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Digitalizar la comunidad educativa

Educación - cerebros en toneles

Digitalizar la comunidad educativa
Juan Carlos González García

08 de enero 2019 - 05:00

Jerez de la Frontera/El determinismo tecnológico sostiene que los cambios en los sistemas técnicos implican necesariamente transformaciones en la economía, la política y la cultura. Toda revolución tecnológica ha propiciado una revolución social. Y nadie puede eludir esos procesos. Desde la primera piedra tallada hasta la inteligencia artificial, cada innovación técnica ha generado formas nuevas de organización. Ha habido cambios lentos y rápidos, positivos y negativos, locales y globales… Los optimistas aseguran que el balance es positivo, mientras que los pesimistas identifican tecnología con deshumanización.

Los ciudadanos somos usuarios, consumidores, votantes, profesionales... Además formamos parte de instituciones y organismos. Somos nodos del tejido social, del sistema tecnológico, y no permanecemos al margen de las innovaciones técnicas. Cuando utilizamos una herramienta o una máquina, seguimos una secuencia de operaciones. La interacción con un dispositivo es una relación corporal: acciones de nuestras manos, pies, ojos, oídos y cerebros. Ponemos en práctica nuestras destrezas cognitivas, motoras y afectivas. Cada programa de operaciones asociado a la máquina nos solicita un cierto despliegue de esas destrezas. Los sistemas educativos pertenecen al sistema tecnocientífico.

Damos por hecho que los medios que utilizamos en educación son transparentes. Entre alguien que explica y alguien que aprende es posible introducir canales, soportes, aparatos, algoritmos, gráficos, espacios, tiempos, y otras personas. Alguien explica y alguien imita. Alguien explica y alguien reproduce. Esta es la esencia de la educación. Y lo que se enseña puede ser una lista de nombres, una forma de calcular o dibujar, un modo de interpretar, una relación de acontecimientos o teorías… Alguien habla y alguien escucha. Esa estructura esencial, que nació con nuestra dimensión social y lingüística, siempre ha necesitado soportes materiales y procesos formales. Ni los soportes ni los procesos son transparentes, sino translúcidos, como filtros. Tampoco son recipientes vacíos en los que la sustancia transportada entra y sale sin sufrir alteraciones.

No es lo mismo redactar con máquina de escribir que con un ordenador y un procesador de textos, me dijo en una ocasión un profesor. Con la vieja máquina, si te equivocas o te arrepientes, debes romper la hoja y empezar de nuevo. Esto exige mucha concentración creativa. Sin embargo, con el procesador puedes realizar infinitas correcciones, introducir adjetivos y aclaraciones hasta el infinito… El texto deja de ser una creación discursiva lineal y se convierte en un collage. Hubo una época, cuando aparecieron los primeros ordenadores personales, en la que los escritores sabían, por el estilo, si una obra había sido escrita con las viejas máquinas o con los nuevos aparatos digitales. Decía Vilém Flusser que el fotógrafo creativo debe liberarse del programa que contiene la cámara: mirar por el objetivo pero sin seguir el programa establecido por el aparato, usar la cámara para huir de ella… Las máquinas, ya sea para producir objetos o para observarlos, ejecutan el programa industrial que define qué es una imagen y qué es la realidad.

La digitalización de los centros de enseñanza tiene como objetivo crear organizaciones educativas digitalmente competentes. Se pretende que toda la comunidad educativa utilice las tecnologías de la información para mejorar la administración del centro, el proceso de enseñanza-aprendizaje y la comunicación con las familias. Hay una fase de diagnóstico para medir nuestra competencia digital y detectar lo que necesitamos perfeccionar. PRODIG es un programa que se inserta en el marco europeo de digitalización de las instituciones.

Es el momento de pensar qué recursos digitales necesitamos y qué tipo de destrezas cognitivas y sociales van a promover los artefactos. Ya tenemos experiencia con los ordenadores y las pizarras digitales, aunque falten todavía estudios empíricos completos y rigurosos. Ahora convendría analizar cómo ha evolucionado en estos últimos años la capacidad de atención, el uso de la memoria, el tratamiento de textos y de imágenes, el uso de información y actividades en línea, la comunicación a través de correos electrónicos y redes sociales… Deberíamos estudiar el grado de transparencia cognitiva de todas estas herramientas.

Con prudencia, cálculo racional y sentido común podemos aprovechar de forma crítica las posibilidades tecnológicas que nos ofrece el mercado. Habrá que alejarse del abuso de la imagen, de la atención efímera, de la pasividad, de la falta de creatividad o del infantilismo que genera el excesivo control. La solución no es vivir desconectados. Aunque hay pensadores y creadores que sostienen que es imposible generar algo realmente valioso si seguimos el ritmo de las redes digitales, la mayoría cree que los espacios digitales abren infinitas posibilidades. Pero estas posibilidades solo son ruido si no utilizamos el viejo y ruinoso mecanismo de pensar.

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