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Dentro de unos días tendrá lugar la cuarta edición de la Feria de la Ciencia en la Plaza del Arenal. Sin ánimo de exagerar, cabe afirmar que es una de las actividades educativas más importantes del curso. O mejor: es una de las principales actividades culturales de la ciudad. Es un proyecto en el que trabajan alumnos, profesores, instituciones educativas, científicas y políticas. Además, la feria contagia entre la población el amor al saber, basado en la razón y la experiencia, un saber que nos debería alejar de la superstición, los fanatismos y las injusticias.
Hoy se habla de “cultura científica” para hacer referencia a ese conjunto de conocimientos básicos que todo ciudadano debería poseer si quiere desenvolverse con soltura en nuestras sociedades. Porque nadie puede ignorar que habitamos un sistema tecnológico en el que ciencia, tecnología y sociedad forman un entramado complejo. Lo que no está claro es cuánta ciencia necesita conocer un ciudadano y cómo hay que comunicar esos contenidos.
Determinar qué teorías científicas son básicas implica saber qué estructura tiene la comunidad científica y qué función cumplen las diferentes disciplinas. Los proyectos de investigación necesitan financiación… Todas las áreas de trabajo se presentan como vitales ante el ciudadano. Por otro lado, comunicar la ciencia, divulgar las teorías y métodos, no es tan fácil como se pensaba. Hay muchas formas de divulgar, tantas como medios para transmitir información. Todos los géneros literarios sirven para enseñar. El ensayo de divulgación y las revistas tradicionales son de sobra conocidos. Pero también sirve el cómic, el teatro, el cine, los monólogos, la poesía, los relatos de ficción, la animación, la pintura, la escultura y todo el arte conceptual... Cuando los alumnos exponen un experimento en la feria, están representando una pequeña pieza teatral, con un guión, un escenario y un público al que hay que enseñar y entretener…
Uno de los géneros que puede dar mucho de sí a la hora de hablar de ciencia es el cómic y la ilustración. Los aficionados a los tebeos y las artes gráficas saben que existen en esos campos grandes creadores. Si visitamos una librería, comprobaremos que las viñetas y la ilustración creativa están entrelazándose con todos los géneros y abarcando todas las temáticas. Voy a mencionar tres buenos ejemplos.
‘Enigma. La extraña vida de Alan Turing’, publicado por la editorial Norma, es una biografía en cómic de Francesca Riccioni y Tuono Pettinato. La vida de este matemático contiene muchos episodios apasionantes. Sus trabajos en teoría de la computación hicieron posible el surgimiento de los primeros ordenadores y el final de la Segunda Guerra Mundial. Su personalidad da mucho juego a los guionistas. El segundo ejemplo es un proyecto que nació en la red y que tiene como lema “Una única cultura”. Se trata de Principia, una revista de divulgación científica que utiliza muy bien la ilustración y el diseño como vehículos para hablar de asuntos científicos y tecnológicos actuales. Han realizado dos números en papel. Son textos muy cuidados. No son largos ni complejos. La maquetación y las ilustraciones convierten estos dos números en verdaderas obras de arte. Por último, más allá de la divulgación, les recomiendo la serie ‘Los proyectos Manhattan’, en Planeta DeAgostini, tramas de ficción con la realidad tecnológica y científica de fondo: “¿Y si el departamento de investigación y desarrollo creado para construir la primera bomba atómica hubiera sido la tapadera de otra serie de programas más inusuales?”
Divulgar es una tarea arriesgada y creativa. Los riesgos más comunes son: la excesiva simplificación de los contenidos; convertir la ciencia en un espectáculo vacío; quedarse sólo con lo anecdótico y llamativo; utilizar mal las metáforas; deformar al simplificar; olvidar la metodología; no cuestionar los proyectos; no fomentar el escepticismo; convertir la divulgación en propaganda… El ideal sería una comunicación crítica, participativa y rigurosa de los proyectos de investigación. Es fundamental que los propios científicos se impliquen en las tareas de divulgación científica. La imagen que tenemos de la ciencia se aleja, en la mayoría de los casos, de las prácticas científicas reales. Si somos conscientes de cómo y para qué se llevan a cabo los proyectos concretos de investigación, podremos participar en la política científica y tecnológica de nuestras sociedades.
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