Garrote vil (I)

Jerez, tiempos pasadosHistorias, curiosidades, recuerdos y anécdotas

Las últimas veinticuatro horas del reo Juan Galán, agarrotado ante su casa, en la plaza del Mercado, acusado de matar a un ventero de Trebujena. El reo gritó su inocencia hasta el momento de entregarse al verdugo. La ejecución fue contemplada por más de cinco mil personas

Garrote vil (I)
Garrote vil (I)

EN el siglo XIX entró en vigor, en España, la muerte a garrote vil, como pena capital. Los primeros ejecutados lo serían en 1820, durando dicha forma de ajusticiar hasta la abolición de la pena de muerte por la Constitución de 1978. Uno de los últimos reos en sufrirla sería el célebre sicópata Jarabo, en 1958. Aún, años más tarde, el 2 de marzo de 1974, se le aplicaría en la Cárcel Modelo, de Barcelona, al anarquista catalán Salvador Puig Antich y, en la cárcel de Tarragona, al delincuente común, de origen alemán, Heinz Ches.

Circunscribiéndonos a Jerez, una de las ejecuciones más sonadas sería la del reo Juan Galán, vecino de la plaza del Mercado, acusado de haber dado muerte a un ventero de Trebujena, acusación que dicho reo negaría hasta el último momento, gritando su inocencia hasta el instante de entregarse a las manos del verdugo. Fue ejecutado el 19 de abril de 1884 y dos meses más tarde, el 14 de junio del mismo año, los siete miembros de la presunta organización anarquista conocida por 'La Mano Negra', de la que se dijo que había sido un montaje político-policial.

Dejaremos para la próxima semana la historia de esta siniestra banda que, aunque se hayan escrito varios libros sobre ella, aún resulta prácticamente desconocida para la inmensa mayoría de los jerezanos, limitándonos a dar cuenta aquí de las últimas veinticuatro horas del presunto asesino Juan Galán, quien no desmintió en ningún instante el ánimo y la serenidad de que había dado muestras desde el principio de su proceso y encarcelación en la prisión jerezana de la plaza Belén, así como demostrando tener un gran apetito, hasta horas antes de su muerte.

Después del almuerzo y de pasearse un buen rato por la capilla de la prisión, se le pusieron los grilletes y a las seis y media de la tarde pidió le sirviesen la comida, la que se compuso de sopa de picadillo, gallina guisada, gallina dorada, tortilla con menudillo, bistec, queso, pasas y dulces de varias clases, además de vino; comiendo Galán de todas estas viandas con gran apetito, e incluso invitando a su mesa a su abogado defensor, al llavero de la cárcel y al médico de la misma, a los que animaba para que comieran con las mismas ganas que lo hacía él.

Galán no quiso ver ni a su mujer ni a sus hijos, por creer que dicha entrevista sería bastante desgarradora para ellos, y durante toda la noche fue acompañado por tres sacerdotes, uno de ellos su confesor, al que rogaba que lo enterraran con un crucifijo que le habían entregado, el cual mantenía permanentemente, besándolo, entre sus manos.. Dichos sacerdotes obligaron a Galan a descansar, que se encontraba muy agitado, pues a las doce de la noche tenía 108 pulsaciones por minuto. Muy nervioso, no pudo dormir y, a las tres de la madrugada abandonó el lecho, exclamando "Si no voy entero al patíbulo, es por causa del sueño, y a la verdad que lo siento". A esa hora volvió a comer gallina dorada, vino y café, con bastante apetito.

A las cinco de la mañana, los facultativos notaron que las pulsaciones le habían aumentado a 120 por minuto. No obstante, escuchó misa, recibiendo el viático y, a continuación, habló con su abogado sobre su testamento, pero su confesor le dijo que se olvidara de las cosas mundanas, diciéndole: "Juan, piensa en que solo te quedan dos horas para comparecer ante Dios". A lo que contestó Galán: "Sí, estoy conforme, y las espero tranquilo". Como tuviera un puro, preguntó si le permitían fumárselo y, al ser autorizado, pidió una copa de vino, como última voluntad; besando a la persona que se la trajo y añadiendo que el único sentimiento que se llevaba eran sus hijos, cuyo recuerdo llevaría hasta la eternidad y los que escucharon estas patéticas palabras prorrumpieron todos en llanto.

