Forenses sostienen que el homicida atacó por la espalda a su esposa
Tribunales
Aseguran al tribunal que "resulta muy inverosímil que el ataque a Raquel Barrera fuera de frente". Los peritos destacan que no hubiera señales de lucha en el lugar del crimen.
Un total de catorce peritos -entre expertos policiales, forenses, expertos en toxicología y psiquiatras- aportaron ayer sus informes en la cuarta sesión del juicio que se sigue en la Sección Octava de la Audiencia Provincial por el crimen de Raquel Barrera.
Los ámbitos de debate fueron amplios. No en vano, a lo largo de las casi cuatro horas que duró la sesión se abordaron asuntos tales como el estado mental de José Antonio Cantalapiedra, el homicida confeso, así como si estaba ebrio cuando mató a su esposa. Las circunstancias en las que se produjo el ataque mortal también fueron amplia e intensamente debatidas por los forenses. No en vano, de una parte estaban los expertos oficiales y de otro los que ha pagado el encausado. Las versiones fueron diferentes.
Los forenses que realizaron la autopsia al cadáver de Raquel Barrera (los contratados por la defensa no tuvieron contacto con el mismo en ningún momento) destacaron que el cuerpo presentaba cuatro heridas. Dos eran principales y las segundas menores, calificadas como satélites, en una muñeca y junto al pulpejo de un dedo. Las que le causaron la muerte a esta mujer joven le entraron por el pecho, a la altura de la zona mamaria derecha e izquierda. Según se informó, la trayectoria de las mismas era de derecha a izquierda según el cuerpo de la víctima, algo perfectamente compatible con un ataque por la espalda rodeando el cuerpo. Tanto es así que el forense llegó a señalar que "es muy inverosímil que se hiciera de frente".
Para los forenses contratados un ataque frontolateral a la víctima habría provocado idéntica trayectoria, si bien hubo aspectos que jugaron en contra de dicha teoría. Es el caso por ejemplo de que en las ropas del esposo no hubiera el menor rastro de la sangre de su esposa, la cual fue hallada en un inmenso charco rojo. Esa 'limpieza' en sus ropas viene a hacer pensar que el ataque, probablemente, se produjo por detrás.
Otro hecho que fue destacado por numerosos peritos es que en el escenario del crimen (la cocina de una vivienda adosada de dos plantas) no había signos de lucha. Fue algo que ratificaron los agentes de los servicios de Policía Científica del Cuerpo Nacional de Policía que realizaron la inspección ocular, así como la forense judicial que a las 3,30 horas de la madrugada del 6 de abril de 2014 se desplazó hasta la calle Garganta de Buitreras (muy cerca del Club Nazaret) para proceder al levantamiento del cadáver.
Lo único que había movido de lugar en el escenario del crimen era el arma homicida (un cuchillo de grandes dimensiones que dejó su hueco en el imán donde era guardado junto a otros).
Este dato refuerza la hipótesis de un ataque por sorpresa que provoca la muerte rápida a la víctima la cual apenas puede hacer algo por defenderse. Apenas unos decilitros de sangre en la bolsa que resguarda al corazón pueden paralizarlo. De otro lado está el hecho de que una persona atacada esparce sangre mientras lucha por defenderse.
Este esparcimiento de sangre es lo que se conoce en el argot forense como "proyecciones". Pese a la ingente cantidad de sangre que se vertió no había en la cocina ni una salpicadura. A este respecto, y para que el lector tenga conciencia de la gravedad del ataque, cabe destacar que la causa final de la muerte fue el desangramiento de la víctima (shock hipovolémico).
Por el contrario, cuando el homicida confeso se dirigió al aseo para cortarse las venas de las muñecas, rajarse el cuello y llegar al corazón por el pecho con nulo éxito los expertos policiales y forenses sí que encontraron salpicaduras. Las gotas estaban tanto en el lavabo como en el espejo y en una cortina de baño.
Pese a ello, un hecho que no se puede pasar por alto es que la noche en que halló la muerte la víctima venía de estar todo el día 'de fiesta' por el centro de Jerez. En el momento de su fallecimiento tenía un índice de alcohol en sangre "bastante elevado" pues alcanzaba los 2,7 gramos por litro. Con esa concentración tóxica la mujer tenía seriamente mermadas facultades tales como la coordinación motora y posiblemente el habla. La duda de si dicha intoxicación etílica la dejó sin posibilidad de defensa o si fue la sorpresa de un ataque por la espalda lo que así lo hizo deberá ser despejada por el jurado.
Cuatro forenses psiquiatras (dos oficiales y dos contratados por el acusado) también divergieron en sus opiniones sobre el estado mental del acusado. Hubo diferentes declaraciones en torno a si fue colaborador o no, incluso sobre algo tan importante como si éste sufría de algún tipo de alteraciones psicóticas o delirios. Los primeros lo descartaron, los segundos lo mantuvieron hasta el punto de apuntar que "él no sabía que estaba apuñalando a su mujer", lo que provocó que los abogados de la acusación le recordaran que acto seguido intentó autolesionarse y después telefoneó a la Policía Local para informar del crimen. Esa presunta 'consciencia de ida y vuelta' no salió muy bien parada.
Los forenses oficiales destacaron igualmente que cuando el esposo de Raquel Barrera intentó herirse lo que estaba intentando en realidad era darse "una autojustificación" tras comprobar la gravedad de lo que había hecho.
Sobre los análisis toxicológicos los expertos contratados sostuvieron que estaba ebrio, a lo que se le opusieron opiniones contrarias basadas en que "siete policías locales y numerosos médicos estuvieron con él la noche de autos y nadie percibió que estuviera ebrio".
Los análisis del cabello (que alcanzaron a seis meses) detectaron un consumo moderado de alcohol, aunque "a medio camino entre lo que se considera el consumo social y el consumo excesivo de bebidas alcohólicas".
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