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Golpear dos veces

Exclusión social y maltrato se dan la mano en el lado oscuro: no hay nombres, apenas hay denuncias, apenas estadísticas...

Maniquí de una cabeza en la asociación Anyde, donde se ofrecen cursos de peluquería a mujeres en riesgo de exclusión social.
Pedro Ingelmo / Cádiz

25 de noviembre 2010 - 01:00

Estaban junto a la iglesia de Santiago de Cádiz, con un cartón delante. No te fijas. Hace tiempo que no están. El estaba en un primer plano, pero había una mujer a su lado y es posible, o casi seguro, que esa mujer tuviera el rostro hinchado. Creo recordar que estaban y ahora no están. O quizá sí están. Es lo que pasa con los seres invisibles. Había otra mujer en Jerez, muy chiquitita. Paraba en la plaza del Mamelón la única componente femenina de un grupo rodeado de litronas. Siempre estuvo embarazada y magullada. Quería mucho a su hombre. Según nacían sus críos, se los iban quitando y me lo contaba tras pedirme un euro: que algún día le gustaría quedarse con uno de los críos que paría. Luego cambió de hombre y, tras un tiempo, se embarazó y la magullaron. Ya tampoco está.

Cuatro cabezas sobre una mesa. En la avenida de Valencia, en El Puerto, una línea de casas se enfrenta a un cartel que anuncia una nueva barriada, La Florida, destinada a casas sociales. El cartel amenaza con petrificarse. Enfrente, tras una fachada festiva en la que se lee en letras de colores La pelu de tu barrio, hay un centenar de historias y casi ninguna buena. Se trata de Anyde, una casa de acogida de dos plantas: el de abajo es para transeúntes y el de arriba para residentes, drogadictos que no quieren drogarse y presos de permiso que necesitan una cama para tener un permiso. En el vestíbulo de la casa están las cuatro cabezas de plástico, mujeres de plástico con peluca para que las chicas practiquen rizos y ondulados. Las alumnas son una decena. Los responsables de la asociación nos dicen que entre ellas hay tres chicas habituadas a recibir golpes, pero no dicen quiénes son. Ellas tampoco dicen nada.

Manoli es quien dirige esta asociación. Nos recibe en su despacho de la planta de arriba. "Es verdad que por aquí pasan más mujeres que antes". Una historia: "Estuvo aquí hace unos meses. Era una chica dulce, de unos 19 años. Venía de Los Palacios con su chico, que yo creo que se metía... Estaba claro que, cuando le faltaba droga, lo pagaba con ella. Una noche le pegó aquí mismo y le echamos a la calle. La chica aguantó dos días, angustiada. A los dos días volvió con él, con su maltratador, y no volvimos a saber de ellos". Otra historia: "Era una mujer de Cádiz, de unos 40 años. Apareció por primera vez con su hombre hace un año. Los dos eran alcohólicos. Ella solía venir con algún rastro de violencia, pero si se lo decías siempre le exculpaba. Durante un tiempo conseguimos separarle de él, pero al tiempo volvía y decía 'ahora está bien'. Una noche escuchamos gritos en su habitación y entramos para decirle al tipo que ya podía marcharse. El se fue... y ella se fue detrás de él".

La habitación de las mujeres de Anyde está pintada de rosa, con lunas y estrellas pegadas. Por esta habitación con tres camas han pasado mujeres esperando casas de acogida, mujeres reventadas a tortas y desprecio. "Somos un punto intermedio, pero los servicios sociales necesitan que las mujeres denuncien para actuar. Muchas de ellas, antes que denunciar, prefieren regresar a su infierno. Se van sabiendo lo que les espera, pero se van". Cuenta Manoli el caso de otra mujer que estuvo hasta hace unas pocas semanas en el hogar. "No diré de dónde era. Estaba aquí, escondida. Huía de su hombre".

Ana Mestre, concejal de Igualdad del Ayuntamiento de Cádiz, reconoce que no existe un trabajo específico sobre exclusión social y maltrato, son hechos que no se cruzan pese a que todo el mundo sabe que esa zona oscura es de gran riesgo para ellas. "Trabajamos mucho en prevención en colegios, con chicas que entendemos que corren ese riesgo -explica Mestre-, tratamos de evitar que se llegue a esa situación. La violencia de género atraviesa toda la sociedad, no podemos hablar de violencia de ricos y pobres, pero las mujeres en exclusión social tienen menos acceso a la información. Eso combatimos".

"Quizá yo no te pueda contar de primera mano la situación de mujeres en la calle que sufren la violencia, pero ya te digo de principio que existe". Lo dice José Serrato, de Cáritas, que ve cada mes cómo se multiplican las situaciones de exclusión. En el comedor social Sol y Vida, de El Puerto, donde un grupo de voluntarias se desvive por evitar que la exclusión se acompañe del hambre, hay a la hora del almuerzo un buen número de hombres silenciosos. Ni una mujer. Mercedes era la voluntaria encargada ayer del comedor: "Ha crecido la demanda. Ahora podemos tener a más de setenta personas diarias, pero no ha crecido el número de mujeres. Se dan casos de las que vienen con una pareja y algo pasa entre medias que aparecen con otra pareja, pero nosotros no preguntamos qué es lo que está pasando en su vida". Otra voluntaria explica que "no son de hablar. Vienen, comen y, pasado un tiempo, desaparecen para siempre. ¿Violencia? Jamás te lo reconocerán, aunque yo he visto a mujeres con la cara echá abajo, calladas, sin decir nada".

Los pocos datos existentes dejan claro que hay muchas más mujeres en la calle de lo que parece. La Cruz Roja en su última campaña en El Puerto de 'Café y calor' atendió a 46 hombres y 28 mujeres, la mayor parte de ellas sumidas en el sueño del alcohol. Otro estudio mucho más amplio, elaborado en 2009 por el Defensor del Pueblo Andaluz, detectó que el número de mujeres 'sin techo' había pasado de un 10% del total de indigentes en 1990 a más de un 27% en la actualidad. Es lo que el autor del informe califica como una paulatina "feminización del fenómeno que requiere de una mayor atención y conocimiento". Un estudio realizado por la Asociación Realidades afirma que el 76% de las mujeres que ha vivido en la calle ha sufrido, al menos en una ocasión, lo que hemos dado en llamar violencia de género.

En la cárcel de Botafuegos de Algeciras las reclusas editaban la revista Andares. En el número de marzo de 2009 una mujer que decidió llamarse Esperanza publicó un conmovedor relato, el de su vida. Criada a palos por su padre, se echó a la calle y al caballo. Tuvo un compañero y luego otro, no se diferenciaban mucho de su padre. Tuvo un hijo y luego otro y todos se los quitaron. Desde su módulo 1 escribe su lamento, describe su vida tirada a la basura, pero ya queda poco para cumplir la pena y no volverá a la calle, dice con determinación. Recuperará a sus hijos, los abrazará y su nombre no es Esperanza, pero así firma. Firmado: Esperanza.

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