Con Gustavo Doré porla Cartuja de Jerez
En torno a Jerez
Una de las imágenes más conocidas de Jerez y su entorno es el Monasterio de La Cartuja y sus alrededores.
MUCHO antes de que la fotografía hiciese su aparición, una de las imágenes más conocidas de Jerez y su entorno es la que nos ofrecen diferentes grabados que desde el siglo XVI y hasta bien entrado el XIX, repiten invariablemente una misma escena: la ciudad vista en la lejanía desde algún rincón del camino de El Puerto, con la Ermita de Guía en primer plano. El segundo lugar, a buen seguro, lo ocupan las ilustraciones que tienen como motivo el Monasterio de La Cartuja y sus alrededores.
Es sobradamente conocido que junto a nuestras bodegas, una obra tan singular como el cenobio cartujano, era parada obligada para cuantos visitantes acudían a la ciudad, tal como se puede deducirse de los numerosos testimonios escritos que sobre La Cartuja han dejado viajeros románticos e ilustrados, historiadores, artistas o escritores y que conocemos, en buena medida, gracias a los trabajos de Ramón Clavijo Provencio (1).
La mayoría de estos autores se centran en los aspectos artísticos y arquitectónicos del monasterio a la vez que se lamentan por el estado de deterioro y abandono que sufre el monumento. Algunos de estos viajeros, como Antoine de Latour describen también los claustros, los patios y jardines, las dependencias o los caminos de acceso. Otros, como Antonio Ponz, nos aportan datos hasta de los curiosos árboles que crecen junto a la puerta de acceso… Pocos, sin embargo, mencionan la Cruz de la Defensión, que aún se conserva en el jardín exterior, junto a la puerta principal de entrada al monasterio. Aunque en los relatos de los viajeros no se alude a este sencillo monumento, este singular crucero mereció la atención de uno de los mejores ilustradores y grabadores del siglo XIX; el francés Gustavo Doré quien dejó para siempre testimonio gráfico de cómo la contempló en 1862.
En compañía del barón Jean Charles Davillier, un célebre escritor e historiador del arte al que hoy calificaríamos como "hispanista", Doré viajará por toda España encargándose de ilustrar las crónicas que aquel escribe "por entregas" para la revista de viajes "Le tour du Monde", que por entonces publica la editorial francesa Hachette. Las crónicas tendrán un gran éxito popular y se recopilarán unos años después en un libro con el título "l'Espagne". Este "Viaje por España" ,como será conocido en la versión que se editó en nuestro país, romperá en parte los tópicos que los viajeros románticos habían venido ofreciendo hasta entonces sobre nuestro país, aportando una visión más real y ajustada de la España de esa época. A ello contribuyeron vivamente las casi 500 ilustraciones de Gustavo Doré que contenía la obra.
Una de las ciudades que figura en el recorrido de estos autores fue Jerez, donde visitaron sus principales calles y monumentos o las bodegas de Pedro Domecq, como nos recuerda José Luis Jiménez a propósito del comentario sobre un grabado de Doré dedicado a los vendimiadores (2). Y entre estas visitas no podía faltar La Cartuja, donde cabe suponer que Doré tomaría los apuntes para el grabado que comentamos (3), en el que nos llama la atención, junto a su limpio y preciso trazo, la ausencia de vegetación junto a la entrada del monasterio.
El grabado nos muestra en primer plano la Cruz de la Defensión, a cuyos pies parece descansar una mujer con su cántaro. Otra mujer, con un cántaro en la cabeza aparece en la escena delante del pórtico, obra del maestro Andrés de Ribera, que se muestra también en la ilustración, al igual que el crucero, con un gran realismo. Sin embargo no hay rastro de los árboles que setenta años atrás describiera Antonio Ponz en este lugar. La imagen de Doré contrasta igualmente con la de los jardines que en la actualidad pueden verse en la entrada de La Cartuja cuyos árboles (cipreses, naranjos, algarrobos, falsos pimenteros, palmeras…) envuelven, literalmente, al crucero.
Lo que no resulta extraño en el grabado de Gustavo Doré es la presencia de mujeres con cantaros que, a buen seguro, acudirían a buscar agua a la fuente que ofrecía agua a los caminantes y que se ubicaba en una de las paredes del convento, proveniente de una canalización realizada para el monasterio desde el cercano manantial de Los Albarizones que también abastecía a la fuente de la Alcubilla. En una curiosa "guía para viajeros" publicada a mediados del siglo XVIII, de la que nos da cuenta J. Jurado Sánchez, se describe el itinerario que se sigue de Medina a Jerez y se informa ya de la existencia de esta fuente. Tras cruzar el puente sobre el Guadalete: "se pasa por las puertas del convento de La Cartuja de Xerez, que es muy dilatado en fábrica y tiene dos patios, en uno un estanque grande de agua con galápagos y otro en el otro con peces, y en una pared de dicho convento está una fuente al mismo camino" (4).
