El Guadalcacín y su zona regable
Arriba, la presa de Guadalcacin en 1940; abajo, casa consistorial de Estella, núcleo rural vinculado en su origen a la colonización del Guadalcacín.
A finales del siglo XIX, España seguía siendo un país agrario. El 70% de la población activa estaba vinculada a la producción agropecuaria, y existían grandes dificultades para el desarrollo económico y la industrialización. En este contexto, para superar la situación de una agricultura pobre y mal diversificada, una de las propuestas básicas de la corriente regeneracionista consistió en la ampliación de la superficie regada, como fórmula de intensificación y diversificación de los cultivos. Esta apuesta por el regadío como base fundamental para la modernización de nuestra agricultura sería asumida por gobiernos de distinto signo y bajo diferentes regímenes políticos (monarquía, república, dictadura y monarquía parlamentaria) a lo largo de todo el siglo XX y hasta el presente.
Para alcanzar con éxito este objetivo, y con la experiencia de los fracasos acumulados en el pasado, se vio la necesidad de que el Estado se implicara en el proceso de transformación en regadío. Consecuencia de ello es la aprobación, en 1902, del Plan de Obras Hidráulicas. La primera gran obra realizada en Andalucía en el marco de este plan fue el embalse de Guadalcacín, fruto del empeño de la sociedad jerezana en un momento de aguda crisis de la agricultura local debido a los daños provocados en el viñedo por la filoxera.
El proyecto constructivo de la presa fue firmado en Jerez por el ingeniero Pedro González Quijano en 1902. Ubicada en la 'Angostura de Arcos', sobre el río Guadalcacín (afluente del Guadalete también conocido como Majaceite) y a escasos 9 kilómetros de la Junta de los Ríos, la obra de mampostería tenía una altura prevista de 34 metros, y las aguas embalsadas sumarían un total de 76 millones de metros cúbicos, ocupando una superficie cercana a las 800 hectáreas.
Los trabajos comenzaron en 1906, pero finalmente la construcción sufrió demoras considerables, quedando totalmente terminada en 1922. Paralelamente se realizaron las obras complementarias para la distribución del agua, construyendo una amplia red de canales con más de 150 kilómetros de longitud. A lo largo de su trazado fue preciso construir acueductos, sifones y numerosos túneles, el más importante de los cuales, con 3.300 metros de longitud, discurre por las inmediaciones de los Llanos de Caulina, en las afueras de Jerez. Finalmente, en 1925 comenzaron los riegos.
A finales de la década de los 40 y pese a las graves dificultades sufridas por nuestro país en los años anteriores, guerra civil incluida, habían sido puestas en riego 5.000 hectáreas de las 10.000 inicialmente previstas.
Entretanto, el Estado se había dotado de un nuevo instrumento para la gestión del agua, las Confederaciones Hidrográficas. En 1927 se crea la del Guadalquivir, que pronto contó con una oficina delegada para la provincia de Cádiz, establecida en Jerez desde 1934. No obstante, la sola intervención para garantizar la disponibilidad de agua no resultaba suficiente para lograr el objetivo que se perseguía: la puesta en producción de una de las áreas agrícolas más ricas de Andalucía, por las bondades de su clima y de sus suelos, como eran las márgenes del Bajo Guadalete. Para ello resultaba preciso además contar con la participación de los protagonistas tradicionales del cultivo en regadío (los pequeños agricultores), con cuyo concurso se perseguía además los objetivos de poblar el territorio, facilitar el acceso a la propiedad de los trabajadores sin tierra y elevar las rentas de las familias campesinas.
Desde 1912 se habían producido los primeros asentamientos en la zona regable del Guadalcacín, pero es a partir de 1942 cuando el Instituto Nacional de Colonización comienza a actuar directamente en la zona. Desde su sede provincial ubicada en Jerez, durante las décadas posteriores y bajo diferentes denominaciones (INC, IRYDA, IARA), este organismo desarrolló una ingente labor de modernización de la zona regable. Ello incluyó desde la expropiación, acondicionamiento y entrega de los terrenos, la creación de infraestructuras básicas para la explotación agrícola (red de acequias, caminos rurales, estaciones de bombeo, etc.), o el asesoramiento técnico a los agricultores, hasta la propia construcción de núcleos de población de nueva planta, dotados de viviendas modernas para su época y de todos los servicios colectivos necesarios para acoger a los colonos llegados desde diferentes puntos de la geografía andaluza. Así nacieron a lo largo de la década de los 50 la mayor parte de los núcleos que hoy integran el Jerez rural: Guadalcacín, Nueva Jarilla, Estella del Marqués, El Torno, San Isidro del Guadalete, Torrecera, La Barca de la Florida y Majarromaque. Todos ellos conforman una de las principales características del medio humano y del paisaje en el Bajo Guadalete.
De este modo, durante más de 60 años han convivido en nuestra ciudad, cooperando para el desarrollo de la comarca y de toda la provincia, dos órganos de la Administración (la de Aguas y la Agraria), por los que han pasado varias generaciones de ingenieros e ingenieros técnicos de diversas especialidades, letrados, arquitectos, topógrafos, delineantes, personal administrativo, encargados de obras, capataces, trabajadores especializados, vigilantes, etcétera. Su trabajo junto con el de los principales protagonistas de esta historia, los propios agricultores, hizo posible que la experiencia adquirida en la zona regable del Guadalcacín (que abarca actualmente más de 12.000 hectáreas) pudiera extenderse a otras zonas de la provincia, con la creación de nuevos embalses y zonas regables durante las cuatro últimas décadas. Gracias a ello, la superficie provincial dedicada al regadío se multiplicó por diez en el último siglo, pasando de las 6.000 hectáreas de 1904 a la más de 60.000 actuales.
También te puede interesar
Lo último
Contenido ofrecido por FSIE