"Señores, no lloréis - dijo Galán - ¿No veis como estoy sereno? ¿Verdad, Virgen Santísima? En estos momentos, los facultativos comprobaron que el pulso de Juan era completamente normal. A las seis y media entraron en su celda los dos verdugos, venidos de Sevilla, para cumplir la sentencia de muerte a garrote vil. "No somos nosotros los que te matamos, es la ley", dijeron aquellos dos tétricos personajes. Pero Galán exclamó: "La ley no, la ley no ¡Soy inocente! Pero perdono. Y perdón, María Santísima, porque soy inocente", repitió de nuevo.

Los sacerdotes, los facultativos, personal de la prisión y su abogado defensor, todos lloraban. Y algunas lágrimas brotaron también de los ojos del reo Juan Galán. Puesta la ropa y amarradas las manos, los ejecutores estamparon un beso, como símbolo de paz, en las mejillas del hombre que iba a ser conducido al patíbulo. Se despidió del alcaide y le pidió un vaso de leche con bizcochos, que le fue servido inmediatamente. Le ofrecieron también un puro, pero Galán lo rehusó diciendo que ya no le daría tiempo para fumárselo. Eran las siete y media de la mañana del día 19 de abril de 1884. Estando en capilla, tomó otro vaso de leche y, a las ocho en punto, abandonó la capilla. Los sacerdotes le precedían con un crucifijo y una imagen de la Virgen de la Merced, mientras Galán llevaba en sus manos una estampa de Ntra. Sra. del Carmen.

Al salir de la cárcel, le aguardaba un carro pintado de negro, con dos bancos. Uno de los verdugos de Sevilla le ayudó a subir al mismo, por impedírselo los grilletes de los pies. También subieron al carro los tres sacerdotes, el P. Cadenas, el párroco de San Dionisio y el prior del Carmen. La escolta la componían 45 soldados del Regimiento de la Reina, al mando de un capitán y tras el carro marchaban el secretario de la Audiencia, un alguacil, los forenses, el abogado del reo, varios particulares y más sacerdotes. El patíbulo, cerca de la casa donde había vivido Galán, estaba custodiado por la Guardia Civil. Dando saltos, a causa de los grillos, Juan llegó hasta el banquillo, sentándose, mientras una sonrisa aparecía en su rostro; y dirigiéndose a la imagen de la Patrona, volvió a exclamar: "María Santísima, soy inocente". Seguidamente, los verdugos le amarraron al palo del garrote vil, rodeando su cuello con el instrumento que le daría la muerte y cubriendo su cabeza con un paño negro. En aquellos momentos, el espectáculo de la plaza era imponente, calculando el 'Diario de Cádiz' del día siguiente que el público asistente sobrepasó la cifra de cinco mil personas.

Juan Galán, clamando su inocencia hasta el último momento, y llevando aún en sus manos amarradas la estampa de la Virgen del Carmen, exclamó por última vez: "Acoge mi vida, María Santísima. Madre mía soy inocente". Y dirigiéndose al ejecutor le dijo: "Acabe usted ya… Virgen Santísima, soy inocente". Fueron sus últimas palabras. El reo Juan Galán, probablemente inocente, tal como el se proclamaba, y posiblemente víctima de un terrible error judicial, expiraría a las ocho horas y veinticuatro minutos de la mañana. Momentos después empezaron a doblar las campanas de la Colegial y, seguidamente, todas las de los demás templos. El fúnebre sonido de las campanas impregnaría el aire de Jerez de brumas sombrías de tristeza. Mientras que el cadáver del pobre reo quedaba sobre el patíbulo, hasta una hora antes de la puesta del sol, en que sería retirado para darle sepultura.

Hacía treinta y cuatro años que no se llevaba a cabo, en Jerez, una ejecución pública.

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