Fermín en el recuerdo
Tribuna libre
Ala caballerosidad por la excelencia -pudiera ser un lema para el escudo de un caballero en los torneos de cañas y alcancías en el Arenal jerezano de sus Católicas Majestades-, mas Fermín Bohórquez Escribano, nacido hace poco más de ocho décadas, lo hizo en una familia de labradores jerezanos, que se había establecido en nuestra ciudad y en la plaza de las Angustias, en el primer lustro del siglo pasado, por motivo del cargo de diputado del patriarca, don Bartolomé. De ahí que fue más en el hierro de su ganadería de bravo, en el anagrama que se centró su progenitor don Fermín, ya en 1942, desde que comunicó a sus amigos que dudaba entre si comprar el haza de en medio o si hacerse con una punta de bravo, creo recordar que de procedencia Murube. Por lo que Fermín pronto montó su caballo junto a los cercaos y al amparo del mayoral, a la hora del pienso del ganado en el campo. Y pronto se destacó como un excelente caballista.
Su figura caía bien sobre el caballo, su cabeza portaba bien el alancha, y la alegría de su monta vaquera hizo que estuviera claro que el joven tenía que debutar en los ruedos como rejoneador. Fue en los años en que la divisa de Bohórquez se lidiaba por las figuras punteras ya en las plazas de primera de España. En el norte fue donde el torero a caballo don Fermín Bohórquez Escribano tuvo el mejor cartel… Esas plazas de Pamplona, Bilbao y Zaragoza fueron testigos de sus mejores triunfos, y en alguna de ellas lo hizo por solidaridad, que antes se decía beneficencia. He repetido su nombre con su segundo apellido porque a estas alturas de mis recuerdos no puedo dejar de mencionar a la madre, Doña Sole, a quien él debió, al menos, un tercio de su excelencia, y me explico, concediéndole otro tercio al agricultor modelo que fue su padre y el tercero y no menos importante, a lo que él, Fermín, supo hacer a partir de sus treinta seis años cuando forma su propia familia y se hace cargo de su parte de los negocios familiares, como lo hizo su hermana Ana María.
Por entonces, el caballero en plaza ya había hecho las Américas, dejando excelentes amistades entre los toreros y ganaderos mexicanos de la época y recuerdos gratos de sus tardes de éxito en la del D.F., en la de Quito, y en tantos otros ruedos centro y sudamericanos. Por lo que no es de extrañar que a aquellas tierras volviera con su flamante esposa, Mercedes, con la que se disponía hacer un feliz periplo que ha durado casi medio siglo. Y que le llevó también por muchas plazas portuguesas, donde deja también tantos amigos en el mundo del toro, e hijos de sus compañeros de terna, cuando en la corrida empezó a haber más de un rejoneador en el mismo cartel. Hoy, el mundo taurino está de luto, y se guardara un minuto de silencio en las plazas que se precien, porque falta un ganadero que supo consolidar la mejor casta para el toreo a caballo y darle también un hijo rejoneador - y otros ganaderos- que le superaron para su propia complacencia y que seguirán su excelencia en el campo.
Excelencia que no se limitó a conservar lo recibido -como sucede a veces en estos casos- sino que tuvo la visión de iniciarse en el agroturismo, en los primeros años del Circuito y por la vecindad de algunas de sus tierras con el mismo. Y ya con y para sus hijos y las niñas de sus ojos, hizo construir un complejo ecuestre de exhibición y celebraciones, que duplicó la mano de obra recibida y todo ello tras llevar unas décadas el nombre de Jerez por la piel de toro. Fermín fue amable y cariñoso, y un abuelo excelente a decir de su prole, que sigue contando con una abuela fuerte. Descanse en Paz, que el albero del cielo te sea leve…
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