía a las tres de la tarde y a las cuatro menos cuarto estaba dando clases en el colegio de Matemáticas y Ciencias Naturales”, recuerda.

“Allí estuve 11 años y siempre trabajé muy a gusto, tanto con la señora Miller como con su hija Vicky, que estuvo varios años en la dirección. Aquel colegio era muy singular en todo, fue una lástima que desapareciera, porque por encima de todo lo que se quería es que los niños estuvieran contentos”, prosigue.

Pero si por algo recuerdan los alumnos al profesor Santiago Zurita, cuyo hijo Paco, ahora concejal de Cultura, también trabajó allí en 1989, es por sus ganas de innovar con las actividades extraescolares.

“Santiago organizaba sobre todo teatros sobre la pasión de Cristo, donde niños y niñas, porque el Miller era un colegio mixto, disfrutaban muchísimo”, comenta Vicky Miller.

Una de los viajes a Estados Unidos.
Una de los viajes a Estados Unidos.

Sus actividades no quedaban ahí, pues en verano había intercambios y excursiones a Inglaterra y Estados Unidos para mejorar el idioma. “Durante un tiempo, los alumnos convivían con familias, y sobre todo en Estados Unidos se volcaban con ellos cuando llegaban, era una experiencia novedosa para ellos y que les servía para mejorar muchísimo el inglés”, añade la hija de la señora Miller.

Dentro de su intensa programación de actividades, sus alumnos no olvidan el visionado de películas en inglés. “Recuerdo que vimos E.T. el Extraterrestre en versión original, antes incluso de que llegara a España”, recuerda Pablo Cosano; y alguna que otra situación ‘comprometida’ totalmente nueva en el país. “Ingrid, la hija de la señora Miller trajo de Estados Unidos el aerobic, cuando allí estaba de moda con Jane Fonda, y aquí todavía no había aparecido Eva Nasarre. Entonces, nos hacían dar clases de aerobic. Imagínate, las niñas no tenían problemas, pero los niños lo pasábamos mal”, asegura entre risas Pablo Cosano.

También había clases de judo, impartidas por el jerezano Rafael Lorente, cuyo gimnasio, a escasos metros del colegio, fue de los pioneros en Jerez en esta materia.

Su apoyo en la cultura anglosajona hizo también que aquellos estudiantes del Miller conociesen tradiciones poco habituales en el Jerez de entonces, como la visita de Santa Claus, las fiestas de Halloween o las graduaciones.

Otra de las particularidades del Colegio Miller, cuyo escudo lo representaba la cabeza de un caballo, eran sus instalaciones. “El Miller no era un colegio al uso, sino que eran chalets unidos. Había, por tanto, muchos jardines y zonas verdes y no existían los patios de colegios típicos como podía ocurrir en otros centros de la ciudad. Ya luego, con el paso de los años se fueron haciendo más cosas”, explica Pablo Cosano, uno de los muchos alumnos que allí estudiaron.

“Las clases eran todas distintas, e incluso el patio de deportes, que se hizo al final, estaba hecho en un chalet que tenía una calle por medio. Por eso, la señora Miller construyó un puente metálico para poder acceder a él”, continúa.

Una de las fiestas de disfraces organizadas.
Una de las fiestas de disfraces organizadas.

“Todo era muy artesanal y eso lo convertía en un centro atípico. Recuerdo que las canastas eran amarillas y cada vez que venían colegios de fuera al Miller, se quedaban extrañados”, reconoce Eugenio Camacho.

Su vida concluyó en julio de 1990 cuando sus puertas se cerraron definitivamente. Hoy, 34 años después, son muchos los alumnos y profesores que recuerdan con nostalgia y alegría su paso por este curioso centro educativo de Jerez, pionero en muchas de sus iniciativas. “Me da alegría cuando me encuentro a muchos de ellos, y un orgullo enorme cuando les veo en posiciones relevantes de la sociedad. El sueño de mi madre sirvió para educar y hacer feliz a sus alumnos, eso es lo importante”, concluye Vicky Miller.

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