El grabado de Doré (1862) ofrece una visión "amable" del Monasterio que, por aquel entonces, ya sufría el deterioro que siguió a la exclaustración provocada por la desamortización de Mendizábal (1835). Apenas una década después de la marcha de los monjes apunta Madoz en su célebre Diccionario, refiriéndose a los monumentos más destacados del término municipal, que "Uno de los objetos más notables… es el célebre monasterio de la Cartuja, el cual va desapareciendo insensiblemente por el descuido e incuria con que se le tiene" (5). Muy cercano en el tiempo a la visita de Gustavo Doré, contamos también con el testimonio del sacerdote francés N. Léon Godard, quién en su condición de historiador y arqueólogo visito la Cartuja en 1861 aportando su visión del deterioro del Monasterio en su obra L´Espagne, moeurs et paysages, editada al año siguiente.
Otros muchos autores nos dejarán testimonio de la preocupante situación que a mediados del siglo XIX mostraba La Cartuja, que pese a que en 1856 se declararía Monumento Histórico Artístico Nacional, el primero de la provincia de Cádiz, requería urgentes obras de consolidación y restauración. Así por ejemplo, José Bisso, refleja en su Crónica General de España publicada en 1868, apenas unos años después de la visita de Doré lo siguiente: "…la Cartuja de Jerez subsiste todavía desafiando los rigores del tiempo y presentándose a nuestros ojos como recuerdo vivo de épocas memorables; pero difícil es calcular su duración en este siglo de universal movimiento, y al ver como se apodera la industria de tantos edificios históricos como vemos convertidos en grandes establecimientos fabriles, no pueden menos de abrigarse serios temores sobre la existencia de ese monumento que quisiéramos se procurarse a toda costa conservar" (6).
Afortunadamente, el Monasterio de la Cartuja pudo superar la ocupación de las tropas francesas que lo convirtieron en cuartel y sobrevivir al deterioro de su utilización como presidio de soldados carlistas, a las paulatinas pérdidas que sufrió cuando el ejército español lo utilizó como depósito de caballos sementales o a los permanentes saqueos de sus dependencias por los propios vecinos de Jerez tras la marcha de los monjes…
Las diferentes restauraciones que se acometieron en el monumento durante el último tercio del siglo XIX y la primera mitad del siglo XIX, también repararon en el crucero, que fue salvado de la ruina mediante la instalación de unos aros de hierro en torno a los diferentes elementos de su base.
Como es conocido, la Cartuja contó con varias cruces repartidas por distintas dependencias del monasterio. La más conocida es la denominada Cruz de la Defensión, que como hiciera Doré, los visitantes pueden contemplar en los jardines exteriores situados delante de la monumental portada de acceso, obra esta última de Andrés de Ribera. El profesor Antonio Aguayo Cobo, que ha realizado un completo estudio de este crucero (7), apunta también que el historiador H. Sancho de Sopranis cuestiona que esta sea la cruz del Humilladero, mencionada en las fuentes documentales, toda vez que existieron también otras cruces junto al estanque de los galápagos, en el jardin del claustro o en el exterior de los muros del monasterio, junto a la torre del molino de aceite en las proximidades del río (8).
Sea como fuere, el crucero ha llegado hasta nuestros días mostrándonos en los bloques calizos que conforman su base las muchas vicisitudes sufridas en estos siglos. En palabras del profesor Aguayo, "se trata de una hermosa cruz pétrea, que conmemora la victoria de las tropas cristianas sobre las sarracenas, gracias a la intervención milagrosa de la Virgen, que da lugar al nombre de Defensión, que adopta la cartuja jerezana". Apunta este autor que la cruz se levanta bajo el priorato de Tomás Rodríguez, constituyendo "una bella obra del Renacimiento jerezano".
Rodeada actualmente por la arboleda del jardín exterior de La Cartuja, que la oculta parcialmente, el visitante puede sentarse tranquilamente a contemplarla en alguno de los bancos instalados en su entorno. Para ello, nada mejor que hacerlo siguiendo la descripción que de ella realiza el citado autor: "la cruz se yergue sobre una alta columna corintia, con el fuste ornado con paños. Se asienta sobre basa cuadrada, en cuyo interior se inscriben varios relieves. El conjunto se asienta sobre una semiesfera rebajada, situada sobre gradas. La cruz se halla tallada por ambas caras, representando en un lado la figura de Cristo crucificado, y en el otro a la Virgen María, Madre de Dios. A pesar de la dureza del material, la calidad de la talla se puede considerar como algo más que aceptable. La base de la columna se encuentra tallada en sus cuatro caras. En cada uno de los relieves se representan diferentes instrumentos de la Pasión de Cristo: corona de espinas, columna de los azotes y cuerda, túnica sin costuras, y los clavos de la crucifixión. Estos elementos, además de ser los instrumentos de la Pasión, constituyen los símbolos que conforman el escudo de la cartuja jerezana, adquiriendo, por tanto, un doble significado. [...] por su estilo y aspecto debe pertenecer a los últimos años del siglo XVI, debiendo su factura a la mano de un artista local." (9)
Cada vez que nos acercamos a la puerta del monasterio, nos alegra comprobar que el dibujo y posterior grabado que hiciese Gustavo Doré en 1862, pudiera haberlo realizado en estos tiempos, con la única salvedad de que en el aparecería, junto a la Cruz de la Defensión y la portada de Andrés de Ribera, la arboleda del jardín que recibe hoy día a los visitantes de La Cartuja. Esperemos que en tiempos no muy lejanos, el crucero pueda ser restaurado como merece.
Consultar referencias bibliográficas y reportaje fotográfico en ww.entornoajerez.com
José y Agustín García Lázaro http://www.entornoajerez.com
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